El Mundial de Rugby de 2015 que se celebra en Inglaterra hasta el 31 de octubre está reventando todas las expectativas. Victorias increíbles de las que se pagan 46 a 1 en las casas de apuestas, estadios abarrotados juegue quien juegue... Por encima de todo, es un deporte que todavía no ha perdido de vista el significado de la palabra.
El rugby de élite es respeto, compañerismo, deportividad y juego limpio. Empezando por el árbitro, pasando por los jugadores y acabando por los espectadores. Y la emoción de un torneo en el que todo puede suceder. Mañana se reanudan los partidos y hemos preparado un compendio de razones por las que el Mundial de Rugby debería ser el modelo a seguir de todas las competiciones internacionales.
No sabes quién va a ganar
El Rugby es uno de los escasísimos deportes en los que el ganador de un Mundial nunca ha repetido trofeo. Nueva Zelanda es la campeona actual, favorita absoluta y llamada a romper la racha. Pero empezó con problemas ante Argentina. Y en cada campeonato surgen una o dos selecciones inesperadas. Lo grande del rugby es que, a priori, todos los participantes tienen alguna posibilidad de ganar. Sobre todo en este Mundial loquísimo, en el que dos perdedores natos han logrado victorias increíbles.
Todos los partidos molan
No lo decimos nosotros, lo dice el público. El torneo se celebra en Inglaterra, uno de los territorios sagrados del rugby. Pero el Mundial genera tanta expectación, que más de 89.000 personas abarrotaron el estadio Wembley para ver el Nueva Zelanda-Argentina... En el primer fin de semana del torneo. Ya quisiera la FIFA ver algo así.
Dura un mes y medio
El rugby es para tomárselo con calma. El Mundial lo juegan 20 equipos, que empezaron a jugar el 18 de septiembre y la final se celebrará el 31 de octubre. En fútbol, el último Mundial lo celebraron 32 equipos que estuvieron un mes exacto dale que te pego. Los partidos de rugby, por cierto, duran 80 minutos. En los que da para tanteos abismales, como la paliza que le metió Nueva Zelanda a Japón en 1995: 145 a 17. Para hacerse una idea, cada "gol" -ensayo: llevar la pelota hasta la línea contraria- vale cinco puntos, más la posibilidad de anotar dos puntos adicionales con una patada posterior.
Hakas y otros rituales previos
La danza de guerra ritual de Nueva Zelanda no es un invento nuevo. Los All-Blacks llevan desde 1884 practicándola antes de cada partido. También dio origen a otra costumbre común a otros deportes: cantar el himno. En 1905, Nueva Zelanda se plantó delante de Gales con uno de sus intimidantes "Ka Mate" ("Es la muerte") y los galeses contestaron con su "Hen Wlad Fy Nhadau", el himno nacional, que habla de traiciones y sangre y guerreros. Todos los espectadores se unieron a los jugadores y el resto es historia.
Por supuesto, en el rugby a nadie -jugador o público- se le ocurriría jamás pitar el himno del contrario, ni en rivalidades tan grandes como la de Gales e Inglaterra.
Nemani Nadolo
La Roca de Fiji, de 27 años, es una mole de 195 centímetros y casi 130 kilos capaz de jugadas tan espectaculares como ésta: zafarse de cinco ingleses en una carrera.
Los entendidos llevan tiempo avisando de que Nadolo es el nuevo Jonah Lomu. Que es como decir el próximo Michael Jordan o el nuevo Pelé. Aún le queda para llegar al portento que era el neozelandés, que tuvo que dejar el rugby antes de tiempo por problemas de riñón. Pero que, mientras estuvo en activo, fue capaz de carreras como la del 1:00 de este vídeo. Nadolo apunta a jugadas similares en este Mundial.
Guardia de honor
Esto es impensable en otros deportes. El primer partido entre Argentina y Nueva Zelanda se saldó con una victoria de los kiwis y un tremendo homenaje final. Los vigentes campeones del mundo y los Pumas argentinos se hicieron el pasillo mutuamente. Respeto en grado sumo.
¿Esparta? ¡Esto! ¡Es! ¡Georgia!
¿Los perdedores natos que han dado la sorpresa? Los georgianos han sido los primeros. Ganaron a Tonga en su primer partido y lo celebraron con una foto de vestuario que se ha convertido en el primer meme del Mundial, promovido hasta por la propia página de Facebook de la selección, aprovechando el parecido entre Vito Kolelishvili y el Rey Leónidas:
También da todo el sentido al lema del rugby "deporte de bárbaros practicado por caballeros". Que físicos como estos sean los menos propensos a la tangana y el juego sucio dice mucho de la calidad del juego, sus deportistas y sus reglas.
¿Juego sucio? Una semana de expulsión
Reglas que huelen a antiguo -que no rancio- y a tradición bien entendida. Si en fútbol un tipo te hace una entrada peligrosa, lo habitual es que vea una tarjeta amarilla. En baloncesto, tienes que ponerte directamente agresivo para que te suelten una técnica. Y en el peor de los casos, lo peor que te puede pasar -a no ser que te dé un siroco y muerdas o pegues cabezazos- es que te expulsen. En rugby, por cualquier cosa un poco fea te mandan unos minutos al "banquillo de los pecados". Si te pasas de la raya pueden dejarte ahí hasta que el árbitro quiera.
Y si practicas juego sucio, te puede pasar lo que a Dominiko Waqaniburotu, jugador de Fiji expulsado durante una semana -¡durante un Mundial!- en un proceso que a los aficionados a otros deportes les sonará a ciencia-ficción y serie de abogados, todo en uno. Waqaniburotu volteó a un rival agarrándolo por las piernas (algo prohibidísimo) y, aunque no fue expulsado en el momento, tuvo que acudir a posteriori al Tribunal Judicial del Mundial de Rugby.
Donde un oficial judicial independiente escuchó el caso, de la mano del representante legal del jugador, y se admitieron como pruebas todos los planos televisivos del incidente. El Tribunal dictó sentencia de acuerdo a su propio "código penal" y dictaminó la expulsión del jugador durante una semana, con los atenuantes de arrepentimiento y la admisión de los hechos por parte del jugador. Porque la pena máxima eran dos semanas para ese "delito".
Por una sola jugada, ni de lejos tan violenta como algunos de las entradas legales de ese partido:
Y la selección de Fiji no apelará la decisión, aunque podrían.
El milagro de Japón
Aparte de la paliza que les dieron los neozelandeses en 1995, a la selección japonesa sólo se la recuerda por haber derrotado a Zimbabue en 1991. Y su debut en el Mundial era ante los Springboks de Sudáfrica, campeones en 2007 y una de las selecciones más poderosas del planeta. Japón ganó. Y cómo. Los japoneses tuvieron la oportunidad de lograr un empate en el último minuto con una jugada conservadora. Perdían de tres puntos. El empate habría sido el mayor logro de los Brave Blossoms japoneses en toda su trayectoria deportiva.
Pero no, Eddie Jones -que formaba parte del cuerpo técnico de aquella Sudáfrica campeona del 2007- dijo que no. Los jugadores dijeron que no. Perdiendo de tres puntos, a escasos segundos del final, tuvieron en dos ocasiones la oportunidad de ir a por un empate seguro. En su lugar, consiguieron una victoria sin parangón. No es una hipérbole. No hay comparación fácil, pero sería como si Inglaterra consiguiese vencer a España al baloncesto, o San Marino arrancase una victoria en algún torneo oficial a España o Alemania. Al borde de los cuatro minutos de descuento.
Tras el partido, los fans sudafricanos aplaudieron a los jugadores japoneses, incluso en el autobús de vuelta. Otra muestra de cómo funcionan las cosas en el rugby: la deportividad está por encima de todo lo demás.
Sir Clive Woodward, que fue jugador y entrenador de Inglaterra, lo calificó en The Guardian como "la mayor apuesta de la historia del Mundial de Rugby (...) y el mejor partido de la historia del Mundial". Entre el estallido de nuevas superestrellas, selecciones espartanas y la victoria imposible de Japón, es posible que estemos ante el mejor Mundial de todos los tiempos. Es la ocasión perfecta para subirse en marcha a un deporte menos complicado y mucho más veloz de lo que parece desde fuera.
"¿Cuántas veces te he arbitrado ya? ¿Y aún no me entiendes?"
Y, por supuesto, Nigel Owens. El árbitro más guay de todos los tiempos ya le ha leído la cartilla a Lenan Chilachava, uno de los dos jugadores más poderosos de la selección georgiana. Porque, como ya dijo Owens en su momento, "esto no es fútbol". Aquí la palabra del árbitro es ley. Y los caballeros siempre la acatan. Aunque sean pilares de 125 kilos y 188 centímetros de altura.
Tradiciones memorables
El silbato que abre cada Mundial es siempre el mismo. Data de 1905, cuando Gil Evans dio el pitido inicial entre Nueva Zelanda e Inglaterra durante una gira-torneo que "The Originals", el remoquete de una selección invencible, realizó por el Reino Unido (sí, la misma en la que surgió la tradición de cantar el himno).
No es la única tradición que se remonta a ese partido. Un fan neozelandés, Hector Gray, ayudó a ambas selecciones y al árbitro Evans, que no tenían monedas para el sorteo. Esa moneda también se ha convertido en tradición. Gray se sintió tan orgulloso de su papel que hizo que le labraran una rosa por una cara y un helecho por la otra, los símbolos de Inglaterra y Nueva Zelanda. La moneda forma parte del lanzamiento inaugural.
El silbato también se empleó en la última final olímpica, en 1924. Como ya no forma parte del calendario del COI, los ganadores de aquella edición siguen siendo los campeones olímpicos vigentes: Estados Unidos.