Durante unos pocos segundos, Gabriel Rufián se asomó al Congreso de los Diputados con la honda satisfacción de quien contempla las ruinas de su destrucción. El hemiciclo había saltado por los aires tras la intervención de Josep Borrell, quien había aseverado que de la cabeza de Rufián tan sólo brotaba "serrín y estiércol". El diputado de ERC se puso en pie, abrió los brazos y miró al tendido cual torero tras una faena impecable.
"Venid a mí", parecían decir sus ojos. "Sois todo lo que odiáis. Sois todo lo que necesitáis".
Ana Pastor no tardó en reprenderle su actitud, llamándole al orden hasta tres veces. Rufián procedió a interpretar el papel de víctima, recordando que no era él el único que se había saltado el decoro y buen proceder que rigen las normas del Congreso. Dio igual. La presidenta de la sala ordenó su salida, y con él se marcaron todos sus compañeros de bancada. ERC abandonaba el Congreso, no sin antes, se dice, escupir a Borrell en su despedida.
¿Qué había pasado? Algo a lo que el Congreso de los Diputados lleva enganchado cierta temporada: pura crispación. Rufián había definido a Borrell como el ministro "más indigno" de la historia de la democracia, recordando que el listado de ilustres indignos era largo. Acto seguido, le retiró la categoría de ministro para llamarle "hooligan". Toda la intervención es una oda a la confrontación consciente y se puede ver aquí.
Borrell optó por responder no con una cita de Cicerón, como haría en Twitter, sino bajándose al barro. La situación provocó que tanto el PSOE como el PP (por la juerga) increparan al diputado independentista, que pasaría a escenificar el caos con la ya icónica imagen de los brazos abiertos. Ahora mismo, es el símbolo de un Congreso roto por la mitad donde los puentes llevan quemados muchas semanas. Rufián como síntoma y como consecuencia.
Ahora bien, el listado de astracanadas del portavoz de ERC es tan largo que merece por sí mismo su propia categorización de la tensión. Hoy por hoy, es posible medirla en base a un ránking de sus mejores momentos (y ninguno pasa por la elegante oratoria o la riqueza de sus ideas), de intervenciones pensadas tanto para inflamar las redes como para regar el anecdotario histórico del Congreso. Del 1 al 10, he aquí el Termómetro de la Crispación de Gabriel Rufián.
"Nos vemos en el infierno" = 1
Flojo: recurre a trucos vistos anteriormente. En concreto, a las palabras que David Fernández, diputado de la CUP, le dedicó a Rodrigo Rato en 2014, durante la investigación del Parlament de los diversos fraudes bancarios que hundieron a Bankia. Lo hizo, además, blandiendo una alpargata. La historia, en este caso, se repitió como comedia. Otra vez.
Vestirse de amarillo independencia = 2
Un clásico: recurrir al color institucional del independentismo para caldear los ánimos. Nivel de crispación muy moderado: por excesivamente evidente y por, sorprendente, sutil. Los lazos amarillos han terminado por erradicar las camisetas amarillas del Congreso. Resulta difícil de combinar, por lo que tradicionalmente ha resultado un color esquivo para sus señorías.
Citar a Forocoches en la tribuna = 3
Subimos el nivel: aquí Rufián optó por tirar de cultura popular comparando a Ciudadanos con Forocoches. "Les aviso que el mercado de marcas blancas del PP está saturado, entre los Cínicos Naranjas y su escisión Forocoches", explicó a la bancada socialista. Un punto de color chic a las habitualmente romas intervenciones, pero aún dentro de la categoría de la chanza soportable.
Redefinir al PSOE como "Sociedad Anónima" = 4
Su célebre discurso durante la sesión de investidura de Mariano Rajoy, en la que el PSOE, tras consumar el destierro siberiano de Pedro Sánchez, se abstuvo para facilitar su acceso al cargo. Rufián cargó con todo, aún de forma brusca, y recuperó testimonios de militantes (tuiteros) desencantados con el socialismo para terminar definiendo al partido como "PSOE Sociedad Anónima". Fue escandaloso, no pudo terminar el discurso.
Llamar "señor de la guerra" a Aznar = 5
Pelea de altura, suponemos. Rufián acudía a una comisión de investigación del Congreso por la financiación ilegal del Partido Popular. En ella respondería sus preguntas José María Aznar, de célebre carácter y arrogancia. Rufián optó por llamarle "señor de la guerra", entre otras lindezas. Cualquier protagonismo de Aznar dispara por defecto el nivel de crispación parlamentario, así que se queda en mitad de la tabla.
Llevar una impresora al Congreso = 6
El gran hito del cajón de sastre que Rufián parece guardar bajo su escaño. Con todo, algo por debajo de lo que nos regalaría en el futuro. El diputado de ERC quiso enseñar a sus señorías el "arma del delito" del referéndum del 1 de octubre. Dados los acontecimientos posteriores (y todo lo que ha sucedido desde entonces), la mofa se convirtió en una moderada provocación, y también en un icono del propio Rufián.
Poner una tablet a hablar en la tribuna = 7
Casi insuperable, si no fuera por lo que vendría después. ¿La mejor forma de ridiculizar al adversario político y ponerlo de los nervios? Subir a la tribuna de oradores y dejar que se retrate él mismo. Rufián lo intentó cogiendo una tableta y reproduciendo frente al micrófono las grabaciones al por aquel entonces ministro de Interior, José Fernández Díaz. Comedia del absurdo y de chulería proverbial. 7 en crispación.
Sacar un mapa electoral de España = 8
Fácil de entender: un mapa electoral para discernir entre la España del PP y el resto, en esencia Cataluña y País Vasco. Simple, efectivo, tramposo y demagogo. Y además, amparado en el propio sistema que dibujó la cámara electoral a la que se dirigía. Plus de crispación por el recurso cartográfico. Aquí el nivel ya está alto.
Apelar al presidente del Gobierno con unas esposas en la mano = 9
Lo más cercano que el Congreso ha estado de terminar como Ucrania o Corea, exceptuando el dudoso escupitajo de hoy. Rufián sacó unas esposas y le dijo a Zoido, ministro de Interior: "Míreme, ¿sabe que es esto? No se ponga nervioso, ya sé que algunos les encantaría verme con una de estas algún día. Tengan paciencia". Era pura provocación. Un "ven a por mí" de manual, una performance propia de las peleas de gallos del boxeo.
Recibir a sus señorías de esta guisa = 10
Sobran las palabras.
Hors catégorie = las 155 monedas de plata
Un abrazo, Carles.
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