Cuando llegan los nuevos torneos de patinaje artístico de cada temporada muchos acudimos a la sabiduría de Paloma del Río para que nos contextualice lo que estamos viendo. Dentro de ese obscuro mundo de reglas internas, perfeccionadas durante décadas de historia, parece haber contenido todo un repertorio de expresiones y estilos que a muchos nos pasan desapercibidos.
Pero también hay artistas del hielo que saben hablar con sus cuerpos en un lenguaje universal, y ver un fragmento de una actuación de Surya Bonaly es darse cuenta de que estamos ante una luchadora. Una fuerza de la naturaleza.
A la francesa la conocimos primero en los Juegos Olímpicos de 1994. Bonaly obtuvo la misma puntuación que la favorita de los jueces, Yuka Sato, pero tras un voto de desempate Bonaly se quedó con la plata. Se la recuerda por hacer una reivindicación excepcional: se quitó la medalla y bajó del podio. No estaba dispuesta a aceptar la derrota frente a una persona que había hecho menos saltos y tenía menos capacidad física sólo porque a los críticos les parecía más importante que la japonesa había hecho su coreografía con “más elegancia”.
Y esa fue su lucha constante: la de no encajar en el concepto de gracilidad femenina en uno de los universos más conservadores a este respecto. Bonaly, como Biles, tenía un cuerpo de pura musculatura, su estilo no estaba especialmente pulido en cuanto a las formas de ejecución, pero la poseía un espíritu de superación física que la llevaba a ejercitar infinidad de movimientos y buscando siempre realizar el salto más complejo. Estaba determinada a alcanzar el mayor nivel de fuerza que su organismo pudiera generar, pensaran lo que pensaran los profesionales.
Porque no sabemos qué fue primero, si el huevo o la gallina. Si el alardeo de su capacidad física y su rebeldía en cuanto a las normas o las constantes críticas que los expertos le espetaban, no siempre del todo justificadas.
Bonaly, una de las mejores patinadoras del momento, tenía que aguantar a periodistas decir “me encantaría que esta chica dejase de entrenar seis meses para que aprendiera a patinar”, o apreciaciones como que no sería tan buena si mientras circulaba por la pista sus patines sonaban “chirriantes” en el suelo. Que se negara a utilizar medias, que eligiese canciones pop en lugar de clásicas o que sus ejercicios estuvieran marcados por la ruptura de los viejos códigos casi parecía lo de menos.
Hay seis tipos de salto en el patinaje artístico. Puedes hacerlos dobles, triples y encajados en distintas rutinas; pero en más de 100 años de historia todos los patinadores se han limitado a ejecutar las seis maneras que uno tiene de elevarse por encima del hielo. Aunque en realidad no son seis, sino siete si contamos el “back flip” o salto hacia atrás.
Ésta es una jugada arriesgadísima, sólo tres hombres han conseguido realizarlo anteriormente en la historia del patinaje, y en todos los casos posándose de nuevo en el suelo con los dos pies a la vez. El riesgo de que el deportista se lesione partiéndose la crisma golpeando con la cabeza en el suelo a mitad de salto es altísimo, y por eso el movimiento estaba prohibido en las competiciones oficiales.
Cuando el entrenador de una patinadora francesa de doce años, con alta experiencia en la gimnasia, le dijo a su alumna que si se atrevía a hacer un back-flip, ésta lo hizo de inmediato. No le costaba nada, simplemente le salía. Era un prodigio.
Y volvemos a 1998, a la final femenina de patinaje en Nagano con la que Bonaly está en los libros de historia del deporte. Michelle Kwan y Tara Lipinski se estaban disputando el oro. Bonaly, que no tenía mala puntuación, debía hacer una actuación absolutamente perfecta para entrar en la clasificación.
Empieza su actuación, aparece con un vaporoso e irregular mono azul pastel y suena el Verano presto de Las Estaciones de Vivaldi. Parece nerviosa, y debe estarlo porque en uno de los primeros saltos acaba cayendo al suelo, algo imperdonable a esos niveles. Estaba todo perdido a nivel de premios, pero no de público, de demostración de dignidad.
Bonaly se anima, vaga de un lado a otro de la pista, tropezándose en algunas transiciones, exhibiendo coraje en sus poses. Llega el momento de demostración final y abandona el triple Axel que había anunciado que haría y se lanzó a por el salto hacia atrás. Y lo hace aterrizando con un solo pie. Con ello llegó la polémica y el momento que muchos no pueden perdonar.
Bonaly había hecho el giro imposible y lo había logrado posándose en un único pie. Es la única persona, hombre o mujer, que ha conseguido tal logro. Esta era la forma de la francesa de desafiar a los jueces a “legalizar” su salto, ya que el reglamento simplemente indicaba que todos los saltos deberían ejecutarse cayendo en un único patín. Los jueces se mantuvieron en la premisa de que era demasiado peligroso y, por ello, le realizaron una deducción de puntos.
Puede que esta ex gimnasta nunca pasara del cuarto puesto olímpico, pero ha quedado grabada en la memoria del deporte protagonizando el que sin duda es uno de los gestos de mayor osadía que haya realizado ningún deportista en la historia de los juegos.