No deja de ser irónico si tenemos en cuenta que es el fundador de una multinacional que ha amasado millones de dólares vendiendo ropa, pero a Yvon Chouinard no le van las etiquetas. Por eso cuando hace más de cinco años, en marzo de 2017, abrió la revista Forbes y se encontró con que le habían colocado una, la de "multimillonario", entró en cólera. "Me cabreó", reconoce.
La razón no es que el dato fuera incorrecto, que se hubiesen comido alguna cifra al calcular su fortuna o erraran al contar su historia o dimensionar su compañía, la exitosa firma de ropa Patagonia. Qué va. Simple y llanamente, a Chouinard no le gustaba que le hubieran colgado aquel título labrado con una fortuna de nueve ceros y por el que muchos —¿La mayoría?— darían un brazo.
No. A Chouinard, personaje inclasificable, con una historia digna de las mejores crónicas biográficas (que las tiene) y muy distinto al arquetipo manido del magnate que se mueve por el parquet de Wall Street cual tiburón surcando las aguas del Pacífico, aquello le escamó tanto que cinco años después acabó haciendo lo impensable. ¿Qué? Pues básicamente donar su jugosa empresa.
Y no de una forma vaga, retórica, adornándolo con algún propósito altruista de ejecución difusa. Chouinard ha anunciado un giro para que su compañía, valorada en alrededor de 3.000 millones de dólares, pase a manos de un fideicomiso y una organización sin ánimo de lucro con un propósito perfectamente definido: que se vuelque en la protección del medio ambiente.
¿Mi principal accionista? La Tierra
“A partir de ahora la Tierra es nuestro único accionista. Todos los beneficios”, a perpetuidad, se destinarán a nuestra misión de salvar nuestro planeta”, anunció la empresa.
El propio Chouinard trabajó junto a su mujer e hijos y el equipo de abogados de la compañía —precisa The Guardian— para diseñar una estructura que permita a Patagonia trabajar como una empresa con ánimo de lucro que destina sus beneficios a iniciativas medioambientales.
En concreto, abunda el diario británico, la familia donó el 2% de las acciones y toda la autoridad para la toma de decisiones al fideicomiso que se encargará de controlar los valores de la compañía. El restante 98% se dirige a una organización, Holdfast Collective, para que destine “cada dólar recibido” en la protección de la naturaleza y la biodiversidad. La estructura contempla la reinversión en el negocio y tiene un propósito reconocido: evitar que la empresa se venda o salga a bolsa.
“En lugar de explotar los recursos naturales para obtener beneficios para los accionistas, estamos dando la vuelta al capitalismo accionarial haciendo de la Tierra nuestro único accionista”.
Suena a filosofía new age versión multinacional, pero parte de alguien que acaba de fijar el rumbo de una empresa multimillonaria para la defensa de la biodiversidad. En su web, la firma explica que la familia Chouinard se dedicará a guiar Patagonia Purpose Trust y seguirá formando parte del directorio. Otra de sus misiones será encaminar la labor filantrópica de Holfast Collective.
Hay quien apunta también, eso sí, que el cambio que acaba de operarse en Patagonia podría tener una contrapartida con un carácter bien distinto: el ahorro de cientos de millones en impuestos.
Hey, friends, we just gave our company to planet Earth. OK, it’s more nuanced than that, but we’re closed today to celebrate this new plan to save our one and only home. We’ll be back online tomorrow.https://t.co/fvRFDgOzVZ
— Patagonia (@patagonia) September 14, 2022
Si alguien con quien no sorprende el giro empresarial es precisamente con Chouinard, el multimillonario que no quería ser multimillonario. Su historia, desde luego, es peculiar.
El empresario, de 83 años, empezó su negocio en 1957 con un despliegue que poco tiene que ver con las dimensiones que acabaría alcanzando Patagonia. Arrancó con lo justo: una fragua de reventa con la que se dedicó a fabricar en el patio trasero de su casa de Burbank, California, clavijas y púas para alpinistas. La cosa no le fue mal y en los 70, tras una escalada en Escocia en la que él mismo se enfundó una camiseta para jugadores de rugby, decidió empezar en el negocio de la ropa.
En aquello también tuvo fortuna.
Su buen ojo permitió que su compañía creciera y creciera hasta colarlo en las páginas de Forbes en 2017, pero la de Chouinard no es una historia al uso entre la crónica biográfica en papel salmón. El suyo se parece más bien al periplo de un explorador decimonónico: sobrevivió durante semanas en las Rocosas con poco más que lo puesto, durmió noches y noches al raso y en la década de los 60 llegaron a arrestarlo por viajar sin rumbo fijo y medios en un tren de carga de Arizona.
Esa personalidad la transmitió a Patagonia, nombre que escogió por cierto tras un viaje por Sudamérica. La compañía lleva ya bastantes años donando el 1% de sus ingresos para causas medioambientales, impulsó la Alianza para la Conservación, puso en un brete a sus directivos en los años 90 al exigirles que se pasase la producción al algodón 100% orgánico y en 2011 llegó a publicar un anuncio animando a sus clientes a que comprasen prendas de segunda mano. El aventurero tampoco dudó en entrar en la arena política tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Ahora en el giro de los giros, ha decidido hacer un movimiento que suena casi a ciencia ficción.
Su objetivo desde luego parece más ambicioso que colarse en la revista Forbes: "influir en una nueva forma de capitalismo que no termine con unos pocos ricos y un montón de pobres".
Imagen de portada | Patagonia
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