Barcelona es una ciudad que siempre ha recibido a sus visitantes con los brazos abiertos. Pero la llegada masiva de turistas a la capital catalana que se está viendo en los últimos años y la gentrificación reciente de los barrios está haciendo mella en las comunidades vecinales y especialmente en un sector al que toca de lleno el turismo: la hostelería.
Cuando la pandemia azotó España las cosas cambiaron como es comprensible: medidas de aforo, limitación del espacio, reducción de mesas y personas y una regulación más estricta de las terrazas. Hoy la pandemia ya no existe. Y, sin embargo, muchos bares y restaurantes siguen aplicando algunas de estas medidas con otro fin: sacar rédito económico.
El fenómeno llega hasta el punto en el que en Barcelona varios establecimientos han prohibido ir a comer si vas solo. Directamente no admiten comensales si no van acompañados. El motivo es evidente: se niegan a usar una mesa para una persona, el mismo espacio que podría servir para dos e incluso tres comensales e inflar más la caja.
Tal y como se explica en este reportaje de EL PAÍS, un hombre fue rechazado hasta en tres locales en los que había mesas libres en la calle Blai, en el barrio de Poble sec, uno de los rincones gastronómicos de la ciudad: "En cuanto me levanté, se sentó un grupo de guiris que estaban detrás de mí. En la siguiente, me advirtieron de que solo tendría 20 minutos. Les especifiqué que quería cenar, pero insistieron que debería hacerlo en ese lapso de tiempo. Así que me levanté y en la tercera y última, ya en el último de la calle porque había bastante gente, me dijeron directamente que la terraza solo era para grupos", explica.
No está sólo. En el mismo artículo otros vecinos de lugar relatan situaciones similares en los que muchos bares del barrio con terraza ya se niegan a servir a los clientes que llegan solos. Una práctica que ya ha sido denunciada por FACUA-Consumidores en Acción, quienes la han calificado de "contraria a la ley" y "discriminatoria".
Desde la asociación explican que sólo sería válida si la normativa autonómica o municipal sobre hostelería permitiese expresamente esta conducta empresarial. Pero que en este caso se trata más bien de un posible comportamiento abusivo, puesto que el empresario genera un obstáculo para el disfrute por el consumidor del servicio ofertado. Y animan a cualquier persona que haya experimentado este inconveniente a denunciar los hechos a las autoridades de consumo.
Hora de cenar, hora de marcharse
Gran parte de estos establecimientos que han instaurado esta especie de solomangarefobia voluntaria (como se denomina al miedo de comer solo en público) suelen estar localizados en zonas donde existe una gran masificación turística, como pueden ser los barrios de Poble Sec o el Eixample. Un problema que ha acentuado otras prácticas perjudiciales para los residentes locales.
Por ejemplo, muchas terrazas de la capital catalana ya rechazan la posibilidad de pedir simplemente una bebida si no se va a pedir alguna tapa para acompañar. En muchos casos, las mesas exteriores solo se habilitan para comidas o cenas (que es lo que más dinero da). Una estrategia ampliamente criticada en redes ya que no sólo se da en los horarios habituales de comida y cena (de 13 a 16 y de 20 a 23), sino prácticamente a todas horas.
Una usuaria de Twitter lo ilustraba a la perfección: "19:43 y no nos han querido servir en la terraza de la arrocería de Sants porque ‘ya era la hora de la cena’". A la protesta se sumaba también la periodista Noemí Vilaseca en otra publicación. "Cuatro de la tarde. Antes de entrar en el MACBA queremos tomar un café. No nos lo sirven en la terraza porque "ya es la hora del aperitivo [previo a la cena, entendemos]".
Cronometrar a los clientes
La realidad es que con tanta gente demandando espacio en los establecimientos, se está llevando al sector a tomar medidas que no gustan a nadie. Hace algún tiempo, un usuario de LinkedIn se quejaba del trato de un bar del centro de Bilbao que había pegado un mensaje que decía: "Tiempo limitado de consumición de 30 minutos en la terraza". Otros locales como el café Flanders de la plaza Rovira i Trias, también en Barcelona, han puesto en funcionamiento una máquina de tickets que asigna un número de espera a los clientes como si se tratara de un supermercado.
Y en Magnet nos hemos hecho eco de varios casos de establecimientos con terraza en Barcelona que ya han comenzado incluso a cronometrar a los clientes: desde 40 minutos en una local de tapas a 60 en una pizzería. En otras ocasiones, los locales avisan con carteles pegados a los cristales que las estancias no pueden superar los 40 minutos. Hay que rentabilizar las mesas al máximo.
Para los dueños suena bien: si tu bar está hasta arriba y no queda mucho espacio para sentar a la gente, una sola mesa se traduce en una pérdida de ingresos. Pongamos que llegan tres grupos de clientes. Por lo general, tendrían que ocupar tres mesas distintas. En cambio, si se fijan límites de tiempo, puedes usar una misma mesa y sentar a más de dos grupos de clientes en dos horas, lo que multiplica los beneficios de esa mesa.
El problema es que no hay una regulación específica para limitar estas prácticas. Los hosteleros defienden que están en su derecho, que "es como la reserva del derecho de admisión en sus locales". Y la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) en este caso les da la razón: "Establecer un consumo mínimo o fijar un tiempo máximo de permanencia en la terraza es un práctica legal, siempre y cuando se le informe antes al cliente".
Imagen: Flickr (Jorge Franganillo)
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