Si quieres culpar a alguien por el muro fronterizo con México, empieza por Clinton y Bush

La administración Trump ya ha comenzado. Y lo ha hecho a pleno rendimiento: primero retirando fondos para las asociaciones que informen sobre el aborto o lo promuevan activamente; segundo, resucitando dos proyectos de oleoductos paralizados por Barack Obama; y tercero, hoy mismo, firmando la orden que autoriza el inicio de la construcción del muro con México. Su principal eslogan de campaña.

La medida ha causado tanta conmoción como el anuncio original, hace ya año y medio, pero en el plano práctico quizá no sea tan relevante. Por un motivo: el muro que quiere construir Donald Trump ya existe.

Pese a lo extravagante de sus formas, el muro de Trump lleva en funcionamiento desde mediados de los '90, cuando la administración de Clinton no sólo autorizó la construcción de pequeñas porciones del mismo a lo largo de la frontera sino que desarrolló la dura legislación anti-inmigración que, más tarde, Bush y Obama aplicaron. Fue de la mano del primero, en 2006, cuando el grueso del muro se edificó.

Agentes fronterizos de Estados Unidos patrullan la valla fronteriza con México cerca de Nogales, en 2010. (U.S. Army/Jim Greenhill/Flickr)

Hoy, cinco días después de la toma de posesión de Trump como presidente, casi un tercio de la frontera total entre México y Estados Unidos, cuenta con alguna suerte de control fronterizo físico o valla limítrofe (en algunos casos doble, como exigía la legislación inicial aprobada por el Congreso en 2006). Un muro que, si bien no está hecho de cemento, sí representa un duro obstáculo para aquellos mexicanos que deseen cruzar la frontera y que ha truncado las tradiciones relaciones sociales y económicas entre poblaciones limítrofes.

Los inicios: Clinton y la guerra contra las drogas

En 1996, la historia de una separación ya era familiar para muchas de las poblaciones unidas físicamente por sus lazos económicos y sociales y separadas sobre el mapa por la división estatal entre México y Estados Unidos.

Fue el caso, por ejemplo, de Ejido Jacume y Jacomba, dos pequeñas localidades a un lado y a otro de la frontera, casi abandonadas, que se vieron privadas del tradicional trasiego de gente y productos cuando en 1996 una valla de metal, diseñada para frenar el intenso tráfico de sustancias ilegales transfronterizo, puso fin a una unión física separada en el papel. Varios años antes, la primera gran pieza del muro había sido construida en San Diego o Nogales.

A mediados de los noventa el tráfico de drogas y los índices de criminalidad de Estados Unidos forzaron a la administración Clinton a recrudecer los controles: la posibilidad de que la inmigración se disparara como consecuencia de los acuerdos de libre comercio entre ambos países (el mismo NAFTA que ahora Trump quiere tumbar), provocó que EEUU optara por recrudecer la política fronteriza. Se construirían vallas y se redoblaría la vigilancia.

Nogales a principios del siglo XX. A la izquierda, México. A la derecha, Estados Unidos. Sin valla. (Wikipedia)
La frontera de Nogales, vista de cerca a principios de siglo. Dos soldados custodian cada lado, carente de valla. (Wikipedia)

El resultado fue Nogales, dos ciudades gemelas de idéntico nombre que históricamente habían caído a ambos lados de la frontera. Pero la ciudad era un todo económico y social, con numerosos lazos comunitarios y personas trabajando en un lado de la frontera y viviendo en el otro. Sucedió lo mismo en otras urbes como Tecate, Campo Andrade o Naco.

La construcción de los muros, en los noventa, buscaba frenar el intenso tráfico de drogas. La consecuencia natural, como este reportaje del New York Times refleja, fue una valla de varios metros de altura hecha de metal, y no de cemento. Pero la realidad era que donde antaño no había barreras, ahora sí. La creciente inmigración, alimentada por las políticas económicas de ambos países, recrudeció el discurso de Clinton y aumentó en un 50%, inicialmente, los controles fronterizos. Sentó precedente.

2006 y la construcción de 900 kilómetros

A la altura de 2006 y tras el recrudecimiento de la seguridad interna a consecuencia del 11S, la administración Bush optó por tomar un tono más duro con la inmigración ilegal. Y con objeto de aumentar la sensación de protección frente a amenazas externas, el gobierno estadounidense proyectó la construcción de una larguísima valla fronteriza que se extendería a lo largo de 1,125 kilómetros de frontera.

El proyecto de ley fue aprobado por el Congreso estadounidense, controlado por los republicanos pero apoyado por una gran parte de representantes demócratas, en 2006. Más tarde, la Secure Fence Act fue llevada al Senado, donde también se aprobó con mayoría absoluta (con el apoyo de muchos senadores demócratas, entre ellos Hillary Clinton, partidaria de controles fronterizos fuertes).

La construcción de la valla, hecha de acero y no de cemento armado, como propone Trump, se complementó con otras políticas duras en materia fronteriza. Desde 1992, por ejemplo, se ha quintuplicado el número de agentes (de 4.000 a 21.000, haciendo del departamento de fronteras el más numeroso de las fuerzas del orden del país, con 60.000 trabajadores), y su presupuesto se ha multiplicado, pasando de 1.500 millones de dólares a 19.000 millones en 2016.

Obreros colocando paneles de la valla fronteriza en 2006.

Como se explica en este extenso artículo, las consecuencias han sido variadas. Por un lado, el número de personas tratando de pasar ilegalmente a Estados Unidos ha descendido. Por otro, han muerto más: desde el 2000, la policía fronteriza ha encontrado más de 6.000 cadáveres a lo largo de la frontera. El motivo es simple: al no poder cruzar por zonas urbanas y abastecidas, muchos inmigrantes o traficantes optan por zonas remotas, no valladas, pero extremas a nivel geográfico, como el desierto de Sonora.

La estrategia, bautizada como "Prevention Through Deterrence", se vale tanto de las barreras físicas construidas entre ambos países como de las propias barreras geográficas de la región, empujando a los potenciales migrantes a extremos lejanos de los centros humanos. De forma paralela, se han aplicado políticas de tolerancia cero con quienes son capturados (provocando un repunte de los ya persistentes problemas de población carcelaria en Estados Unidos) y se ha deportado (bajo Obama) a cada vez más migrantes.

El resultado es la denuncia de una crisis humanitaria en la frontera por diversas asociaciones, y la subversión, a menudo en contra de los núcleos de población estadounidenses (como Laredo), de las relaciones sociales o familiares en la región. Y todo ello bajo Clinton, Bush y Obama, antes de Trump.

Lo que Trump puede cambiar ahora

De modo que cuando Trump hablaba de construir su muro, su "bello" muro de cemento armado, lo hacía sobre la base de un paisaje que, como recopilaba National Geographic en esta fotogalería de la frontera, lucía así:

Imagen: Wonderlane.

Como se explica aquí, Trump quiere hacerlo más robusto, más alto, y sin discontinuidades a lo largo de toda la frontera. Es decir, completar los dos tercios restantes, a menudo lugares bastante alejados de la civilización que requerirían de la construcción de nuevas infraestructuras sólo para llegar allí. Es un proyecto muy caro (que podría ascender a los 25.000 millones de dólares) y que dispararía las ya elevadas tasas de mantenimiento del actual muro, sin contar otros efectos económicos paralelos.

Pero ante todo, Trump agitaba la división étnica y la sensación de inseguridad de muchos ciudadanos estadounidenses. Y pese a lo megalómano del proyecto, que sí hará, sólo pisaba terreno moldeado con anterioridad por sus predecesores. El muro (valla) entre México y Estados Unidos lleva existiendo durante muchos años, y la decisión de construir uno nuevo por parte de Trump no es más que, en realidad, la actualización (más alto, más duro) del viejo.

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Imagen | Tony Webster

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