Abrir un medio de comunicación hoy equivale a asomarse a un abismo. Un tema acapara la atención de todo el planeta, y casi todas las noticias versan sobre las terribles consecuencias de la epidemia o sobre las espantosas perspectiva de numerosos países. Miles de personas han muerto. Y otras miles de personas morirán durante los próximos meses, meses de confinamiento y paralización de la economía.
El coronavirus es una mala noticia, en toda su expresión, y ha proyectado una sombra inquietante sobre el futuro inmediato del mundo.
¿Hay luz al final del túnel? La respuesta es sí, aunque ahora mismo, cuando España afronta una de sus semanas más duras desde el inicio de la pandemia, cueste atisbarla. Es posible rastrear trazos de esperanza en la crisis del coronavirus. Cifras y tendencias que apuntan a un final relativamente exitoso de la crisis, y a una evolución de los acontecimientos que compensa las historias más grises y deprimentes de este mes.
Tres buenas noticias a día de hoy.
Wuhan, sin casos y, al fin, sin cuarentena
El 23 de enero las autoridades chinas decretaban el cierre de Wuhan. Tres semanas después de que un brote de coronavirus escapara a su control y tras el desplazamiento de millones de personas lejos del epicentro de la epidemia, China anunciaba la cuarentena más ambiciosa de la historia. Once millones de personas quedarían confinadas en sus casas. Los comercios bajarían la persiana. Las industrias cerrarían.
Desde entonces Wuhan se convirtió en la zona cero del COVID-19. Durante las siguientes semanas, miles de personas perderían la vida. Las calles de Wuhan se convertirían en no-lugares, espacios fantasmales privados de toda vida o actividad económica. Su región, Hubei, de sesenta millones de habitantes, sufriría el mismo destino. Pero el tiempo pasó. Las medidas y los hospitales de campaña funcionaron.
China logró aplanar la curva.
Y hoy Wuhan ha vuelto a abrir sus puertas. Sólo parcialmente. El gobierno ha autorizado que ciertos negocios vuelvan a su actividad habitual y que algunos vecinos pisen la calle y disfruten del inédito cielo azul de la ciudad, siempre enturbiado por la contaminación. China acumula cinco días con menos de diez muertes en todo el país. El pasado jueves, Wuhan pasaba sus primeras 24 horas sin un nuevo contagio.
Las autoridades han anunciado el fin de la cuarentena para el 8 de abril, pese a que se siguen registrando puntuales contagios locales. Wuhan volverá a la normalidad (a la relativa normalidad) 76 días después. Dos meses y medio extremadamente largos, pero al fin, aparentemente y a la espera de brotes futuros, superados.
Italia reduce su ritmo de contagios
A finales de febrero, el gobierno italiano identificaba varios brotes en el norte del país. En cuestión de días, los contagios se multiplicaban en tres regiones: Lombardía, Véneto y Emilia-Romagna. Desde entonces, Italia se ha convertido en el estado más afectado por la epidemia. Acumula 63.000 casos confirmados y más de 6.800 muertes. La semana pasada fue sencillamente terrible: el sábado se llegaron a contabilizar 793 fallecidos.
Ahora bien, si nos fijamos en la tendencia, Italia está mejorando. Paso a paso, de forma tímida, pero está mejorando. El domingo las autoridades anunciaban 651 muertos; ayer, 601. Hoy la cifra ha vuelto a subir (743), pero el crecimiento se ha ralentizado (un 12% al alza, frente al 13% del domingo o el 19,6% del sabado). Lombardía ha logrado reducir el ritmo de contagios, doblando sólo cada tres días (España los duplica cada dos días).
Es una señal positiva. La experiencia de Wuhan indica que la epidemia se reduce con lentitud. A día de hoy, la curva de Italia se aproxima más a la de China o a la de Irán que a países como España, Francia o Reino Unido, al frente de sus semanas más duras. Quiere decir esto que las medidas de confinamiento han funcionado, por más que sus efectos hayan tardado semanas en materializarse.
Y que Italia podría estar escarbando su túnel hacia la superficie, tras un mes enterrada en millares de casos y fallecimientos. Es un ejemplo de particular utilidad para España, en peor situación que el país transalpino a su misma altura, y ante la saturación total de sus centros hospitalarios.
Y los países pobres siguen ajenos
Todos los países severamente afectados por el coronavirus tienen algo en común: son ricos. Exceptuando a China, las principales bolsas de contagios y fallecimientos se han producido en Europa, América del Norte y Extremo Oriente, tres de los puntos más desarrollados del planeta. El volumen de infecciones y muertos en los estados menos desarrollados de África y América del Sur, por el momento es bajo.
¿Están conteniendo los países pobres la pandemia? La cuestión no es tanto si el coronavirus llegará o no llegará a la India o al África subsahariana, sino cuándo lo hará. Es una distinción crítica. Más tiempo equivale a más capacidad de respuesta y a una mejor preparación, acaso coordinada con organismos internacionales como Naciones Unidas.
Dos factores pueden influir en el desarrollo de los acontecimientos a medio y corto plazo. Por un lado, sus sistemas sanitarios serán absolutamente incapaces de sostener una crisis similar a la afrontada por Lombardía o Madrid. Por otro, su población es muchísimo más joven, por lo que el porcentaje de personas en riesgo es menor. En cualquiera de los casos, la ayuda internacional, muy especialmente china, será crucial.
Suceda lo que suceda, a día de hoy las cifras son modestas. Nigeria, Sudáfrica o Camerún registran casos, pero no fallecidos. La India, que acaba de decretar el confinamiento de 1.200 millones de personas, sólo suma 500 casos y diez muertos. México, cuatro; Colombia, tres; Argentina, cinco; Brasil, 34. Todos están observando lo que ha sucedido en Europa y China. Todos pueden extraer lecciones y aplicar medidas de distanciamiento social con antelación, como están haciendo.
Y a largo plazo, todos pueden amortiguar el impacto de una epidemia capaz de paralizar países enteros.
Imagen: IPA
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