Es 14 de febrero y HBO, quizá la mejor pareja sentimental que hayas tenido durante los últimos años, tiene un regalo para ti. Se llama Vinyl, cuenta entre sus creadores a Martin Scorsese y Mick Jagger (!) y trata sobre la convulsa y apasionante industria musical de la década de los setenta, cuando aún existía algo merecedor de tal nombre. Y sí, a priori tiene todo lo que uno podría esperar sobre el rock 'n roll, los setenta, Scorsese y Jagger: alboroto, exceso, sexo, una excelente selección musical y un impecable técnico. Pero veamos de qué va realmente.
¿Qué es exactamente Vinyl?
De momento, una temporada de diez episodios a estrenar este domingo. El personaje principal se llama Richie Finestra, un italoamericano condenado a salvar su sello, American Century, de la ruina en el periodo de transición que llevó de los edulcorados años sesenta al desenfreno revolucionario de los setenta, la década donde pasó de todo en apenas un puñado de años. A Finestra lo interpreta Bobby Carnavale, que en televisión, recientemente, ha obtenido cierto reconocimiento gracias a su papel como Gyp Rosetti en Boardwalk Empire. La acción transcurre en Nueva York.
Vinyl aspira a ser un retrato de la industria musical contado del único modo que puede ser contado: entre toneladas de incertidumbre, tensión, un sinfín de drogas y sexo por doquier. El punto de partida es un cliché, pero el rock 'n roll es en sí mismo un cliché.
¿Quién está detrás de Vinyl?
Ya hemos mostrado un esbozo. HBO patrocina y financia el proyecto, cuya creación corre a cuenta de Terence Winter, Rich Cohen, Martin Scorsese y Mick Jagger. Sobran las presentaciones en el caso de los dos últimos, cuyo conocimiento de los entresijos de la escena musical de los setenta está fuera de toda duda (y cuya presencia, al menos, garantiza cierta narración de los hechos fidedigna). Terence Winter, por su parte, es el hombre detrás de Boardwalk Empire. También trabajó con Scorsese en el guión de El Lobo de Wall Street y formó parte del equipo de Los Soprano durante varias temporadas. Impecable carta de presentación.
Cohen, por su parte, es periodista y escritor, metido eventualmente a la producción televisiva de la mano de Scorsese, con quien trabajó en el anteproyecto de una obra finalmente no concretada titulada The Long Play, antecedente cercano de Vinyl.
¿Y qué hay del casting?
No es demasiado espectacular, pero eso suele importar poco en las producciones de HBO. Puede que la cara más reconocible sea la de Olivia Wilde, quien interpreta a Devon Finestra, la mujer de Richie Finestra. Se cuela el hijo de Mick Jagger, James Jagger, como líder de una prominente e incipiente banda de punk, The Nasty Bits. Ray Romano (Parenthood, Men of a Certain Age) interpreta a Zak Yankovich, estrecho colaborador de Finestra. Otros actores que quizá sean familiares para los habituales de las series: Max Casella, P. J. Byrne, Juno Temple y Birgitte Hjort Sørensen (Katrine Fønsmark en Borgen).
¿Qué han dicho los que ya la han visto?
Que mola bastante. En GQ, Maggie Lange la descibre en términos familiares a Scorsese: "En su resumen más simple, Vinyl son nueve horas de personas sudorosas y colocadas gritándose las unas a las otras". Dados los nombres detrás de la producción, no es de extrañar que la serie sea descrita como un absoluto frenesí, sucio, salvaje y puro, posiblemente pasado de rosca y con un montaje frenético. Un testimonio visual acorde a los setenta, donde la industria musical saltó por los aires varias veces y donde el fin del sueño de los sesenta se transformó en un lóbrego y desviado universo retórico vivido a mil revoluciones por minuto.
La acción se centra en Finestra, cuya interpretación a cargo de Carnivale parece ser maestra, en un nuevo relanzamiento de carrera protagonizado por un actor de tercera clase gracias a una gran producción televisiva. USA Today se rinde a sus pies: "Lo que sigue es a veces humorístico, a veces nostálgico, a veces un viaje repleto de obstáculos a través de la época, con una historia que de forma frecuente parece detenerse cuando está adquiriendo su momento. Aún así, cada vez que la historia se tambalea, los personajes y el obvio amor del show por la música popular en todas sus variantes consigue corregirlo".
En The New York Times ponen el acento en Scorsese: la descripción de una Nueva York decrépita y a la deriva, la corrosiva y ácida descripción del universo que pretende retratar, y el universo referencial de sus personajes (lo primero que hace Finestra es esnifar cocaína y marcharse a un concierto de The New York Dolls). Sin embargo, el piloto no parece haberles convencido tanto: "Cuando Vinyl trata menos sobre la música y más sobre la crisis de la mediana edad, no tiene éxito. Quiere ser The Velvet Underground y termina siendo algo más cercano a Emerson, Lake y Palmer". Lejos de las luces de la industria, ¿Vinyl palidece?
The Boston Globe se queda con lo único importante del rock 'n roll y de las películas de Scorsese: Vinyl es muy divertida. Tras una retahíla de adjetivos, Matthew Gilbert destaca el doble relato al que la serie somete a su protagonista, con flashbacks que recuperan el universo musical de los años sesenta (y edulcorados en comparación al corrupto, desagradable y salvaje mundo de la década siguiente). El piloto corre demasiado, pero la serie luego frena: "Vinyl es una historia sobre el exceso contada de forma excesiva, y tras un rato, la historia y los personajes necesitan respirar, y también nosotros".
¿Por qué lo que cuenta es importante?
Porque los setenta, en muchos sentidos, fueron una década donde la decadencia se glorifió a todos los niveles. En el lado de la música afroamericana, por ejemplo, la obtención de los derechos civiles por parte de la minoría negra no cambió su estatus social real, y en música tal desencanto se transformó en nuevas expresiones musicales puramente particulares, sin cortapisas y abiertamente experimentales. Los setenta son los años de la música disco y del surgimiento del funk, auténticos hervideros de creatividad y desenfreno sin límites.
En el lado del rock, por otro lado, el declive de la música psicodélica se enmarca dentro del desencanto generalizado de una juventud que había observado el fin de Woodstock a cambio de la presidencia de Nixon, de la Guerra de Vietnam y de la crisis del petróleo. Resultado: boom creativo, rabia y ruptura de cánones. Primero The Stooges y MC5, más tarde The New York Dolls y The Modern Lovers y finalmente, en la recta final de la década, el estallido ruidoso, efímero pero capital del punk, todo entremezclado con el cénit de la música progresiva y los últimos estertores del rock clásico antes de ser aniquilado en los ochenta.
El espacio temático de Vinyl es catárquico y profano, irrespetuoso y proto-nihilista. Quizá el mejor escenario para hablar de la industria musical.
¿Qué música importaba por aquel entonces?
Al fin y al cabo, esto es lo relevante.
Por lo pronto, los setenta asisten a la última gran obra magna de The Rolling Stones, Exile on Main St. Grabado en un caserío de Francia donde los productores tenían tanta importancia como los camellos locales y en un contexto de descontrol total, Jagger, Richards y compañía se las apañaron para grabar el que es discutiblemente el mejor disco de su carrera. La clase de amarenamiento enraizado en el blues, festivo y destartalado, que definió la música de The Rolling Stones está encapsualdo aquí en su más pura expresión.
Antes de que se consumieran a sí mismos, The Stooges inauguraron la década con dos álbumes antecedentes directos del punk que fueron publicados de puro milagro y que aún hoy son dos testigos privilegiados de la rabia, del no-future adelantado a su tiempo que fue aquel Detroit moribundo de la década de los setenta.
En Nueva York, a orillas del Atlántico, sucedía algo semejante de la mano de dos grupos esenciales para entender la herencia del glam rock al otro lado del charco y el incipiente surgimiento del punk local: The New York Dolls, que naturalmente aparecen en Vinyl, y The Modern Lovers, dirigidos desde Massachusets por una de las personalidades más brillantes de la década, Jonathan Richmann.
A partir de 1976 todo cambia: espoleados por el legado de The Velvet Underground, cuyo cadáver aún estaba fresco, los Ramones, Television, Richard Hell and the Voidoids, Talking Heads o Blondie, todos ellos en Nueva York, comienzan a saltar por encima de los cánones clásicos, emparentados de forma directa con la escena punk británica (mucho menos artística, muchísimo más subversiva) pero con un tono más creativo.
En el lado de la música afroamericana, la situación fue, quizá, aún más interesante. Los años setenta observan la consolidación del sello discográfico más relevante de soul de Estados Unidos: Motown. Trasladado a Los Angeles, desde la costa californiana edita algunos clásicos del género, firmados ya sea por Marvin Gaye o por Stevie Wonder.
De forma paralela, Estados Unidos recibió con los brazos abiertos el surgimiento y la epopeya breve pero legendaria de la música disco, quizá mimetizada de modo canónico por Chic, grupo liderado por el emblemático Nile Rodgers:
Junto a ellos, otros nombres clásicos y esenciales de la década. Todos los proyectos cercanos a George Clinton (de Funkadelic a Parliament), Earth, Wind & Fire, The Hues Corporation, The Jackson 5, Gloria Gaynor y un largo, larguísimo listado de artistas en estado degracia que contribuyeron a hacer de la música afroamericana y de la música de baile los dominadores totales de las listas de éxitos. En este contexto, con estas canciones aspira a triunfar Vinyl. Triunfe o no, los ingredientes, en el plano musical, no podrían ser mejores.
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