Desde tiempos inmemoriales hemos soñado con ciudades fantásticas y construcciones que se alejaran de la realidad. La casa de Luke Skywalker de Tatooine era una especie de iglú de arena. En Avatar se recrea un mundo con hogares conectados a través de árboles y montañas. Bob Esponja vive en una piña debajo del mar. Y los pitufos, aquellas criaturas de color azúl, bajo setas salvajes.
Pero, ¿y si la ficción no estuviera tan lejos de la realidad? Imaginaos que os levantáis de la cama sobre un suelo de hongos y todo lo que véis a vuestro alrededor está hecho de setas: las paredes, el techo, las tuberías, incluso los sistemas eléctricos. Y que al salir de casa, toda la ciudad fuese igual, con colegios, tiendas y hospitales construidos a partir de hongos vivos que crecen constantemente, mueren y se regeneran.
Pues resulta que varios académicos ya contemplan las setas como una materia prima para construir estructuras futuristas y ecológicas que podrían revolucionar la economía. Y no solo eso, podrían contribuir a resolver una de las mayores amenazas de nuestro tiempo: el cambio climático. De hecho, aunque a la vista no parezcan tan atractivos, los hongos son duraderos, biodegradables y están demostrando ser una buena alternativa a los materiales más contaminantes.
Crecen sobre materia orgánica muerta, desarmandola y reciclándola al medio ambiente. Hablamos concretamente del micelio, el tejido del hongo, el medio a través del cual absorbe los nutrientes. Se puede encontrar en abundancia en el planeta ya que coloniza fácilmente el suelo y muchos otros sustratos, actuando prácticamente como un pegamento que une diferentes partículas naturales.
En el mundo de la construcción y la fabricación de objetos el micelio podría tener mucho que ofrecer. ¿Por qué? Principalmente porque es 100% biodegradable, así como por sus excepcionales propiedades materiales. Más específicamente, el tejido de micelio puede atrapar más calor que el aislamiento de fibra de vidrio, es incombustible, no tóxico, parcialmente resistente al moho y al agua y más fuerte que el hormigón. Además, cuando se seca, puede volverse muy ligero, dependiendo del sustrato utilizado y su densidad.
Y la otra gran ventaja: es mucho más barato.
Si colocas juntos dos ladrillos de micelio individuales vivos, el organismo se esparce rápidamente entre ellos y se convierte en el material de unión. Ya ni necesitaríamos cemento.
Una forma de combatir el cambio climático
Hay que tener en cuenta que los materiales de construcción representan aproximadamente una décima parte de las emisiones mundiales de dióxido de carbono. Eso es mucho más que las industrias de transporte marítimo y aviación combinadas. Además, es una industria al alza.
"Los países tienen metas de cambio climático realmente ambiciosas, y este material realmente podría ayudar a impulsar parte de ese progreso", explicaba David Benjamin, arquitecto principal fundador de la firma The Living. Los hongos producen mucho menos dióxido de carbono que los materiales tradicionales como el cemento. Y no solo es que sean biodegradables, sino que pueden incluso hacer de agentes de limpieza, alimentándose de cosas que de otro modo podrían haber terminado en un vertedero, como el serrín o desechos agrícolas.
"El hecho de que podamos fabricar materiales similares a la madera implica que podemos utilizarlos para la industria de la construcción", explicaba Han Wösten, microbiólogo de la Universidad de Utrecht. Y hace hincapié en que al tratarse de un material degradable podría usarse igualmente. "Podemos solucionar esta aparente paradoja recubriendo el material. De hecho, también cubrimos la madera con pintura de aceites para protegerla contra la degradación".
Incluso con un recubrimiento, el objetivo es mantener viva la arquitectura fúngica, para que un arquitecto pueda rejuvenecerla con agua y desencadenar un mayor crecimiento si fueran necesarias reparaciones o alteraciones. Esos mismos recubrimientos, dicen los académicos, podrían usarse para capitalizar la estructura interna de las redes del hongo para reemplazar cosas como la plomería, el cableado eléctrico u otras necesidades logísticas de un edificio.
De hecho, la arquitectura fúngica no es una idea totalmente nueva. La NASA, por ejemplo, ya está probando actualmente si los hongos podrían crecer en suelo marciano, lo que podría darle a la agencia espacial una forma económica de desarrollar hábitats espaciales en el lugar. Andrew Adamatzky, un científico informático de la Universidad del Oeste de Inglaterra, señala que su equipo está trabajando para construir versiones fúngicas de circuitos neuromórficos y otros componentes electrónicos. Dice que los cables convencionales son más baratos y más fáciles de trabajar, pero explica que "los circuitos vivos serán de crecimiento automático, autoensamblaje y reparación automática, algo que ningún circuito tradicional puede hacer". El futuro era esto.
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