En plena Segunda Guerra Mundial, con los bombarderos de la Luftwaffe machacando sistemáticamente Londres, Wiston Churchill decidió, contra el criterio de su personal y el ejército, que sólo bajaría al refugio antiaéreo para las cosas importantes: las reuniones con la plana mayor de las Fuerzas Armadas para seguir presentando batalla a Hitler y la siesta.
Seguramente esa fue la mayor contribución de nuestro país a la victoria aliada: haberle enseñado a un joven periodista inglés en aquella Cuba (aún) española las bondades de la siesta tan bien y tan sólidamente que cincuenta años después cuando hubo que tomar las difíciles decisiones que ganaron la guerra, el Primer Ministro Churchill estaba atento, ágil y fresco como una rosa.
Diréis que me estoy viniendo arriba y quizá estoy sobredimensionando ligeramente el papel de las siestas, pero tras tantos años escuchando que es la antítesis de todo lo moderno, interesante y productivo alguien tiene que reivindicarla. Y a eso hemos venido.
El mito de las ocho horas diarias
Aunque aquello de 'Ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso' tiene sólo un par de siglos (parece ser que la propuso Robert Owen en 1817), la idea generalizada es que dormir ocho horas del tirón no sólo es lo mejor sino que ¡es lo natural!
Pero no. Te dijera lo que te dijera tu madre, dormir ocho horas del tirón es algo relativamente nuevo. Roger Ekirch, que ya llevaba muchos años dándole vueltas al tema, recopiló en su "At Day's Close' más de 500 referencias (diarios, manuales de medicina, extractos de obras literarias o reportes antropológicos de tribus actuales) con los que ilustraba que antes de la luz eléctrica y la expansión de la revolución industrial, los seres humanos no solían dormir 8 horas seguidas sino que solían dividir el sueño en dos partes.
No debería sorprendernos, pero lo hacemos. Como dormimos tan a menudo (y no existen programas tipo 'MasterChef' dedicados a buscar el mejor dormilón amateur de España), nos olvidamos de que 'dormir' es una actividad tan cultural como comer, ligar o ir al baño.
Esto significa que los hábitos de sueño son la combinación de tres cosas: los ciclos biológicos propios del sueño y la vigilia, las condiciones ambientales y las prácticas culturales.
En el caso que nos ocupa, la somnolencia en mitad del día está relacionada con los ritmos circadianos y los ciclos del sueño "de 8 horas" y es conocida como 'puerta secundaria de Lavie' por los que se dedican al tema - la 'puerta principal' al sueño ocurre por la noche unas 16 horas después de despertarnos.
A esta somnolencia 'natural', se suman las altas temperaturas que se dan durante los mediosdías de las zonas del mediterráneo, sur de Europa, sureste asiático o de buena parte de América. Zonas en las que hemos sido, todo hay que decirlo, grandes cultivadores de la siesta.
Y por último, el factor cultural. El tiempo, como decía más arriba, está regulado socialmente. Eso explica, por ejemplo, que en regiones frías como la Patagonia se practique la siesta con devoción y militancia. O que en España, donde el almuerzo es fuerte y contundente (con la redirección de recursos al sistema digestivo), dar una cabezada sea más habitual que en países con climas similares pero almuerzos más ligeros.
¡Siesta! ¡Qué fantástica fantástica esta siesta!
Sea como sea, lo que estamos descubriendo es que echarse la siesta es una muy muy buena idea. En general, los beneficios de la siesta se notan sobre todo en lo que respecta al estado de alerta, la atención y la capacidad cognitiva pero no se quedan sólo ahí.
El primer gran estudio que demostró la utilidad de la siesta fue en 1995 y lo realizó la NASA. En él se examinó el efecto de las siestas en los pilotos. A un grupo de pilotos se les permitió dormir una media de 25 minutos durante el vuelo y a otro no. Los resultados fueron brutales: una mejora de entre el 16% y el 34% en el tiempo de reacción frente al grupo control.
Desde entonces no hemos hecho más que confirmar los beneficios de dar una cabezada. Las siestas planeadas, por ejemplo, han demostrado su eficacia en servicios médicos de urgencias (tanto en profesionales como en estudiantes).
"La siesta mejora la memoria verbal, las habilidades motoras y el aprendizaje"
De hecho, Sara Mednick de la Universidad de California Riverside, sostenía en un estudio publicado en 2008 que la siesta es mejor (¡mucho mejor!) que el cafelito después de comer: mejora la memoria verbal, las habilidades motoras y el aprendizaje. De hecho, parece que podría mejorar la capacidad de aprendizaje en el trabajo y, de paso, prevenir el burnout
Por si no os parece suficiente, la siesta ayuda con el estrés y, como descubrieron en una investigación de 2007 llamada 'Siesta in healthy adults and coronary mortality in the general population', podría estar relacionada con un menor riesgo de enfermedades cardiacas. Más aún, como dicen en el British Journal of Nutrition y esto me viene genial para la dieta, podría ayudar a la prevención de la de la obesidad.
¡Deja de leer esto y échate una siesta!
Aunque no cualquier siesta: como todo lo que merece la pena en esta vida, hay una siesta para cada uno de nosotros.
En realidad, el arte de la siesta reside en la duración. Si somos capaces de cortar en los momentos precisos no sufriremos ningún tipo de inercia del sueño (como llaman los expertos a ese aturdimiento que a veces nos acompaña cuando nos levantamos). En cambio, si despertamos en un mal momento, es muy posible que estemos el resto del día hechos pedazos.
Nosotros podemos daros unas claves generales, pero como en todo, la práctica (y conocerse a uno mismo) es muy importante. Como cada uno tenemos unos ritmos propios e intransferibles, sestear es lo único que nos ayudará a saber cuál es nuestra duración perfecta.
En general hay varios tipos de duraciones óptimas que van desde los 6 minutos a la hora y media. Las siestas de 6 minutos ayudan a mejorar la 'memoria declarativa' ( "aquellos recuerdos que pueden ser evocados de forma consciente, como hechos o eventos específicos" ), por lo que las hacen idóneas para antes de un examen o de jugar al trivial.
La reina de las siestas, la siesta clásica, el madrid-barça de las siestas, es la de 10-20 minutos. Algunos especialistas del sueño como Sara Mednick sostienen que esta siesta sirve para dar un impulso rápido a nuestra capacidad cognitiva minimizando el peligro de inercia: por eso la llaman, y volveremos sobre el tema, 'power nap'.
En otra liga juegan las siestas de 60 minutos que ayudan según parece al procesamiento de la memoria cognitiva - básicamente porque durante ese tiempo nos da tiempo a tener la fase de 'sueño lento' que es la que, en teoría, nos ayuda a fijar la memoria.
El siguiente punto de corte son los 90 minutos, o como las llamaba Camilo José Cela, "siestas de pijama, Padrenuestro y orinal". Pero quizá estas siestas, para el común de los mortales, sean 'dormir por encima de nuestras posibilidades'.
La siesta es la nueva magdalena
Como vemos, hay una amplia variedad de tipos de siestas adaptadas para todos los gustos y posibilidades. Y, aquí entre nosotros, más vale que os deis prisa en escoger una de ellas porque, en los últimos años, estamos viviendo un 'revival' de la siesta, la nap o el risposo. Y no sólo por factores meteorológicos. En los últimos veinte años, el porcentaje de gente que tomaba la siesta al menos una vez a la semana ha pasado del 36% al 80%. Además, aunque la crisis frenó un poco el proceso, hay cada vez más empresas (Google, Huffington Post o algunos equipos de baseball americano) que tienen zonas diseñadas para poder echar una cabezadita en el trabajo.
Espabilemos, señores, y hagámonos 'Nap Evangelists' ahora que estamos a tiempo. Porque tras años de criticar a la siesta por representar el mítico mal español, va a resultar que la siesta es la nueva magdalena. Y dentro de nada vendrán a vendernos la nueva y mejorada 'power nap' que como la cup-cake es lo mismo pero con un poco de foundant por encima.
Imagen | pedrosimoes7
Imagen | horseman7869
Imagen | BryonLippincott
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 0 Comentario