La foto forma parte del acervo popular: una mujer produce desde su casa o desde una fábrica atestada de trabajadoras la última prenda de moda en una de las múltiples cadenas textiles globales; lo hace en condiciones precarias y percibe un salario muy bajo en comparación a los empleados europeos o estadounidenses. Durante años, las condiciones laborales de las fábricas externalizadas ha sido motivo de permanente discusión en la opinión pública, en especial tras desastres como el de Savar en 2013 o escándalos como el de Zara en Brasil.
La imagen anterior, de forma inevitable, dirige siempre a Bangladesh o Vietnam. Al parecer, también sucede en Europa.
¿Qué pasa? Una investigación del New York Times así lo sugiere, al menos. Centenares de trabajadoras italianas producen desde sus casas ropa de altísimo estándar para las múltiples marcas de lujo italianas, desde MaxMara hasta Louis Vuitton. Lo hacen por una fracción del salario estipulado en las fábricas, a menudo en condiciones alegales, sin contrato y en sus propios hogares. Condiciones que solemos imaginar para los trabajadores del sudeste asiático, no los europeos.
¿Cómo? El NYT ha hablado con más de 60 de ellas. Los ejemplos son diversos. Una mujer que produce bufandas (de más de 1.000€) para MaxMara cobra 1€ por cada metro tejido (dedica una hora a cada metro, según ella). Por pieza acabada se embolsa unos 24€. Otras trabajadoras confeccionan calzado por 0,90€ el par; otras, montan vestidos de novia por 2€ la hora. Son salarios mucho más bajos que los percibidos por los empleados de una fábrica textil común (en torno a los 5€ o los 7€), sin cotizaciones (en negro), aisladas o protección legal.
¿Es común? Al parecer sí. Las grandes firmas externalizan la producción de sus prendas a fábricas locales que, a su vez, derivan algunas piezas a trabajadoras caseras. Lo hacen porque son mucho más baratas; ellas, a su vez, perciben un suplemento mientras se siguen dedicando a las tareas del hogar. Su situación irregular y oscura hace que pasen bajo el radar, hasta el punto de que las grandes marcas pueden desconocer que sus productos se están tejiendo por salarios tan bajos.
Las empresas consultadas por el NYT y otros medios se han reafirmado en sus cadenas de distribución y producción "éticas", desconociendo el fenómeno de las trabajadoras caseras.
¿Por qué es relevante? Porque indica cómo las prácticas tan a menudo denunciadas en lugares distantes y remotos como Bangladesh se dan también, a menor escala, en suelo europeo. También porque desmitifica gran parte de la aureola de lujo asociada a numerosas marcas textiles italianas, cuyos productos son cotizados y muy caros. Ante todo, ilustra los numerosos márgenes legales y morales en los que la cadena de producción textil opera a nivel global. Incluso en sitios tan garantistas, a priori, como un país europeo.
Es incierto hasta qué punto es algo generalizado dentro de Italia (el NYT apunta a la Puglia, una de las regiones más pobres del país) o en otros países. El estatus de las trabajadoras caseras es muchas veces soterrado en el gran debate sobre las factorías deslocalizadas, incluso en países donde su situación es peor y está más generalizada que en Italia.
Imagen: Maxmarajp/Commons