Estamos ahora todos preocupadísimos por el planeta. Es la emergencia social número uno, y políticos, medios y empresas empiezan a plantear estrategias para rebajar nuestras emisiones a toda mecha. No es fácil cambiar el modelo y forma de pensar consumista y derrochadora de la que hemos hecho gala hasta ahora, y tal vez por ello desde todos los poderes se insta a la ciudadanía, si bien no a reducir sus emisiones de la noche a la mañana, sí al menos a empezar a crear esa conciencia.
A fuerza de mil y un artículos sobre cómo esos vuelos a San Francisco tienen un coste medioambiental en el que no pensamos y a recordarnos las bondades de una dieta baja en carnes, vamos cambiando el chip.
Ahora bien, ¿cuánto contaminamos? ¿Cuál es nuestro impacto individual, irremplazable y directo? Existen desde hace años calculadoras virtuales disponibles en la red para hacernos una idea de esta mella, caso de Tu huella ecológica. La de Footprint Project, por ejemplo, añade una funcionalidad de hacer una donación para paliar el agujero negativo que dejaste con tus viajes de vacaciones.
Pero la mayoría no tenemos tiempo de pasar por todo ese proceso de revisión, sacando facturas de la luz de septiembre del año pasado y analizando cada euro gastado en mil y un productos de la vida cotidiana. Por eso mismo hemos preguntado a distintos ciudadanos españoles, con distintos perfiles de gasto, para que puedas identificar a qué patrón de consumo te acercas más y también para que puedas dimensionar las relaciones de coste medioambiental de cada parcela de nuestro día a día. Lo personal es climático, como seguro que diría hoy en día Kate Millet.
El que comparte piso, tira de metro y disfruta de caprichitos
Arranquemos por un la huella del soltero medio, llamémosle Pedro. Pedro comparte piso en Madrid con otras tres personas, que va al trabajo cada día en transporte público, y con algunos pequeños caprichos.
Nuestro joven es de fuera de la capital, por lo que cada cierto tiempo se traslada a su ciudad natal para visitar a los amigos y la familia. Aunque no tiene coche, lo tuvo durante los primeros meses del año, pero cuando terminó de estropearse (típico coche viejísimo heredado) pensó que no le salía rentable renovarlo, ya que casi todos sus trayectos son en metro.
Como cualquier persona normal, tiene sus gastos. Es aficionado a los videojuegos y a la electrónica, por lo que se le ha ido algo de dinero por ese lado, aunque es más ahorrador que la media en cuanto al gasto en bares y restaurantes.
Resultado: 6.96 toneladas métricas de CO2 emitidas en un año. Para hacernos una idea, la media de la huella de emisiones de España es de 5.03 toneladas por habitante. Es decir, que nuestro participante se pasa casi por dos toneladas. Como consuelo, la media de gasto por ciudadano de entre todos los países desarrollados es de once toneladas. Y he aquí el mazazo: si queremos combatir el cambio climático las estimaciones dictan que deberíamos bajar nuestro consumo individual a dos toneladas por persona.
Viviendo solo, con mascotas y sin quitarse de nada
Sabemos que el consumo eléctrico de un soltero es más contaminante que para quien comparte piso (por la sencilla razón de que gastas lo mismo en calentar una casa para una persona que para cinco). Por eso, como vemos, son más toneladas las de Patricia que en el caso de Pedro.
Patricia trabaja en casa y viaja con mucha menos frecuencia que nuestro chico de antes, siempre en transporte público, con lo que su gasto en transporte tradicional cae en picado. Ha hecho, eso sí, un par de viajes vacacionales este año, con sus vuelos incluidos, todos dentro de Europa.
Todo va bien hasta que llegamos a la huella secundaria: estamos ante una derrochadora consumista. Sólo en ropa se le han ido 2.000 euros, lamenta, pero también 1.800 en muebles y otros objetos de consumo y mucho más en comida, ya que también está alimentando a sus gatos… Son casi 8 toneladas de CO2 para el medio ambiente, tres por encima de la media nacional.
Aquí se repite una de las características que más llaman la atención. Aunque desde los medios se nos anima constantemente a consumir menos carne o a ahorrar en nuestro gasto de la luz, es muchísima más contaminación la que se nos va con el consumismo material.
Un vegano que trabaja desde casa
Pero, ¿qué pasaría si cambiamos la dieta por una vegana? Ya nos sabemos la canción, un kilo de vaca son 15.000 litros de agua frente a los 300 litros del kilo de patatas. Andrea vive en el centro de una importante ciudad española, compartiendo piso con otros dos compañeros y trabajando desde casa. Y es una orgullosa vegana.
Espera los resultados del test con ilusión, pensando en lo mucho que se ahorrará en emisiones frente a los demás. Según su gasto económico y si hubiese sido omnívora Andrea habría gastado 2.54 toneladas de CO2 al año, mientras que siendo vegano, a mismo gasto alimentario ha generado 1.30 toneladas, una rebaja nada desdeñable. Teniendo en cuenta que Andrea no tiene coche, debería estar por debajo de la media nacional, ¿no?
Error. Este año Andrea se ha comprado un iPhone, también algún que otro juguete, y tiene un gasto mensual especialmente alto (2.000 euros anuales) en productos digitales, ya que está suscrita a multitud de servicios de internet. Su consumo secundario vuelve a subir la media por encima de lo recomendable.
Piso tradicional, al trabajo en coche y muy viajero
Juan tiene una vida de joven no independizado bastante clásica. Va y vuelve todos los días al trabajo en coche, que le queda a 20 kilómetros de casa. Tampoco deja de viajar los fines de semana si hace falta, con un saldo final de 9.500 kilómetros ese año.
El piso en el que viven además es tradicional, esto es, con una calefacción central encendida varios meses en invierno a su buena temperatura (si otros participantes han indicado consumos de 2.000 o 3.000 kwh en gas en la vivienda, en su caso se les ha ido a los 22.000). Como vive en la casa familiar también puede permitirse algún derroche, y por eso planeó un largo y lujoso viaje de tres semanas recorriendo toda la costa oeste de Estados Unidos y otra semana en París. “Cosa de una vez en la vida”, nos dice.
Pedir comida a domicilio, comprar ropa sin mirar el precio… pongamos este ejemplo como aquel que, con un sueldo normal, se permite todo el consumo disponible para un individuo medio. Resultado: Juan tiene la huella de casi tres ciudadanos españoles y siete personitas si nos comprometemos con los objetivos climáticos. Su huella está, eso sí, por debajo de las del estadounidense estándar, actualmente en 15.53 toneladas anuales de CO2.
La familia suburbana de toda la vida
Vamos con el estándar, el ejemplo prototípico de la España de extrarradio con los niños y el coche. Sara y su pareja tienen un niño, viven en un adosado en una pequeña ciudad a las afueras de la capital y ambos van cada día al centro a trabajar. Como estamos midiendo las emisiones individuales, tenemos en cuenta sólo las de Sara, que no coge el coche para ir al trabajo todos los días, como si hace su marido.
Cosas que gastan un montón: los niños. Son un gran gasto en papillas especiales, medicamentos y pañales, y eso se refleja en sus cuentas (aunque a decir verdad parece que Sara no tiene tanto gasto en bienes personales como los otros participantes de esta lista).
El gasto asociado al uso de coche era esperable, pero, ¿a qué viene tanto gasto en combustible? A su calefacción de gasóleo. No es mucho gasto económico, pero ha sido una sorpresa para ellos descubrir la enorme huella que pueden dejar nada, 2.400 litros de este combustible al año. Su gasto energético individual es casi el equivalente a todo el gasto anual de una persona.
Como habrás visto, en todo este tiempo sólo estamos midiendo el impacto en CO2 desde unas métricas muy concretas. La contaminación de gases de efecto invernadero va mucho más allá y estas mediciones son sólo un análisis aproximado. En este caso, por ejemplo, queda bien clara casi toda la emisión de su energía, ya que el gasoil emite CO2 casi por entero, mientras que el diesel genera mucho más óxido de nitrógeno o partículas.
De la misma forma que estas herramientas de medición sólo pueden discriminar hasta cierto punto lo que contamina cada producto. Por ejemplo, todos sabemos que no es lo mismo comprar todos los productos de cercanía que pidiéndolos a China, aunque las calculadoras no permitan señalarlo, o que no es la misma acción climática que compres el café en grano y al peso y lo muelas en casa que si lo compras en cápsulas de Nespresso, aunque el dinero gastado en la cesta de la compra sea parecido.
El que vive en pareja y tiene un bitcoin
Alejandro vive con su pareja y tiene un trabajo que puede hacer en remoto. Aun así tira bastante del coche todos los días. Alex no ha hecho uno, sino dos viajes largos en avión, de los de cincomiles de kilómetros de distancia. Lleva por lo demás un control bastante férreo de sus gastos: vale que ha tenido que apoquinar cuando se ha tenido que hospedar fuera, pero tampoco es la persona que más dinero se deja en ropa o cacharros tecnológicos del mundo.
Su abuso climático es, como vemos, una combinación de factores. No hay un solo culpable. Aunque sí hay una negligencia evitable: Alejantro tiene una unidad de bitcoin, ese producto de la minería que en cuestión de unos años ya está gastando tanta energía como prósperos países del primer mundo.
A ojo, el consumo de un año de energía necesario para la minería bitcoin son 71 terawatios hora, y si hacemos una sencilla regla de tres teniendo en cuenta que hay en la actualidad 17.809.787 bitcoins, nos sale que una unidad consume 3.986 Kwh, casi como la electricidad necesaria para mantener durante un año a una familia de cuatro o cinco personas (dependiendo de la eficiencia energética). Más de una tonelada de CO2 se le ha ido por aquí.
Desempleado y gran ahorrador
Parecía que era imposible encontrar a nadie que estuviese por debajo de la media oficial de gasto española, pero lo hemos encontrado. Es natural que gaste menos dinero y compre menos cosas superfluas quien menos tiene. Carmen estuvo la mayoría de meses del año pasado en paro, conviviendo en casa con su pareja y, por tanto, haciendo pocos viajes, sólo uno de ellos en avión, tirando para todo lo demás de transporte público local y nacional, llegando a hacer con él 5.000 kilómetros. Ahí se nota bien la diferencia entre usar el tren y el bus que el coche.
Y pese a todo, pese a la contención, su huella podría haber sido más baja. Hay casi 2.000 euros de gasto en línea telefónica, suscripciones digitales y cursos de formación que, quieras o no, también suman. Muy bien nos iría, en términos medioambientales, con más personas como Carmen, pero sigue sin ser suficiente desde el punto de vista de los objetivos de París.
Pero todo esto no es suficiente
A partir de estas indagaciones varias de las personas encuestadas han reflexionado sobre sus propios consumos. La mujer de nuestra familia suburbana se ha puesto a mirar cómo sustituir su caldera de gasoil, y Pedro ha pensado que tal vez pueda pensar en las emisiones antes de comprar cualquier nuevo cachivache tecnológico rebajadísimo.
Pero también sabemos que reducir, reusar y reutilizar a nivel individual no es suficiente. Es más, que pasar por este proceso de penitencia ecológica puede ser contraproducente: exortar a realizar microacciones que palíen los gases de efecto invernadero provoca que esas mismas personas estén menos dispuestas a favorecer medidas políticas que luchen estructuralmente contra el cambio climático, pese a que es más importante poner impuestos a la fabricación de plásticos o limitar el tráfico que dejar de comprarse un móvil.
Lamentablemente nos toca pasar por todas las casillas. No hay solución actual sin combatir desde todos los frentes. Hay que cerrar cualquier infraestructura fósil ahora mismo, hay que empezar a reducir anualmente el tráfico de coches en un 5%, hay que cerrar industrias altamente contaminantes. No empezando en 2030, no, mañana. Nos quedan once años para la medianoche.
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