Antaño uno de los rincones más ignotos e inaccesibles del planeta, la cima del Everest se ha convertido hoy en un hervidero de transeúntes, viajeros y escaladores profesionales. Una fotografía define la situación del pico a la perfección: más de 300 personas se agolpan en la cordada que conduce al punto más alto de la Tierra, una hilera multicolor desperdigada sobre una cresta a más de 8.000 metros de altitud.
Es una imagen inaudita que evidencia la turistificación (sí, también) del Everest.
Muertes. No es un proceso nuevo. El Everest lleva años atestado de gente. Pero popularidad de la fotografía y la muerte de tres escaladores ha despertado la atención de todos los medios de comunicación. El pasado miércoles dos personas perecieron durante su descenso al Campo IV. El jueves fueron tres. Todas ellas, probablemente, aquejadas de fatiga extrema y una aclimatación insuficiente a la altura.
Responsable. Y sí, los atascos en la subida tuvieron mucho que ver. Algunos grupos esperaron hasta tres horas para acceder a la cima, objetivo último de toda expedición. Es un tiempo precioso a más de 8.000 metros de altitud que potencia los riesgos, en especial entre los escaladores menos doctos. Las esperas debilitan al organismo y detraen de fuerzas cruciales para afrontar un descenso duro.
Uno de los expedicionarios muertos el miércoles llegó al Campo IV simplemente desfondado. Exhausto.
Cifras. Lleva sucediendo años. El récord de personas ascendiendo al unísono la montaña más alta del mundo data, probablemente, de 2012, cuando unas 600 personas compusieron la cordada. Una fotografía de Ralf Dujmovits, escalador profesional alemán, ilustraba una larguísima cola en los primeros compases de la ascensión. Otros testigos describían a mujeres y hombres inexpertos y con sobrepeso e incluso a personas portando todo tipo de extravagancias, como una bicicleta.
No son formas. El Everest se ha convertido en un parque de atracciones. Más de 800 personas hicieron cima el año pasado (atacando tanto desde China como desde Nepal). Más de 250 personas pueden hollar hoy el techo del planeta durante un buen día; en 1983 apenas llegaban 8. Si se tiene dinero suficiente (entre 30.000€ y 150.000€) cualquier interesado puede obtener un permiso, contratar a una agencia, material y a varios sherpas para intentarlo.
Cuando llega el buen tiempo, llegan las aglomeraciones. Y los atascos. Además del reguero de residuos y heces de muy difícil limpieza.
Regulación. Son numerosas las voces que reclaman al gobierno nepalí establecer cuotas y regulaciones. Nepal, un país pobre y devastado por un terremoto hace un lustro, tiene pocos incentivos para coartar su único atractivo turístico. Es también un problema de oportunidades: no hay más de cinco o seis días de buen tiempo real para llegar al pico. Todos los expedicionarios amateur los utilizan para atacar cima.
El Everest es además una montaña más sencilla que el terrorífico K2 o el Annapurna. Lo que no significa que esté exenta de riesgos. Pero la proliferación de cuerdas fijas, escaleras y bombonas de oxígeno facilitan el camino hacia la cima. Subirlo es cada vez más accesible.
Imagen: Guillaume Baviere/Flickr
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