La reducción de la jornada laboral es una conversación asociada por defecto a la automatización del trabajo. Ante un hipotético futuro donde un puesto laboral sea un bien escaso, dice la teoría, los roles laborales tendrán que acortarse para acomodar a más trabajadores. Es una tesis plausible, pero muy discutida, y las cifras sobre los trabajos que destruirá la robotización están en permanente disputa. No obstante, el futuro del trabajo sí apunta en una dirección: trabajar menos.
Hay otro motivo para creerlo. El futuro del planeta.
Huella climática. Un estudio elaborado por Autonomy, un think tank británico, hace algunos meses ahondaba en esta idea. Según sus autores, los principales países desarrollados tendrían que reducir drásticamente las horas laborales para impedir que la temperatura del planeta supere los 2º C por encima de la era pre-industrial. ¿Cómo? Una hipótesis: semanas laborales de nueve horas.
Otra más realista: trabajar sólo cuatro días a la semana.
Políticas. Como vimos en su momento, el runrún político en torno a la semana-de-cuatro-días ha ido creciendo durante los últimos años. El SNP escocés, sin ir más lejos, baraja incluirlo en su programa electoral. También hay iniciativas similares entre los laboristas británicos. La idea ha ganado mucha tracción en Reino Unido, pero también en EEUU (Utah) y en empresas neozelandesas muy vocales en su implementación.
Ventajas. A menudo, la decisión se ha enmarcado en ventajas personales. Los trabajadores tienen más tiempo libre, son más felices y más productivos (los viernes, ese agujero negro). Autonomy lo plantea desde el punto de vista global: trabajar un día menos equivale a menos horas de oficinas gastando luz y aire acondicionado y menos coches dirigiéndose al centro de la ciudad a la semana. Es decir, menos emisiones.
Cuando Utah experimentó con la jornada semanal de cuatro días, descubrió que el ahorro ascendía a los dos millones de euros, y que las emisiones de CO2 habían caído 12.000 toneladas al año.
Descarbonizar. La propuesta se enmarca dentro de nuevas corrientes ideológicas que asocian la emergencia climática al modelo productivo internacional. El Green New Deal es un buen ejemplo: el calentamiento global es consecuencia de la economía mundial, y si queremos evitar el primero necesitamos reinventar la segunda. Por ahí se cuelan una amplia panoplia de propuestas, y la reinvención del trabajo, con jornadas más reducidas, es una de ellas.
¿Funciona? No está claro. El problema es que trabajar menos equivale a producir menos, lo que en consecuencia contrae la economía. Cuando Suecia experimentó con jornadas de seis horas no obtuvo resultados concluyentes. Otras empresas observaron un repunte en la felicidad de sus empelados, pero al productividad declinó ligeramente. Las célebres escuelas de cuatro días ni lograron reducir gastos ni mejoraron el proceso educativo de sus alumnos.
En general, sabemos poco sobre los efectos de las jornadas reducidas. Queda mucho por estudiar.
Experimentar. Algunas empresas, como IG Metall en Alemania, ya han empezado a experimentar con jornadas semanales reducidas. Quizá lleguen iniciativas similares en el futuro, muy asociados al hipotético "fin del trabajo". Lo cierto es que por cada estudio que anuncia la desaparición de 1.400.000 puestos laborales, hay otro que anuncia la creación de 2.300.000 nuevos. En este contexto, la idea de repartir, racionalizar y reducir las cargas laborales, además de otras medidas asociadas como la RBU, siguen siendo más teóricas que prácticas.
Pero el debate, latente, sigue creciendo. Y en el contexto del calentamiento global puede ganar más protagonismo.
Imagen: Kate Sade
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario