Son las doce de la noche y vamos con mucho retraso. La UAZ 4×4 ha tenido averías y nos hemos retrasado en su reparación. Deberíamos estar ya en destino pero a esta hora de la noche estamos aún a 230 km de nuestro final de etapa. Ante nosotros, el río Kyubeme corta el camino y Misha, uno de nuestros conductores y guías, se calza las botas de pescador para buscar, a pie, la mejor ruta para cruzarlo.
Es increíble la fortaleza y dedicación de él y su compañero Slava, quienes nos acompañan en este viaje. Conducen y reparan sin cesar la furgoneta que nos lleva hoy hasta Oymyakon, el pueblo más frío del mundo, donde nos espera una buena cama y una comida caliente, altamente apetecible cuando la temperatura, como hoy, baja de cero grados.
La antigua Kolyma Highway
Finalmente cruzamos el río de manera magistral. Aunque se nos cala un par de veces en mitad y mitad del torrente, la furgoneta arranca sin problemas y prosigue sin rechistar. Una vez en la otra orilla, iniciamos los 190 primeros kilómetros de la antigua Kolyma Highway, o la Carretera de los Huesos, una ruta con una historia terrible. Fue construida con el sudor esclavo de los presos de los gulag rusos, y bajo ella reposan los huesos de aquéllos que iban falleciendo en las durísimas condiciones de los trabajos forzados y los inviernos del lejano oriente ruso. Testimonio de esa trágica historia es el pequeño conjunto de barracones que encontramos nada más cruzar el río, donde antaño dormían los presos. Debemos seguir sin cesar, pues nuestro destino aún queda lejos.
Pasamos prácticamente cinco horas por esta pista de montaña bacheada, conduciendo sin parar, durmiendo sentados y con las rodillas replegadas, con la calefacción a toda pastilla y con los últimos hits dance y pop rusos del momento. Nos cruzamos algún que otro vehículo por esta remota zona. Uno de ellos nos comenta que ha visto un oso. Nosotros simplemente vemos sus enormes huellas en la nieve al cabo de un rato. Unas fotos rápidas y corriendo hacia la furgoneta.
Llegamos a las cinco de la madrugada a Tomtor, desde donde se toma el desvío hacia Oymyakon. Repostamos en la gasolinera de la localidad y iniciamos los últimos 30 kilómetros hasta nuestro destino. Tardamos dos horas en recorrer sólo 30 kilómetros. Sobra decir que el estado del camino era bastante complicado: baches enormes, agujeros llenos de agua y hielo, desvíos a través de la taiga… pero finalmente, llegamos.
La casa de Tamara
Son las siete de la mañana y el sol ya empieza a bañar el paisaje. En la casa de Tamara y su marido, la única del pueblo que acoge a los pocos turistas que llegan hasta aquí, las luces están encendidas y la comida caliente a punto de ser servida. Nos descalzamos en la sala de transición, una especie de sala a modo de cámara de aire que aísla la casa del frío extremo exterior.
Abrimos la segunda puerta, la que da acceso a la vivienda, y Tamar y su marido, una alegre pareja de unos sesenta años, nos recibe con calidez. La comida está lista en la mesa: deliciosa sopa de carne, y para picar un poco de pato hervido. Hay también pastas tradicionales y pescado crudo. El omipresente “chai”, o té, da paso a las despedidas para dormir. Mañana (hoy) será otro día. Necesitamos dormir, ni que sea unas horas.
Una tarde en Oymyakon
El despertador suena a las doce del mediodía pero el agotamiento es tal que finalmente nos despertamos sobre las dos. La mesa de la cocina siempre está lista en casa de Tamar, por lo que desayunamos (o comemos) a cuerpo de rey los deliciosos manjares que ella cocina sin cesar. Nos calzamos y salimos, cámara en mano, a visitar la localidad. Slava y Misha están realizando mantenimientos en la UAZ. El camino es exigente, muy duro, y la mecánica sufre mucho. Ellos, incansables, no paran de montar y desmontar piezas, de revisar, de ajustar, y todo siempre con una sonrisa en el rostro.
Oymyakon es una tranquila localidad de 900 habitantes situada en la República de Sajá, en Yakutia, Rusia. Se podría decir que es un pueblo aislado si no fuera por el camino de unas ocho horas que nos ha traído hasta aquí. Ocho horas desde el río Kyubeme, más un par o tres de horas hasta el siguiente pueblo. Dos días de viaje desde los 250.000 habitantes de Yakutsk, la capital de la República de Sajá. Sus habitantes son autosuficientes aquí en muchos aspectos. Hay ganado por todas partes, y caballos para moverse. También furgonetas, motos sidecar y vehículos. Barcas para pescar (en verano) en el río que cruza el pueblo. En invierno, agujerean el hielo y pescan los peces que viven bajo él.
Llegamos al monumento que conmemora el récord de temperatura de Oymyakon. El 26 de enero de 1926 se alcanzaron los -71,2 grados bajo cero. La temperatura más baja jamás registrada en un lugar habitado (exceptuando las bases científicas en la Antártida). Es por ello que a esta localidad se la conoce como “El Polo del Frío”. Cada año se alcanzan temperaturas bajo cero durante más de nueve meses aquí. En enero o febrero rebajan los cuarenta bajo cero. En julio se alcanzan los treinta grados positivos. Enormes contrastes en una localidad adaptada, por necesidad, al clima extremo.
No hay cañerías, pues se congelan. Los aseos (letrinas) de la casa están fuera de la misma, y sí: uno debe salir de los confortables veinte pocos grados de la calefacción de la casa para salir al exterior y hacer sus necesidades. La central térmica de la localidad no para de quemar para mantener la temperatura constante en el interior de las casas. Si se alcanzan temperaturas inferiores a menos de 50 grados bajo cero, se cancelan las clases. Porque sí, aquí la vida sigue su ritmo habitual, y como nos comenta Tamar, sus nietas realizan cada día a pié los siete kilómetros que les separa hasta la escuela. Haga calor, frío, frío extremo, llueva o nieve. Cada día.
Últimas horas en Oymyakon
A media tarde nos recogemos de nuevo en casa para saborear la merienda a modo de cena que nos ha preparado. De nuevo sopa caliente, esta vez acompañada con pescado frito y pastas tradicionales. Con la barriga bien llena nos vamos a la sauna rusa, la banya, donde durante media hora sudamos de mala manera mientras nos arrojamos cazos de agua helada por encima. Salimos totalmente renovados, es increíble lo bien que sientan estos contrastes. Los dos cubos de agua caliente, situados encima de la estufa que da calor a la banya, ni los hemos tocado. Esta vez son nuestros compañeros rusos quienes se ríen ante este hecho: ¿cómo podemos haber gastado cuarenta litros de agua helada y ni un sólo litro de agua caliente? Cosas de la vida…
Ya de noche, es momento de disfrutar de la tranquilidad de Oymyakon. En este lugar del mundo el silencio exterior es abrumador, la vida reposada y las conversaciones en la cocina interminables. En el libro de visitas aparece sólo un español en todo el año 2012, y en el álbum de fotos vemos a Mario Picazo, quien realizó hace un tiempo un reportaje para TVE de la serie “Climas Extremos” en este mismo lugar, y se alojó aquí mismo.
Nosotros dejamos nuestro pequeño recuerdo y nos vamos a dormir, pues mañana nuestra ruta prosigue. Tenemos que deshacer camino hasta la carretera principal, volviendo a cruzar el río Kyubeme, y encarar la M56 hasta Magadán, nuestro destino final en este viaje.
Artículo escrito por Ignasi Calvo
Twitter: @spektakl
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