En su incesante búsqueda de la excelencia intelectual, la humanidad continúa hollando cimas antes jamás imaginadas. El último alto en el camino hacia el Mar del Conocimiento Absoluto tiene como protagonista a una inesperada sociedad, de tintes evidentemente anacrónicos en pleno siglo XXI, capaz de hacer las delicias de medio Internet. Hablamos de la Sociedad de la Tierra Plana y su repentino gusto por la evidencia científica. Cuando esta atañe, eso sí, al cambio climático.
Sucedió hace mes y medio, pero no fue hasta ayer cuando la historia tornó en viral. Entonces, un usuario de Twitter consultó a la Flat Earth Society, la más grande y popular de entre las muchas que pueblan los rincones de la red clamando que la Tierra es plana, sobre su postura respecto al cambio climático. La escueta respuesta: "Sería una irresponsabilidad cuestionar algo que cuenta con tanta abrumadora evidencia científica detrás, y que nos amenaza directamente como especie".
Boom. El tuit en cuestión no tuvo mayor trascendencia hasta que hace unos días apareció por Reddit, la Gran Conversación que los angloparlantes tienen de forma permanente en Internet. Y allí rompió como no podía ser de otro modo: miles de interacciones después, la historia de la Sociedad Tierraplanista racionalmente preocupada por las demostraciones científicas que validan el cambio climático llegó a los medios de comunicación. Era demasiado buena para ser cierta.
La paradoja no se le escapa a nadie: mientras los tierraplanistas desprecian las más elementales pruebas fotográficas o físicas que señalan el carácter redondeado de nuestro planeta, no osan dudar de los montones de trabajos publicados por la comunidad científica para probar la rápida transformación de nuestro planeta, un proceso causado por el ser humano. En materia climática, los tierraplanistas son una comunidad mejor informada y con más apego a la ciencia que los escépticos del calentamiento global. Una golosina de ironía insuperable.
Es algo que analizaron con acierto Gareth Dorrian e Ian Whittaker, investigadores de la Universidad de Notthigham Trent, en The Conversation hace algunos meses: los extraños razonamientos que llevan a ambos escepticismos, el de la forma redondeada de la Tierra y el del cambio climático, parten de similares mecanismos. Hay una tenebrosa e ignota mano negra zurcida entre científicos y políticos para privarnos de La Verdad, y para ello se valen de agencias de dudosa reputación como la NASA para fabricar datos y evidencia que nos mantengan en las sombras.
Una conspiración al tiempo, por favor
Sin embargo, fallan a la hora de ponerse de acuerdo. Los tierraplanistas se creen los firmes y serios análisis realizados por la NASA que prueban el incremento de las temperaturas y los drásticos cambios en los ciclos estacionales de la Tierra desde el inicio de la era industrial, y los escépticos del cambio climático, a menudo, creen que vivimos en un globo y no en una Tierra desplegada en horizontal gracias a la elemental ciencia astronómica histórica, NASA incluida.
Como se ha apuntado en la discusión de Reddit, la diferencia estriba en las potenciales consecuencias de ambas teorías escépticas. La tierraplanista no pasa de mera comedia: sus argumentos no tienen valor político alguno y la creencia de un planeta plano no altera sustancialmente el futuro de la humanidad. Al menos no de momento. No se puede decir lo mismo del negacionismo del cambio climático, de gran tracción política y capaz de hipotecar el futuro de miles de millones de personas durante siglos. Uno es inofensivo, el otro no.
¿Pero por qué los tierraplanistas deciden creer a la NASA (y al resto de la comunidad científica) cuando hablamos de cambio climático y no cuando hablamos del ciclo de las estaciones o de la gravedad? La decisión parece aleatoria: una conspiración a la vez, por favor. Pero también podemos atisbar otras razones. En el fondo, los tierraplanistas no dejan de ser una excéntrica nota al margen dentro del panorama político internacional. Sus alocadas ideas y teorías a duras penas resisten el escrutinio de la lógica, hasta el punto de rozar el terreno de la autoparodia.
Desde ahí, es plausible defender inverosímiles marcos teóricos que apunten hacia una planicie eterna de los elementos como un juego mediático. La teoría de la Tierra plana es lo suficientemente absurda como para ser defendida en público a mitad de camino entre la comedia autoconsciente y la seriedad; el cambio climático es demasiado urgente, demasiado tangible en tantas partes del mundo, como para funcionar en un trolleo. Y de ahí la contradicción entre ambas conspiraciones.
De forma paralela, las raíces del escepticismo hacia el cambio climático no son tan científicas como políticas. De ahí su escasa atracción entre los más alocados escépticos e iluminados de la red. Los motivos que empujan a los negacionistas no tienen tanto que ver con las pruebas aportadas con la comunidad científica como por una cosmovisión ideológica. Es otro tipo de batalla, más trascendente, pero menos divertida que la que libran los tierraplanistas.
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