Un paseo por Shilin, la madre de todos los rastros

Un paseo por Shilin, la madre de todos los rastros
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Cuando hace un mes me dijeron que volvería a Taipei no pude evitar sonreír. El año pasado estuve y pese a que fue un viaje de trabajo, pude disfrutar de parte de la oferta cultural y de ocio que ofrecía la ciudad. Había muchos motivos para desear volver a la capital de Taiwan pero por encima de todos ellos uno muy claro: Shilin.

Shilin me marcó y en él descubrí uno de mis lugares favoritos. La madre de los rastros, un espacio que compaginaba a la vez la vida de los turistas con gente de dudosa reputación. Armonía entre dos formas muy distintas de vivir pero sin conflicto aparente. Un espacio donde la línea que separa lo original de la falsificación se difumina. Bienvenidos al mayor mercado nocturno de Taiwan.

De mercado local a atracción turística

Shilin tiene unos cuantos años, más de cien para ser exactos. Creado en 1909, pero puesto en marcha tres años más tarde, comenzó siendo un lugar de mercadeo tradicional. Por aquel entonces la isla estaba dirigida por el imperio japonés y su gente se dedicaba a la exportación de arroz y azúcar. Este mercado, situado en el distrito de Shilin, acogió a muchos comerciantes hasta que en 1945 cambiaron las tornas y Taiwan pasó a estar bajo el mandato de China.

Si ahora viajáramos en el tiempo y fuéramos al Shilin de mediados del siglo XX, poco tendría que ver con el mercado actual. Con el paso del tiempo fue perdiendo peso como lugar de intercambio de alimentos básicos y cada vez más fue pivotando hacia la alimentación con platos a día de hoy muy conocidos como la carne de pollo, las empanadillas, el difícil de olvidar stinky tofu o la tempura entre otros.

Shilin 14 Shilin, a pesar de ser parte atracción turística también es lugar de ocio para los taiwaneses.

Para acomodarse a las normativas de seguridad, el mercado original tuvo que ser clausurado y demolido a finales de los noventa para posteriormente ser relocalizado temporalmente hasta que se prepara todo. Finalmente en 2006 todo volvió a la normalidad y esto cambio sirvió también para abrirse al turismo y convertirse en una de las atracciones de Taipei.

Falsificaciones entre neón

Cuando fui la primera vez fue gracias a la recomendación de un amigo. “Te va a encantar” me aseguraba y lo cierto es que fue así. Cogí el metro para dirigirme al distrito de Shilin (está a una media hora en transporte público del centro) y salí en Jiantan para descubrir una masa de luces de neones que se replegaba en pasillos estrechos llenos de gente. Me acerqué cual polilla y de ahí no me sacaron en unas cuantas horas.

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Shilin, como dirían los hipsters, se ha vuelto mainstream, comercial. Es cierto, pero en ese intento por llegar al gran público ha forjado una identidad extraña, grotesca. Una criatura de muchas caras que intenta engatusar a los turistas con sus imitaciones de productos falsificados y al mismo tiempo convencer a los suyos de que esto, pese a todo, sigue siendo original.

No hay rutas para andar por Shilin y lo mejor es dejarse llevar por sus pasillos, observando las muchísimas tiendas y los pequeños puestos de comida. Puedes ir tranquilo, nadie te intentará robar ni agredirte salvo que lo vayas buscando explícitamente, luego me explico más en detalle pero ya os adelanto que no acabé con un ojo morado.

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Paras en las tiendas, descubriendo productos con clara influencia estética japonesa. Lo kawaii (o mono, si me permitís la traducción) juguetes de animales de todo tipo, productos oficiales (o no) de Line, porque allí WhatsApp más bien poco. Seguimos con nuestro camino viendo productos de Disney, fundas para móvil de todo tipo y es aquí cuando empezamos a ver lo extraño y surrealista que es Shilin.

Taipei ha sabido convertir un mercado convencional es una atracción turística para el resto del mundo pero sin renunciar a su propia identidad.

El paraíso de las fundas de móviles raras

Si creéis que la tienda de vuestro barrio con sus fundas para móviles y olor a plástico barato son lo más, mejor pasearos por aquí. Puedes darle cualquier forma a tu teléfono, incluso la de un plátano. A cada cual más extraña y rara pero paseando de un puesto a otro di con la funda definitiva. No hay palabras, solo imágenes, o un vídeo más bien.

 

Aquí la tenéis, una funda con la que seguro nunca te pararán en ningún control de seguridad en un aeropuerto. Por un lado Osama Bin Laden, en el otro Barack Obama. Extraño, descacharrante, tentado estuve de comprarla pero luego recordé que igual lo de pasarme unos cuantos años en una cárcel en Asia no era el mejor plan del mundo. Cuestión de prioridades, pasé de ella pero he de reconocer que en mi vuelta a Taipei estuve tentado. No la encontré, por fortuna.

Tras una ronda de reconocimiento decidí animarme a comprar algunas cosas y pronto descubrí que, como en un buen mercado, esto se trataba de regatear muchas veces. De coger una calculadora de plástico en una tienda y marcarla al vendedor lo que estabas dispuestos. Daba igual que su pobre inglés y mi todavía más paupérrimo chino fueran insuficientes, el idioma que marcaba la conversación eran los números y los aspavientos de ambos al no llegar a un acuerdo.

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Se regatea, claro, porque muchas de las cosas que se venden en Shilin no son originales. Copias falsificadas de todo tipo y secuestros de iconos y referencias del pop para embucharlas en contextos completamente diferentes. Otras veces buscan la originalidad y la fidelidad al producto original y es que, como no te antes con cuidado es fácil que te den gato por liebre, aunque aquí ya veníamos con la mente de llevarnos felinos a casa.

Peleas de bajo presupuesto, pero en la vida real

El momento de climax de aquella primera noche en Shilin fue ver una pelea callejera. Andando hacia al metro, embobado mirando tiendas, noté que todo el mundo se paraba. A unos cinco metros, dos chavales con tatuajes en los brazos comenzaban a andar en círculos mientras lanzaban golpes al aire con más intenciones de intimidar que de realmente atinar. Entonces, como si de una película de bajo presupuesto se tratara, ambos se quitan las camisetas. Éxtasis audiovisual en mi cabeza.

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Sendas camisetas de tirantes pero en sus espaldas asomaban tatuajes tribales. Preguntando a gente cercana descubrí que efectivamente eran de bandas callejeras. No estaba tenso, ni siquiera temía porque alguno me viera y me intentara cruzar la cara. Al revés, disfrutaba de una de las atracciones más que regalaba Shilin. Tras dos o tres guantazos, ambos caballeros decidieron tomar caminos diferentes. Empate técnico, los únicos que ganamos fuimos nosotros, espectadores de aquel encuentro.

No te dejes llevar por los prejuicios, Shilin no es un sitio peligroso. Más bien al revés.

La semana pasada volví a Shilin para descubrir que todo y a la vez nada había cambiado allí. Tiendas que habían cambiado de lugar, productos idénticos de un año para otro. Se mantenía la esencia y ese olor a stinky tofu que atraviesa todas las calles del mercado.

Volví a pasear, a pararme en todos los puestos y descubrir que seguía teniendo ese toque mágico. Falsificaciones, productos que parecían legítimos y esos cocineros desafiando una y otra vez nuestras ortodoxas reglas de higiene. Seguía ese mismo ambiente, esa mezcla entre turistas curiosos y gente del barrio con sus pintas.

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Es difícil meterse en líos aquí y es que a pesar de todo, tienen muy bien atada la experiencia. Puedes, me explicaba un amigo, buscarte algún lío al intentar charlar con algún pandillero del barrio que se te acerque al descubrir que vas solo de paseo.

No te pasará nada malo, pero probablemente a la mañana siguiente despertarás en el hotel sin 100 o 200 euros que, horas antes, habrás invertido en salir de fiesta por garitos de karaoke con ellos. En Taipei se sabe apreciar la amabilidad de los turistas precavidos, a veces demasiado.

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