Al papa Francisco se le acumulan los problemas: cuando no hay obispos acusándose de 'herejía' a cuenta del encaje de los fieles LGTB en la Iglesia o siguen surgiendo casos relacionados con el encubrimiento de abusos infantiles, sectores importantísimos de la iglesia amagan con separarse de ella (por un lado o por el otro).
Sin embargo, la última "gran polémica" de la vida de la Iglesia Católica tiene que ver con un tema de lo más inesperado: la misa en latín. O eso puede parecer.
¿Misa en latín? ¿Pero todo esto no estaba resuelto desde el Vaticano II?
Empecemos por el contexto. Es cierto que, tras el concilio Vaticano II y bajo la mano firme de Pablo IV, la Iglesia Católica vivió una revolución litúrgica sin precedentes. Se abandonaba la Misa Tridentina y se abrazaba el 'Novus Ordo'. Un cambio que va mucho más allá del uso del latín o de la orientación del sacerdote (que pasa de oficiar mirando al sagrario a hacerlo mirando a los fieles).
Si como dice el fraile dominico James Rooney, las tradiciones litúrgicas son distintas expresiones estéticas de la misma fe, el tronco principal de la Iglesia Católica se embarcaba en la búsqueda de una nueva forma de expresar la fe en el mundo contemporáneo.
Sin embargo, la decisión de 'aparcar' la misa en latín siempre fue más 'pedagógica' que 'doctrinal'. No había nada malo en el rito tradicional, ni se había dejado sin efectos. En realidad, la imposición de la nueva misa buscaba impedir que las distintas sensibilidades de la iglesia se enzarzaran en una guerra litúrgica de difícil resolución.
Además, intentaba preservar las parroquias como el "lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia"; es decir, preservarlas como una "comunidad de comunidades", un sitio donde todos los católicos se encontraban independientemente de sus carismas, gustos o espiritualidades. A muchos les pareció excesivo, pero viendo respuestas como la de Marcel Lefebvre y su Fraternidad Sacerdotal San Pío X, las reservas no parecían injustificadas.
Vuelve la misa tradicional...
En 1984, Juan Pablo II decidió que ese "proceso pedagógico" estaba surtiendo efecto y dio un primer paso para la vuelta de la misa tradicional a las iglesias católicas. No obstante, el cambio clave para el renacer de la misa tridentina se produjo en 2007 con la publicación del motu proprio 'Summorum Pontificum'.
En él, Benedicto XVI defendía que el anterior rito no había sido abrogado jurídicamente y podía seguir usándose como forma no ordinaria (es decir, no habitual) en todo tipo de celebraciones. Con esta carta, Benedicto estaba concluyendo el proceso de 'normalización' de la reforma litúrgica y, de hecho, fue clave en la recuperación de un hermosísimo patrimonio inmaterial que corría el riesgo de perderse.
'Summorum Pontificum', además, supuso un espaldarazo para la recuperación de ritos pre-tridentinos (como el hispano-mozárabe) que llevaban décadas prácticamente perdidos y, junto con otras decisiones del Papa, puso en valor la tradición anglicana y del resto de iglesias orientales en comunión con Roma.
Gracias a este motu proprio, hasta hace unos meses no era difícil asistir a una misa en latín. Ni siquiera en España. Es más, la popularidad de la misa tridentina en algunas regiones del mundo ha crecido tanto que actores tan polémicos como Shia Labeouf han confesado haberse convertido al catolicismo gracias a ella.
...y ahí empiezan los problemas
En los años que han pasado desde 'Summorum Pontificum' han ocurrido muchas cosas. Tantas que en verano de 2021, el papa Francisco publicó 'Traditionis custodes'; otro motu proprio que anulaba las amplias facilidades que había dado Benedicto XVI para celebrar el rito tridentino. Esto, por supuesto, ha generado una enorme polémica entre los partidarios de la misa tradicional.
¿Por qué 'Traditionis custodes' vuelve a mandar a la misa en latín al ostracismo? Como suele ocurrir con lo relacionado con la Iglesia, la respuesta no está clara, pero podemos leer entre líneas. Y es que, en palabras del profesor de teología pública, Steve Millies, hace unos días, todo esto sigue sin ser "un problema litúrgico, sino uno de unidad". Aunque para entenderlo, debemos dejar julio de 2021 y venirnos a febrero de 2023.
El 8 de febrero, se publicaba un informe confidencial del FBI en el que se alertaba del "interés cada vez mayor de los extremistas violentos por motivos raciales o étnicos (RMVE) en la ideología católica tradicionalista radical (RTC)" y lo consideraba como un problema muy serio. Días después, la agencia se disculparía públicamente porque, aunque el informe era de consumo interno, legalmente en EEUU no se puede investigar a las personas por sus creencias religiosas.
No obstante, el informe del FBI no era algo aislado. La idea de que había grupos tradicionalsitas católicos entrenado en procesos muy peligrosos de radicalización teológica y política llevaba en el ambiente desde hacía años. No hace mucho que The Atlantic señalaba la relación cada vez más intensa que se estaba dando entre "la cultura de las armas" y elementos tradicionalmente católicos como el rosario).
¿Qué tiene que ver todo esto con la misa en latín?
En principio, no tendría nada que ver. Sin embargo, durante los últimos años, el revival tradicionalista norteamericano ha usado la misa en latín de una forma identitaria y muchos de esos grupos "radicales" la han empezado a utilizar como una pieza clave en los procesos de radicalización de los que hablaba antes.
Ni es la primera vez que ocurre; ni (como en su momento evidenció la Teología de la Liberación por el otro lado) es algo exclusivo de "sensibilidades de extrema derecha". Pero, normalmente, los obispos se dedican a controlar a los grupos de, de una forma u otra, se apartan de la ortodoxia y la prudencia católicas. El problema es que Roma no se fía de los obispos estadounidenses. Y no sin motivo.
Desde la llegada de Francisco, la iglesia católica de EEUU está teniendo una vida interna muy tumultuosa. Podríamos hablar de la incansable actividad del Cardenal Burke contra las reformas de Roma, de lo mal que digirió el cambio del Catecismo para considerar la pena de muerte como 'inasmisible' o del intenso debate sobre si el presidente Biden debe (o no) poder recibir la comunión.
Pero tampoco hay que olvidar, por ejemplo, que Carlo Maria Viganò, ex nuncio vaticano en Washington entre 2011 y 2016, llegó a acusar a Francisco de haber silenciado escándalos de abusos de menores y, posteriormente a eso, fue acogido, protegido y defendido por un buen número de obispos norteamericanos.
No es la primera vez que Roma tienen que "intervenir" sobre toda la iglesia por una cuestión nacional. La constitución dogmática Pastor Aeternus del Vaticano I es un rechazo al galicanismo, por ejemplo. No obstante, restringiendo la misa latina, Francisco está atando en corto a estos obispos, sí; pero también se está metiendo en un terreno teológicamente complicado,
Es bueno tener en mente que el Papa, por mucha infalibilidad que le reconociera ese mismo Vaticano I, no es un "monarca absoluto" que pueda hacer y deshacer en temas de doctrina. Es, precisamente, el 'custodio de la tradición'. Una tradición que ahora se le ha vuelto en contra.
Imagen | Josh Applegate
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