Todo aquel que haya pasado un tiempo en los foros de Internet, especialmente en la esfera angloparlante, se ha cruzado con ellos, los “nazis que llevan avatares de anime”. Hace ya tres años se analizaban en páginas como Canino los orígenes ocultos de esta en apariencia extraña conjunción entre dibujos japoneses e ideología totalitaria e insurgente. Pero son los fans de otro programa los que han ocupado la primera plana de la controversia de estos últimos tiempos. Cada día más gente común oye hablar de la comunidad de seguidores de My Little Pony. Y éstos, al mismo tiempo, están perdiendo la capacidad de continuar como hasta ahora: ignorando el mundo que les rodea.
Los bronies, sus marcos y sus espacios
Bronie es como se conoce a los seguidores de My Little Pony: La magia de la amistad. Se trata de una serie de dibujos estrenada en 2010 en el canal estadounidense Hub Network. El éxito fue inmediato, generando unos índices de audiencia en su primera y segunda temporada que superaban los de ningún otro producto audiovisual de Hasbro hasta la fecha.
Lo curioso fue que, a pesar de que el target demográfico original eran niñas pequeñas, su base de consumidores fueron en su mayoría hombres adultos de entre 20 y 40 años. En parte por su extraordinaria animación, de un dinamismo kawaii que es infeccioso; en parte por tratarse de un universo ajeno al cinismo o el nihilismo que permitía un escapismo de la dura realidad socioeconómica; en parte porque creó un fenómeno de culto en redes sociales que sedujo a espectadores irónicos que empezaron a verlo “por las risas” y se quedaron atrapados para siempre; también porque daba servicio a otro colectivo cada vez más grande: los aficionados al furry.
Sin saber qué vino antes, si el huevo o la gallina, lo que sabemos es que un buen número de bronies se reunía cada día en el infame foro 4chan, sobre todo para compartir entre ellos sus dibujos fan. Los 4chaneros acabaron hartos del bombardeo de posts continuo de este grupo en hilos generales, así que se les creó un canal privado para ellos y se les animó a que se organizasen en Derpibooru, otra página web distinta. Allí han convivido durante años los seguidores más naife o apolíticos de la serie, algunos niños y niñas fans y ese perfil de espectador que combinaba su pasión por 4chan con la de la serie de dibujos.
Durante años se han visto miles de posteos en los que los caballitos felices se visten con la gorra de Make America Great Again, aplauden al actual presidente o defienden el supremacismo blanco, mientras que el número de creaciones demócratas era prácticamente inexistente. La conexión con la extrema derecha no es una exageración: los aficionados crearon un pony nuevo, Aryanne, que es directamente nazi. Herederos de la cultura 4chanera, los moderadores del chat siempre han mantenido una actitud laxa a la hora de prohibir contenidos, y se exhorta a los usuarios a que creen su propia burbuja de filtros: si te interesan los dibujos sexuales, añade sus tags a tus preferencias; si no quieres ver política, elimina esta etiqueta. Etc.
La cultura de despolitización engendrada en el foro les lleva a que, por ejemplo, muchos seguidores que se ven a sí mismos como apolíticos adoren al propio personaje de Aryanne.
Cómo George Floyd lo ha cambiado todo
Así lo refleja la periodista Kaitlyn Tiffany en este exhaustivo artículo en el que ha contado con voces dentro de esta comunidad. Los disturbios raciales han sido un escollo político insalvable que se ha colado por todas las rendijas de la realidad de los ciudadanos estadounidenses. ¿Qué ha pasado entre los bronies? Que, por esta vez, ha sido especialmente lacerante ver cómo la alt-furry criticaba a esos usuarios que mezclaban los ponys con iconografía Black Lives Matter o con mensajes anti policiales por meter contenidos ideológicos donde sienten que no deberían entrar.
I would be fine with the My Little Pony fandom wanting to avoid politics if that standard was applied equally.
— wootmaster.bsky.social (@woot_master) June 2, 2020
Its not.
Take these two images. One depicts a zebra holding a Black Lives Matter flag. Downvoted to oblivion. The other depicts all protesters as rioters. Upvoted. pic.twitter.com/XqQ7Ehc26T
De ahí que algunos miembros del clan hayan dado un paso al frente reprochando que esa actitud de permisividad de los moderadores no es neutral. Que, dado el clima cultural creado durante años dentro de su comunidad, la equidistancia es una forma perversa de alentar un statu quo que es, de facto, de derechas o de extrema derecha, y que eso está adoctrinando, quieran o no, a los fans más vulnerables, tanto los seguidores adultos pero con escaso desarrollo intelectual como los propios niños que pasan su pubescencia entrando en Derpibooru.
Un enfrentamiento que está corroyendo las bases de este micro universo que durante años creyó haber encontrado un espacio seguro para almas hipersensibles en algo tan genuinamente puro como un montón de unicornios de colores persiguiendo la amistad.
Por qué hay gente preocupada por el posicionamiento político de los fans de My Little Pony
Hay presuntamente entre 8 y 12.5 millones de seguidores de esta serie en Estados Unidos, muchos más si consideramos sus audiencias internacionales, de los cuales una buena parte, todos aquellos que se salten la barrera idiomática del inglés, también formarán parte de estos nichos digitales.
Se trata de un amplísimo grupo demográfico cuyos miembros están, si no cohesionados entre sí, sí al menos unidos porque les une la misma pasión, algo que puede derivar en dinámicas tribalistas, a crear unas narrativas de “nosotros” contra “ellos”. Estos grupos existen tanto en el mundillo de los fans de los caballitos como en el de los tuiteros, los seguidores de Reddit o Menéame, los grupos de Facebook de compradores de imitaciones en Aliexpress o los seguidores de Harry Potter.
Como han teorizado en no pocas discusiones, es posible que a su vez otros grupos de activistas ideológicos se estén movilizando e infiltrando con intenciones maliciosas en este tipo de espacios. Los trolls han encontrado que en muchos de estos foros hay individuos que cumplen una serie de condiciones que los predispone al aleccionamiento: si pasan más horas online puede que sea porque están más solos, lo cual quiere decir que están más resentidos con la sociedad. Si necesitan crear identidad a través de productos de ocio es porque sean débiles de carácter.
Y aquí es donde entra el famoso miedo a la “radicalización”. A los artículos sobre los efectos de los filtros de Youtube que hacen que entres viendo vídeos de gatitos y acabes enganchando a los canales ideológica y visualmente más extremistas que te puedas imaginar. Que las famosas burbujas creen supuestas cámaras de eco en redes sociales donde los individuos se van enquistando en una única posición sin ser capaces de contrarrestar con una visión crítica proveniente del otro lado. Y el miedo existente a que los troyanos se estén inmiscuyendo en estos vulnerables espacios, como el que hemos descrito, para marcar una agenda con repercusiones humanas y sociales. Un miedo que no es infundado, dada la experiencia de las injerencias 4chaners o rusas, por poner dos ejemplos, y que podría ser la base de futuras contiendas que vayan más lejos de comentarios incendiarios en la red.
Al otro lado, también una duda que aún no ha sido resuelta. No sabemos cuántos de estos temores se producen por una verídica radicalización de Internet mayor de la que habíamos experimentado nunca (como mínimo la gente está reportando sentirse cada día más angustiada en redes sociales) o si se trata de nuestra etapa de aprendizaje sobre lo que es el mundo hiperconectado. Si estos cambios ideológicos que ahora somos capaces de detectar y señalar en cada individuo no son equivalentes a los que ya ocurrían antes en el mundo analógico sin que fuésemos conscientes de la dinámica de gestación de sus nuevas ideas.
Si el nazismo de My Little Pony es, o no, diferente en algo del fascismo que alentó el deseo revolucionario del Futurismo de los años 20, por poner un ejemplo. Si lo único que ha variado en este siglo de historia de la humanidad es la facilidad y el alcance que permiten las nuevas tecnologías.