Todos los países afrontan un dilema conjunto, uno más, frente al coronavirus: reabrir la economía poco a poco limitando el impacto de los nuevos brotes. Algunos de ellos han depositado sus esperanzas en la tecnología. Aplicaciones y dispositivos que permitan identificar rápidamente los contactos cercanos o distantes de los nuevos contagios. Su efectividad, por el momento, ha sido limitada.
Y de ahí la nueva medida de Corea del Sur: códigos QR.
Obligatoriedad. Desde esta semana todos los coreanos que accedan a bares nocturnos, karaokes, discotecas, gimnasios o salas de conciertos estarán obligados a registrarse a la entrada. Una suerte de libro de visitas generado mediante códigos QR que, en caso de brote, permitirá a las autoridades identificar y localizar a todos los clientes o visitantes que coincidieran en tiempo y espacio con los enfermos.
¿Privacidad? Se trata de una medida muy invasiva. La información de cada persona quedará almacenada en una base de datos de la Seguridad Social coreana. Permanecerá allí cuatro semanas antes de ser eliminada. Las autoridades tendrán un acceso virtualmente ilimitado al historial de movimientos de sus ciudadanos durante un mes, siempre y cuando visiten los espacios de ocio más frecuentados en el país.
El decreto del gobierno contempla la posibilidad de extender registros similares a restaurantes, iglesias o bibliotecas, entre otros.
Experiencia. La elección de los locales no es casual. Corea del Sur, uno de los países que con más efectividad ha gestionado la epidemia, ha detectado tres grandes rebrotes durante las últimas semanas. El primero en Itaewon, relacionado con una zona de ambiente nocturno. El segundo en Bucheon, relacionado con un cumpleaños y un centro logístico. Y el tercero, el último, en Seúl, relacionado con eventos promocionales de una empresa.
En total, alrededor de 600 nuevos casos. Cuando el virus parecía ya controlado. Todo ello en un país cuyo modelo de rastreo ha sido ejemplar, minucioso y detectivesco. Pero también insuficiente.
Ineficiencia. ¿Llegan los códigos QR demasiado lejos? Puede que sí. Pero también son un último recurso por parte del gobierno coreano. Con anterioridad solicitaba a todos los visitantes de un bar o discoteca registrarse a la entrada con papel y bolígrafo. Sucede que muchos proporcionaban información falsa, haciendo imposible su localización. Fue algo especialmente evidente en Itaewon, en locales frecuentados por la comunidad LGTB (muy reprimida en Corea).
¿Y las apps? La medida coreana ilustra el limitado impacto de las apps en el control del coronavirus. Muy efectivas en el rastreo de sus usuarios, siempre y cuando dedican descargarla. En Noruega o Islandia, dos de los países donde las aplicaciones estatales han logrado una mayor penetración, su porcentaje de uso global apenas ha superado el 10% o el 40%. Insuficientes para servir de instrumento realmente efectivo.
Otro ejemplo es Singapur, donde apenas un tercio de la población descargó TraceTogether, su elogiadísima app de rastreo. En su lugar, el gobierno ha distribuido pequeños dispositivos portátiles que todos sus ciudadanos tendrán que portar consigo cuando salgan de casa. Los token registran por bluetooth los códigos de otros dispositivos. En caso de positivo, las autoridades pueden acudir a ellos para saber qué otras personas (contactos cercanos o frecuentes) podrían estar infectadas.
Más problemas. Tampoco es un método infalible. La aplicación está sujeta a los marcos de privacidad de Apple y Google. En el primer caso, hay que llevarla activada todo el rato para que funcione. Al igual que los Códigos QR coreanos, es un sistema que prioriza la seguridad colectiva sobre la privacidad del individuo, lo que ha generado cierta polémica en la ciudad-estado. Ante todo, no hay un sistema de rastreo perfecto.
Y más brotes. Pero si debiéramos quedarnos con una lectura en esta historia, que sea la siguiente: Corea del Sur y Singapur siguen buscando mejores herramientas para trazar y atajar porque siguen sufriendo brotes . Pese a contarse entre los países que mejor han combatido al virus. Esta pieza del Financial Times es muy ilustrativa. Si atendemos a Corea, cualquier esperanza de volver a la vida normal es ilusoria:
Las continuas dificultades de Seúl en el control de nuevos brotes demuestra que los gobiernos requieren de un persistente estado de vigilancia y de una disponibilidad a cambiar sus estrategias si desean reabrir sus sociedades. Situación que muchos podrían encontrar tan difícil como el confinamiento en sí mismo (...) "El coronavirus está atacando constantemente a los espacios y las clases más vulnerables de la sociedad", dice el alcalde de Seúl, Park Won-soon. "Debemos olvidarnos de la fantasía de que podemos regresar al pasado al que estábamos acostumbrados".
Imagen: Kim Hong-Ji/Reuters
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