Rusia es un país de largas distancias. Nada que pueda sorprender a alguien. Y dada la inmensa magnitud del gigante euroasiático, el tren ha jugado un papel histórico en la comunicación de los rincones extremos de su geografía.
Pensemos, por ejemplo, en la línea que conecta el gran puerto del norte, Murmansk, con la capital del antaño imperio transcontinental, San Petersburgo. Más de 1.000 kilómetros a sortear entre superficies pantanosas, ligeras colinas y temperaturas extremas. Una vez la línea se adentra por encima del Círculo Polar Ártico, su tránsito es lento, esquivo por la llana pero moteada orografía y esclavo del espantoso frío. Sirve a pocas personas, porque muy poca gente vive allí.
Pero "poca" jamás significa "nadie", y eso incluye a numerosos pueblos y aldeas escamoteadas por la Carelia rusa donde padres y madres se rompen la cabeza para llevar a sus hijos al colegio. Al igual que sucede en otras zonas despobladas del mundo, la escasa densidad provoca que, a menudo, los niños se tengan que trasladar muy lejos de sus casas para acudir a la escuela. Y sin trenes, eso es un problema.
Hasta hace poco, la diminuta localidad de Poyakonda se había quedado sin parada. La línea convencional que une Murmansk con San Petersburgo pasaba por allí, pero la escasa demanda de pasajeros había suprimido la estación. Para una pequeña familia de investigadores en el Centro Biológico de Universidad de Moscú, a las orillas del Mar Blanco, la pérdida suponía un drama: su hija, ya la única del pueblo, tenía pocas alternativas prácticas para ir y volver a la escuela.
Con anterioridad, el mayor número de niños permitió que los adultos se organizaran y se turnaran en su traslado al colegio, en Zelenoborsky, a 42 kilómetros de la aldea. Al quedarse sola, Karina Kozlova debía o bien invertir el equivalente a 30 euros diarios por un taxi o bien utilizar el servicio para los trabajadores ferroviarios de la línea (informal), que le obligaba a salir de casa a las 07:30 sólo para volver más tarde de las 21:00 tras andar medio kilómetro entre el espantoso frío de la noche.
La situación para la familia de Karina era dramática, más aún si tenemos en cuenta que Poyakonda contaba con una parada en desuso. Si tan sólo RZhD, la operadora monopolística de todas las líneas en Rusia, hiciera que el tren diario entre Moscú y Murmansk se detuviera en su pueblo... Cuando la compañía se puso al tanto de su situación, dicho y hecho: habilitó una nueva parada oficial para que Karina pudiera ir y volver al colegio en condiciones humanas.
Para RZhD el coste es bajo: sólo el trayecto entre Murmansk y San Petersburgo, mucho más al norte que la capital rusa, implica destinar casi un día entre raíles. Una vez allí, alargar el viaje hasta Moscú tan sólo añade algunas horas más. Detener el tren durante algunos minutos en una línea que solventa más de 2.000 diarios no supone un retraso sustancial. Y para los Kozlov representa una salvación.
No es la primera vez que una historia similar llega a los medios. En 2016, ya contamos cómo los Ferrorcarriles Japoneses habían creado una parada única y exclusivamente para una joven estudiante en Kyu-Shirataki, en la isla de Hokkaido. Su caso era muy similar: la estación había desaparecido del plan de la compañía porque, debido al descenso del tráfico industrial de la isla, la demanda se había reducido hasta mínimos irrelevantes. Sin embargo, eran mínimos de absoluta urgencia.
Al igual que sus pares japoneses, la compañía rusa también ha decidido habilitar una parada altruista para la joven estudiante. Otro ejemplo de lo muy geniales que pueden llegar a ser los trenes.
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