Cuando los gobiernos diseñaron sus planes de desescalada lo hicieron con una opción por defecto recurrente: reducir aforos en los espacios cerrados. Esto, como es natural, ha supuesto una carga económica insoportable para numerosos comercios de hostelería. ¿Cómo hacer frente al pago de impuestos, alquiler y salarios cuando el volumen máximo de consumidores no llega al 50% del una vez habitual? Durante el verano, la respuesta fue sencilla: salir a la calle.
Ejemplos. Madrid es un caso paradigmático. Ya en mayo el ayuntamiento anunció que se permitiría extender el espacio de las terrazas más allá de lo habitual, con el objetivo de aliviar las presiones que afrontaba la hostelería. A la altura de septiembre, la ciudad ha retirado unas 800 plazas de aparcamiento en sustitución de mesas y barras, a explotar por unos 190 establecimientos. En muchas ocasiones y fruto de las nuevas restricciones, las terrazas también afrontan limitaciones.
Es una tendencia global. El coronavirus nuevo vector de batalla al coche.
Permanencia. ¿Se trata de una medida excepcional o de una que ha llegado para quedarse? Podemos fijarnos en Nueva York, una ciudad sometida a los rigores del invierno. Hace algunos días su ayuntamiento extendía la "temporada de terrazas" a todo el año. Una extensión que no pasaba por ocupar más espacio en las aceras, sino en la calzada. En los aparcamientos. Las ciudades afrontan varios juegos de suma cero por culpa de la pandemia. Y están sacrificando al vehículo privado.
Peatonalizaciones. De nuevo Madrid: Almeida, un alcalde no caracterizado por su apoyo entusiasta del nuevo urbanismo, anunció a finales de la pasada primavera la peatonalización de calles como el Paseo del Prado o Arturo Soria. Similares medias se han adoptado en todas las ciudades española, desde Zaragoza hasta Valencia, pasando por Barcelona o Vigo. Si la epidemia se combate con distancia social, parece lógico entregar el espacio urbano al peatón, no al coche.
Problemas. La tendencia no ha estado exenta de conflictos, como por otro lado cabría imaginar. Por un lado quienes han declarado su particular guerra a las terrazas. Es el caso de asociaciones vecinales como la de El Organillo, en Chamberí, Madrid, transformada ahora en una preocupación por "la salud de los madrileños" ante la abundancia de reuniones sociales en bares y restaurantes. La batalla de algunos vecinos contra las terrazas (que hasta ahora detraían espacio en las aceras) es vieja.
La pelea obedece a una cuestión casi moral ("no se puede disponer del espacio público sólo para la hostelería" es un argumento recurrente) como práctica (ante todo, ruidos). El ayuntamiento había aprobado en julio más de 1.300 ampliaciones de terraza, algunas concedidas a establecimientos que no contaban con derechos previos a la epidemia. La música ambiental no puede superar los 80 decibelios, pero para muchas asociaciones vecinales no es suficiente. Menos terrazas, más vecinos.
Y aparcamientos. Pese al interés de numerosas ciudades en su paulatina reducción (hablábamos del ejemplo de Ámsterdam ayer mismo), no todos los vecinos ven con buenos ojos retirar plazas de aparcamiento. Tampoco para que en su lugar aparezcan terrazas. "Esto ya está muy mal para la gente que vive aquí y con esto no podemos aparcar ni nosotros ni los que vienen de fuera", explicaba aquí una vecina de Madrid. Son varias las asociaciones molestas por ello (y por las estufas, "contaminantes").
Tendencia. Dadas las resistencias (y el interés ocasional de algunos partidos en explotarlas electoralmente), ¿las 1.300 plazas retiradas por el Ayuntamiento de Barcelona para dar paso a más terrazas sobrevivirán a la epidemia? ¿Y las de León, Salamanca, Zamora, ciudades más pequeñas del resto de la península? A su favor, las terrazas expandidas tienen el signo de los tiempos, el interés (previo) de muchas ciudades en retirar espacio al coche (tráfico de agitación, ruido, contaminación).
En su contra, precisamente, el carácter de las tendencias que aprovechan. Si las ciudades caminan hacia espacios más públicos, más sostenibles, más vecinales, más comunes, ¿entregar a los bares lo que se quita a los coches no es sino cambiar la naturaleza del problema, pero no el problema en sí? En ese impás se dirime su futuro.
Imagen: Adriá Salido Zarco/GTRES
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