Alemania acaba de introducir la semana laboral de 28 horas: menos trabajo, más tiempo familiar

Los trabajadores europeos se habían acostumbrado a ceder. La crisis económica que ha lastrado al continente durante los últimos diez años provocó un aumento desproporcionado del desempleo. Ante la abundante mano de obra disponible y ante los rigores de la recesión, las empresas empeoraron sus condiciones: los sueldos se estancaron, los contratos temporales se dispararon y la precariedad creció mientras los sindicatos, impotentes, quedaban al margen.

Ahora la situación está cambiando. No en todos los países, pero sí en Alemania, el tradicional motor económico europeo. Su crecimiento sostenido ha reducido el paro a mínimos históricos, lo que ha permitido al principal sindicato industrial del país, IG Metall, ganar una partida laboral: tras una serie de paros y negociaciones, parte de los obreros alemanes disfrutarán de un aumento de sueldo... Y de una semana laboral de 28 horas.

El último detalle es revolucionario. Hasta ahora, el sector metalúrgico germano estipulaba que los trabajadores podrían acceder a un mínimo de 35 horas laborales a la semana. IG Metall ha logrado introducir la opción de las 28 horas: cada trabajador podrá, por un plazo de dos años, trabajar menos para cuidar a sus hijos, a sus ancianos o a sus familiares enfermos. Agotado el periodo de tiempo, podrá recuperar sus 35 horas y su salario original.

Alemania ya había sido pionera introduciendo la semana laboral de 35 horas a mediados de los ochenta, también de la mano de IG Metall, el gigantesco sindicato metalúrgico que aglutina a casi 4 millones de trabajadores manuales alemanes. Al igual que ahora, la victoria sindical se fraguó en los estados del sur del país (mejor posicionados económicamente, dependientes de la industria automovilística y pesada) y se extendió al resto de Alemania.

Si quieres trabajar menos, puedes

El logro sindical, de momento, sólo afecta al estado de Baden-Wüttemberg, donde Daimler y Bosch tienen importantes fábricas. Se espera, sin embargo, que el proceso se vuelque paulatinamente a otras partes del país. Los acuerdos patronales y sindicales alcanzados en el sur han sido de forma tradicional la plantilla sobre la que se han organizado las relaciones laborales alemanas durante el último medio siglo.

Los sindicatos alemanes son más cooperativos, pero también más poderosos, que sus pares europeos. (Michael Probst/AP)

¿En qué consiste exactamente el acuerdo? Por un lado, en un aumento de sueldo. Ante la grave carencia de mano de obra cualificada en el mercado, fruto del bajísimo desempleo, IG Metall entendió que tenía una partida ganadora. Y exigió un 8% de aumento anual. Finalmente y tras arduas negociaciones, la patronal se ha comprometido a un 4,3% de subida, además de otros pagos mensuales en forma de pluses y beneficios.

La diferencia es grande, y puede interpretarse como un fracaso, pero es sólo parte de una negociación más amplia. Originalmente, los representantes empresariales no estaban dispuestos a negociar la jornada de 28 horas. IG Metall lo planteaba como una demanda insoslayable, y organizó varias huelgas preventivas como muestra de su determinación. Si las reuniones se estancaban, las huelgas tornarían en permanentes.

28 horas opcionales; aumento de sueldo del 4,3% a repartir en 27 meses; y posibilidad de sustituir un porcentaje de la paga extra por ocho días libres

En su planteamiento inicial, la semana de 28 horas permitiría a los obreros reducir su carga de trabajo sin perder la totalidad de su salario. Ante la negativa de los empresarios, el acuerdo final contempla que cada trabajador pueda prorratear su sueldo y trabajar menos durante un periodo de dos años, accediendo a los mismos aumentos que el resto de sus compañeros. Además, la empresa podrá ofrecer semanas de 40 horas para aquellos trabajadores que lo deseen, tapando los huecos productivos que dejaría la semana de 28 horas.

El resultado final es el siguiente: jornada laboral de 28 horas (sueldo menor) opcional durante dos años; posibilidad de acceder a semanas laborales de 40 horas en caso de que el empleador quiera aumentar la producción; aumento salarial del 4,3% a abonar a lo largo de 27 meses; para el empresario, posibilidad de congelar las nuevas pagas extras si la economía empeora; para el obrero, posibilidad de sustituir un porcentaje de la nueva paga extra por ocho días libres (para cuidar a niños, ancianos y familiares).

Por el momento, las condiciones se aplican a 900.000 trabajadores de Baden-Württemberg. (Jens Meyer/AP)

El triunfo de IG Metall es en realidad el triunfo de una nueva concepción del trabajo, una en la que el dinero es menos importante que el tiempo. O dicho de otro modo, una en la que los trabajadores compran más tiempo con su dinero. La tendencia a flexibilizar las cargas laborales de los empleados lleva años sobre la mesa, aunque hasta ahora se había limitado a opciones telemáticas o a prósperas y modernas compañías del sector servicios.

En gran medida, el sindicato había planteado sus demandas desde una perspectiva de género. Tradicionalmente, los beneficios y las bajas maternales o de cuidados en Alemania habían estado descompensadas en favor de la mujer. La reducción de la jornada se extiende tanto a hombres como a mujeres, y aspira, idealmente, a que ellos también opten por trabajar (y cobrar) menos en aras de cuidar a sus hijos, a sus padres o a sus familiares enfermos.

En esencia, el triunfo sindical se ha fraguado gracias a las particulares condiciones alemanas.

Un éxito muy alemán y mucho alemán

El primer factor a tener en cuenta es el enorme peso de IG Metall: con cuatro millones de trabajadores y con una tupida red de representantes sindicales en algunas de las industrias manufactureras más importantes del país (las que, por otro lado, han levantado el rumbo económico de Alemania), el sindicato cuenta con un poder de coerción mayor que otros similares en Europa.

Por otro, el particular sistema de resolución de conflictos alemán ha tenido una gran influencia. Al contrario que en Francia, Reino Unido o España, trabajadores y empleadores alemanes han resuelto sus disputas de forma negociada. Los representantes sindicales tienen representación en los consejos directivos de las empresas, y las reivindicaciones de unos y otros siempre pasan por mesas de debate. Así, frente a posiciones confrontativas, Alemania opta por un modelo cooperativo.

El lema alemán: todos contentos. (Jens Meyer/AP)

Nada de esto implica que los acuerdos satisfagan a ambas partes, por supuesto. Los sindicatos alemanes habían perdido numerosas batallas antes de esta. La reunificación causó una indigestión en la economía de Alemania Occidental, ralentizando su crecimiento durante casi dos décadas y provocando que el país se estancara tanto en lo económico como en los salarial. Antes de la crisis, Alemania atravesaba la suya propia, y los trabajadores eran el eslabón más débil de la cadena.

Como resultado, el paro aumentó (especialmente en los países del este, donde IG Metall ni siquiera ha logrado introducir la semana laboral de 35 horas) y el empleo se deterioró. Diversos planes para impulsar la contratación redundaron en una mayor precariedad (los célebres minijobs introducidos por Schröder). Sindicatos y trabajadores, sin palanca negociadora, no pudieron evitarlo, como tampoco pudieron evitarlo multitud de homólogos en toda Europa.

¿Qué ha cambiado? Es la economía, estúpido. La devaluación salarial alemana y su alta especificación técnica permitió al país mantener músculo exportador, lo que sumado a su posición hegemónica en un mercado único se transformó en miel sobre hojuelas cuando la crisis amainó. Alemania producía y vendía barato (y muy bien), lo que reactivó la economía y aseguró su estabilidad en un tiempo en el que el resto de países europeos se sumían en un pozo sin fondo.

La industria alemana, siempre a la vanguardia. (Richard Bartz/AP)

Gracias a todo ello, el país creció (de forma muy sostenida) y el desempleo bajó. Bajó mucho. Tanto que el principal problema que encuentran las grandes empresas alemanas es la carencia de trabajadores cualificados. Así las cosas, IG Metall y sus colectivos representados pudieron darle la vuelta a la tortilla tras décadas tragando sapos: ante la buena dirección económica y la ausencia de competencia en el mercado laboral, los trabajadores podían, por fin, exigir y obtener mejores condiciones.

El resultado es, amén de un ligero aumento, una jornada laboral de 28 horas más flexible. ¿Cómo de trasladable es este éxito al resto de Europa? Es imposible de saber. Pero si algo indica, es hacia dónde irán encaminadas las reivindicaciones laborales del futuro.

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