Una noticia de hace dos días: los turistas están destrozando los campos de tulipanes. En esencia, los visitantes, ávidos de nutrirse de un buen post de Instagram, entran hasta la cocina en las plantaciones y pisotean las hileras de flores. Los granjeros de la zona vallan los campos, colocan carteles que piden a los turistas en varios idiomas que respeten “su orgullo”, y el gobierno lanza campañas por los “selfies responsables”. No está sirviendo de mucho.
Pero no es sólo cosa de la flor holandesa. También los habitantes de Ámsterdan se están viendo expulsados de sus casas junto a los canales, muy cotizados ahora por los inversores que ven una oportunidad de reconvertirlos en apartamentos turísticos. También los pueblos de la región, con sus famosos molinos de viento del siglo XVIII reconocidos como patrimonio de la humanidad por la Unesco y en muchos casos aldeas con menos de un centenar de habitantes, están viendo como las decenas de miles de turistas están provocando la inundación de los terrenos.
Y el fenómeno no va a dejar de aumentar. El turismo en Ámsterdam ha crecido en un 60% en los últimos 10 años. Es la región de la Unión en el que más rápidamente crece la llegada de turistas. Según cifras de 2017, están entrando cada año 18 millones (la capital tiene 1.1 millones de habitantes) pero se espera que para 2030 alcancen los 31 millones. El peso económico del turismo en todo el país es del 5.4% del PIB anual, y da empleo al 9.6% de los trabajadores. Los neerlandeses quieren congelar, si no reducir, esta cifra.
Turistas, no nos gustáis: según ha informado Telegraaf, la junta de turismo holandesa ha decidido dejar de promocionar activamente Holanda como destino vacacional, sobre todo en lo tocante a sus principales atracciones históricas. A partir de ahora intentarán reconducir a los visitantes a otras partes del país “poniendo el foco en áreas desconocidas” para redistribuir la presión.
“No amo Amsterdam”: la ciudad ha retirado su famoso cartel delante del Rijksmuseum que servía como recibimiento a extranjeros, “I Amsterdam”, en el que los paseantes podían hacerse una foto colocándose en el lugar del corazón. Un acto simbólico de una batería de medidas que piensan empezar a aplicar: cerrar lugares al público, como los campos de tulipanes, en caso de daños, subir enormemente los impuestos a hoteles, tiendas de souvenires y de quesos para desincentivar el crecimiento de esta industria y prohibir la rotulación en inglés.
Una medida ecológica: no lo hacen por un simple rechazo al turista, ni tampoco para acallar las protestas de los habitantes, estresados por los ruidosos e incómodos viajeros. Lo hacen también por el bien climático: si el número de turistas que reciben aumenta según las previsiones, serán completamente incapaces de cubrir las exigencias en la reducción de las emisiones de CO2 derivadas del Acuerdo de París.
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