Pocas constantes a lo largo de la historia del ser humano son tan universales como la conquista del medio. Doblegar el entorno a nuestra medida ha permitido a todas las civilizaciones expandirse y detraer recursos de la naturaleza. Durante los últimos siglos, además, la expansión económica del planeta ha provocado que sean ya pocos los rincones del planeta sin hollar o vírgenes de asentamientos e industria. Pero aún quedan algunos.
¿Dónde? Si atendemos a este mapa producido por un grupo de científicos conservacionistas, en un reducido puñado de países. Publicado en Nature tras varios años de investigación, explora los bosques, las llanuras, los desiertos y las pampas, amén de los océanos, "salvajes". Cualquier lector familiarizado con mapas demográficos o económicos encontrará poco de lo que sorprenderse con sus resultados: sólo cinco países acaparan el 70% de las zonas vírgenes.
Cinco nombres que podrían surgir de la intuición: Brasil, Australia, Rusia, Canadá y Estados Unidos (Alaska, en realidad) poseen la mayoría de espacios naturales inmaculados. La definición tiene algo de truco: uno de los principales puntos salvajes aún no doblegado por el ser humano es el Sáhara, pero se da la circunstancia de que su vastísimo territorio se reparte entre numerosos países. Sin embargo, destaca de forma notable a primera vista.
Con objeto de simplificar el relato, los científicos han excluido el único gran continente virgen de cualquier dominación humana (con la ocasional excepción de algún sórdido crimen que otro): la Antártida. Así las cosas, resulta lógico que sean Canadá y Rusia quienes disfruten de la mayor parte de espacios salvajes. Son países gigantescos aposentados en latitudes septentrionales que bordean no sólo algunos de los bosques y montañas más remotos e inhóspitos de la Tierra, sino también el único mar al que el ser humano ha hecho caso omiso durante siglos.
Hablamos de el Ártico, por supuesto. Un aspecto interesante del producto ideado por el equipo investigador es que incluye zonas marítimas. La mayor parte de ellas se reducen a las zonas árticas y antárticas, con pequeños espacios inexplorados o carentes de actividad del Pacífico (y más pequeños aún del Atlántico). La situación del Ártico es de particular precariedad, dado que el principal motivo por el que se mantiene salvaje, el hielo, se está perdiendo.
Sabemos que el ritmo de deshielo del gran mar del norte es alarmante. Quizá una de las pocas tragedias medioambientales cuyas graves consecuencias observaremos en esta generación, el Ártico también es un maná económico para muchos países. Rusia ha comenzado a explotar sus notorios recursos (petróleo y gas) y la lucha por su soberanía será una de las grandes historias geopolíticas del siglo XXI. Canadá y Rusia se reparten la mayor parte del océano.
De modo que su futuro como espacio puro y de naturaleza aún virgen peligra. También lo hace el Amazonas, el otro gran rincón salvaje de las zonas tropicales. Brasil controla su abrumadora mayoría, tan frondosa que siempre ha sido ajena a la actividad del ser humano, y los planes del recién elegido presidente Bolsonaro no pasan por preservarlo. Durante las últimas décadas la presión minera, forestal y ganadera sobre el Amazonas se ha duplicado.
Obviando los grandes bosques septentrionales de Canadá y Rusia, el resto es desierto. Australia destaca por su enorme vacío interior (y extremo) aún hoy extraño a sus habitantes. Gran parte del occidente chino también sigue siendo salvaje, rincones del altiplano y de la provincia Xinjiang jamás hollados por el ser humano. A partir de aquí, pequeñas porciones de Yemen y Omán, del denso interior indonesio, o del sur remoto de Chile. Poco más.
El objetivo del estudio es alertar sobre la precariedad de la naturaleza indómita. La creciente actividad industrial de la humanidad amenaza con extinguirla para siempre si no se ponen remedios globales y si no se aplican medidas de escala internacional, como bien saben en Alaska. Puede que en un puñado de generaciones, ya no quede ninguno de ellos.