Hay numerosos motivos para dejarse fascinar por la arquitectura brutalista de Europa del Este. Desde lo imponente de sus formas hormigonadas hasta su mimética ubicuidad en decenas de miles de ciudades, los bloques comunistas son objeto hoy de un revitalizado interés urbanístico. Su indiscutible valor estético y su rol como símbolo de un mundo que ya fue, distópico y extraño, los ha convertido en pequeños objetos del fetichismo occidental.
Tanto que los edificios, los célebres paneles hoy paradigma del post-comunismo, ya tienen su propio juego. Se llama "Tower Block Game", está disponible en la Play Store y nos permite jugar al tetris, el legendario entretenimiendo ideado por Alexey Pajitnov en 1984, con bloques de hormigón. Es nuestra tarea ensamblar uno a uno los diferentes edificios de la era comunista para ir eliminando filas. El juego de siempre, ahora más brutalista.
La idea surgió la primavera pasada de la cabeza de un joven diseñador lituano, Lukas Valiauga, inspirado por el sinfín de edificios modernistas y racionalistas levantados por la Unión Soviética en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Es algo común a muchos jóvenes de Europa del Este: crecer en entornos urbanos cuya huella indeleble redirige al comunismo, un régimen y una época que jamás llegaron a vivir.
El juego, explica en su web, "es un juguetón tributo a una realidad no tan juguetona de edificios monótonos y desolados escenarios urbanos construidos sobre los mismos bloques de cemento prefabricados". Para Valiauga, "las torres de los bloques suelen señalar programas sociales fallidos y vecindarios planeados de forma tan torpe como cualquier juego de construcción de bloques fallido". No es un homenaje, sino una sutil broma.
Los edificios brutalistas caen del cielo del mismo modo que cayeron los cimientos de los programas sociales sobre los que se construyeron. Es una divertida metáfora.
El tetris, no obstante, ha gozado de cierto interés por los medios de comunicación occidentales, algunos de ellos hoy interesados en la re-interpretación y re-exploración de los proyectos arquitectónicos racionalistas de Europa del Este. El juego encaja bien en la rara paradoja del urbanismo comunista, denostado por sus presupuestos fallidos al mismo que perversamente admirado por su carácter extraordinario y surrealista.
Es algo que tiene cierto recorrido. Hace dos años un joven alemán, Sergej Hein, publicó un vídeo en el que jugaba con los bloques edificados en Alemania Oriental a modo de tetris. Para Hein, la gracia de su creación consistía también en el chiste a cuenta de los proyectos arquitectónicos comunistas: se podía jugar al tetris con aquellos edificios porque todos eran iguales, y un quinto piso de Varsovia encajaba sobre un cuarto piso de Tallinn.
El tetris funciona así como reflexión sobre la arquitectura, algo que el propio Valiauga admite que podría expandirse en el futuro (incorporando otros estilos, por ejemplo). Los videojuegos gozan de cierto interés en los círculos urbanísticos gracias a su capacidad para construir espacios abstractos replicables en la vida real. ¿El mejor ejemplo? Minecraft, el lugar común por antonomasia de los jóvenes jugadores antes de la llegada de Fortnite.
El año pasado, un proyecto de Naciones Unidas en veinticinco países desarrollados permitió a las comunidades locales sugerir ideas sobre el urbanismo futuro que aspiraban a disfrutar en sus ciudades futuras. El juego se convertía así en una forma de establecer una conversación con los habitantes de ciudades aún en construcción, y de atender mejor a sus necesidades y preferencias. Algo que puede resultar muy útil para el urbanismo del mañana.
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