Siempre se ha dicho que la lotería de Navidad es un impuesto a la gente que no sabe matemáticas, la gente ignorante que no conoce las posibilidades reales que tiene de que le toque el premio. Pero las razones que nos llevan a jugar todas las navidad el Gordo son más sociales que otra cosa: por un lado, es ya una tradición muy arraigada en la sociedad española y, por otro, tememos ser el único tonto de la empresa que no se ha hecho de oro por no desembolsar esos míseros 20 euros.
Hasta ahí todo bien. Es cierto que es prácticamente imposible. Pero también la lotería es algo importante: un ritual comunitario donde todo el mundo se siente mejor participando. Y los estudios apoyan esta teoría: somos más felices si compramos.
La dicha de la probabilidad. Hace cinco años, un artículo de EL PAÍS rezaba en su titular: "Soy matemático, y esta es la razón por la que no juego a la lotería". Los motivos están bastante claros si echamos un vistazo a las probabilidades de que nos toque algo en varios sorteos. En el del cupón de la ONCE, tenemos una posibilidad entre 15 millones; en la Primitiva y la Bono Loto, algo mejor, una entre 13.983.816; mejor aún en la Lotería Nacional, con una entre 600.000 en el sorteo de los jueves. Peor es si jugamos al Euromillones, donde solo tenemos una posibilidad entre 76.275.360 de dar con la combinación ganadora. Y sí, aún así, seguimos jugando aunque sabemos que tenemos todas las de perder.
La probabilidad de que te toque el gordo de Navidad es también surrealista. Si tenemos en cuenta el teorema de Laplace aplicado a la probabilidad, obtenemos que P (probabilidad de que ocurra un suceso) = (casos favorables)/(casos posibles). Es decir, P=1/100.000, o lo que es lo mismo: 0,00001. Cada número sale una sola vez, así que tendremos 0,00001 posibilidades por cada número que compremos de que nos toque.
Lo importante es participar. Aunque comprar billetes de lotería no es una inversión racional desde un punto de vista financiero, sí lo puede ser para nuestro bienestar. Algo que explicaría por qué la mayoría de la población participa al menos una vez al año. Por eso, un estudio publicado en Experimental Economics quiso ir más allá. Realizaron un experimento utilizando datos de los Países Bajos y encontraron que la participación en la lotería aumentaba la felicidad de los participantes antes del sorteo. Y ganar un pequeño premio no tuvo ningún efecto sobre la felicidad. Es decir, a las personas no solo les interesan los resultados, sino que disfrutan del juego.
En consecuencia, llegaron a la conclusión de que la participación en la lotería tiene un valor de utilidad en sí misma y parte de esa utilidad se consume antes del sorteo.
Más felices. Una explicación es que el juego de lotería en sí mismo tiene un valor de utilidad. Existe una utilidad no monetaria o de proceso de participar en una lotería. Los jugadores de lotería pueden experimentar emociones positivas antes y después del sorteo que pueden resultar de la esperanza de una vida más feliz, de la diversión y la emoción del juego, así como de las actividades de vinculación social cuando la lotería se juega junto con familiares o amigos.
Las emociones positivas después del sorteo pueden originarse por ganar un premio, incluso cuando el premio es muy pequeño y más bajo que el precio de compra del billete de lotería. Es, al final, esa ilusión de saber que estás jugando a algo. Y que mucha gente cercana también lo hace.
¿Y por qué jugamos? Hay multitud de investigaciones psicológicas que intentan explicarlo. El doctor en psicología Kevin Bennett las resumía en un artículo de 'Psychology Today', donde recogía los sesgos cognitivos que nos conducen a pensar que es buena idea invertir cada semana un par de euros en una apuesta. Por un lado, existe un optimismo poco realista a pesar de que la información que posee debería hacerle algo más cauto.
En el caso de la lotería, se junta el hambre con las ganas de comer. No solo obtener un resultado positivo puede provocar que ganemos millones de euros, sino que nuestro cerebro es incapaz de entender bien las probabilidades que tenemos. Mientras exista una mínima probabilidad, estaremos inclinados a maximizarla.
Sesgo de la disponibilidad. Además, nos gusta aferrarnos a las posibilidades de ganar la lotería porque hemos visto que hay gente que la gana: todos conocemos al amigo de un amigo de un amigo al que le tocó el Gordo. Además, gracias a la televisión y otros medios de comunicación, hemos visto sus caras y escuchado sus voces. Pero ojo, porque este sesgo se aplica a otras situaciones importantes: por ejemplo, los médicos que han diagnosticado en muy poco tiempo varios casos de la misma enfermedad tienen una mayor propensión a diagnosticarlo a sus próximos pacientes, aunque las posibilidades sean las mismas.
Hay trucos. Uno es la ilusión del control. Se trata de la tendencia de los seres humanos a creer que pueden controlar o influir en los resultados en los que no tienen ninguna influencia. Todos nos dejamos llevar en un momento u otro por esta lógica. Igual que cuando pedimos a un amigo que baraje él las cartas porque cada vez que lo hace nos toca una buena mano. Algo semejante ocurre cuando nos quedamos a un número de que nos toque el bingo o cuando fallamos por muy poco en la ruleta.
Aunque racionalmente sepamos que en la siguiente partida tenemos las mismas posibilidades, irracionalmente tendremos más ganas de jugar que si no hubiésemos acertado ningún número. Ocurre cuando elegimos nosotros mismos los números de la Lotería, en lugar de que se rellenen aleatoriamente por un ordenador: aunque la probabilidad es la misma, tenemos la sensación de que hemos buscado nuestra propia suerte.
Y trampas sociales. La sociedad y la publicidad están pensadas para que gastemos nuestro dinero en apuestas. Especialmente, si llevamos años haciéndolo. Todos los jugadores habituales que no han podido rellenar la apuesta semanal han sufrido pesadillas en las que tocaba la combinación que llevaban años jugando. En otras palabras, han llegado a un punto en el que "los costes, que inicialmente estaban ocultos, son demasiado altos como para dejarlo". Algo semejante a lo que nos ocurre cuando hacemos una cola: hemos pasado demasiado tiempo esperando como para abandonarla, aunque sospechemos que la fila de al lado se va a mover más rápido.
Imagen: Sergio R. Moreno (GTRES)