La recta final de 2016 está siendo bastante intensa en lo que se refiere a fallecimientos de famosos. En apenas unos días se han concentrado, por ejemplo, las muertes del cantante George Michael, el diseñador de arte Gil Parrondo y el director Eliseo Subiela, y mientras todavía se repetían los homenajes al ex integrante de Wham!, conocíamos otro fallecimiento más, el de la astrónoma Vera Rubin.
Rubin había tomado parte en uno de los descubrimientos más importantes de la física moderna, el de la demostración de la existencia de la materia oscura, pero se le resistía el reconocimiento máximo que podría recibir en ese campo, el Nobel de Física. Que nunca lo hubiera ganado se interpretó como una muestra más de la discriminación que las mujeres todavía sufren en la ciencia y, en concreto, en la astronomía, un campo en el que su trabajo ha sido clave para desentrañar algunas de sus preguntas más relevantes.
La materia oscura de Vera Rubin
La materia oscura es uno de los campos más estudiados por la astronomía moderna. Hasta llegar a las imágenes compuestas de los observatorios Hubble y Chandra, como la de arriba, que muestran presencia de materia oscura en cúmulos de galaxias, hubo bastantes investigadores que intentaron demostrar la teoría de Fritz Zwicky, que en 1933 observó que la masa gravitacional de las galaxias en un cúmulo era unas 400 veces mayor de lo esperado por su luminosidad, y atribuyó esa diferencia a la materia oscura, materia invisible que, sin embargo, formaba parte de esos objetos.
Vera Rubin (1928-2016) fue, junto con Kent Ford, la que ofreció las primeras pruebas observacionales de la existencia de esa materia, que se calcula que representa el 25% del Universo. Rubin, que no había podido entrar en la universidad de Princeton porque no admitió a mujeres para estudiar astronomía hasta 1975, estudió la velocidad de rotación de las estrellas de la galaxia de Andrómeda, descubriendo que giraban, según sus propias palabras, "de una manera totalmente inesperada según las leyes de Newton y Kepler".
Esa manera inesperada era que las estrellas en los extremos se movían casi a la misma velocidad que las que estaban en el interior de la galaxia espiral. Esas zonas centrales tienen una densidad de masa mucho mayor y, por tanto, las estrellas allí rotan más rápido. Pero si las de los brazos exteriores no giraban más despacio, quería decir que en aquellas áreas había una masa que no se podía ver, pero que influía en la gravedad y en los movimientos de las galaxias. Por los cálculos que Rubin desarrolló, en los 70, para explicar el fenómeno, obtuvo la Medalla de Ciencias de Estados Unidos, pero nunca el Nobel de Física.
La carrera espacial de Katherine Johnson
Una de las películas que más suenan de cara a los próximos Oscar es 'Hidden figures' (o 'Figuras ocultas'), que cuenta un episodio poco conocido de los principios de la carrera espacial y, en concreto, de la misión de John Glenn, el primer astronauta estadounidense que orbitó la Tierra. Se centra en la labor de las "computadoras", las mujeres que se encargaban de hacer todos los cálculos necesarios para el lanzamiento de la cápsula de Glenn y, en concreto, en el trabajo de Katherine Johnson (1918).
La historia de Johnson, matemática, está muy unida tanto a la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos (es negra) como a la dificultad de las mujeres por acceder a puestos de importancia relacionados con la ciencia y la ingeniería. Entró en NASA a finales de los 50 y enseguida fue asignada al equipo de computadoras que trabajaba en el programa espacial tripulado. Calculó la ventana de lanzamiento de la misión de Glenn y se dedicó a preparar cartas de navegación para los astronautas en el caso de que las misiones sufrieran algún problema. Trabajó para la NASA hasta los a los 80.
Los púlsares de Jocelyn Bell
La controversia de la predominancia de hombres como ganadores del Nobel de física tiene su mejor ejemplo en la astrofísica norirlandesa Jocelyn Bell Burnell (1943), descubridora de los púlsares cuando era una estudiante de doctorado de la universidad de Cambrige bajo la supervisión de Antony Hewish. Los púlsares son estrellas de neutrones con una rápida y periódica rotación, y cuyas emisiones de radio fueron captadas por Bell en 1967.
Lo que estaba observando con el radiotelescopio eran, en realidad, cuásares, pero detectó una anomalía en sus observaciones, una señal de radio de procedencia desconocida y que se repetía con periodicidad, como si fuera un faro. Bell tuvo que insistir mucho a Hewish para que tomara en serio dicha anomalía (que durante un tiempo fue conocida como señal Little Green Man-1), que acabaría siendo el púlsar PSR B1919+21. Por su trabajo, Bell ha recibido el título de Comandante de la Orden del Imperio Británico, pero el Nobel de física por ese descubrimiento fue entregado a Hewish y Martin Ryle en 1974.
Los tipos estelares de Annie Jump Cannon
A finales del siglo XIX, el astrónomo Edward Pickering contrató a varias mujeres para que le ayudaran a completar el catálogo estelar de Henry Draper en el observatorio de Harvard College. Entre sus colegas de la época, aquellas mujeres eran conocidas como "el harén de Pickering" o las computadoras de Harvard, porque su labor era estudiar, procesar y catalogar las estrellas captadas en las placas fotográficas por los telescopios del centro.
Una de ellas era Annie Jump Cannon (1863-1941), hija de un senador del estado de Delaware, que había estudiado matemáticas y astronomía animada por su madre. El trabajo de Cannon era catalogar estrellas según su luminosidad y, ante las divergencias de opiniones sobre cómo hacerlo entre sus compañeras, se le ocurrió clasificarlas según su espectro y, en concreto, según las líneas de absorción de Balmer. Así desarrolló los tipos estelares O, B, A, F, G, K y M, que todavía se usan en la actualidad (regla mnemotécnica para recordarlos: "Oh, Be A Fine Girl and Kiss Me").
Las cefeidas de Henrietta S. Leavitt
Las cefeidas son estrellas variables cuyos cambios en luminosidad son tan regulares, que se utilizan como velas estándar para determinar distancias en el universo. La primera persona que se dio cuenta de esa periodicidad, y de que la duración de esos pulsos estaba relacionada con su luminosidad, fue Henrietta Swan Leavitt (1868-1921), otra de las computadoras de Pickering, a la que el astrónomo de Harvard había asignado el estudio de las estrellas variables.
Leavitt publicó sus resultados en 1908, tras haber estudiado numerosas variables en la Gran Nube de Magallanes, y éstos fueron empleados después por astrónomos como Ejnar Hertzsprung para determinar la distancia de varias cefeidas en la Vía Láctea y, después, por Edwin Hubble para demostrar que el universo estaba en expansión, junto con cálculos de los corrimientos al rojo de objetos muy lejanos hechos por Vesto Slipher.
El catálogo de Caroline Herschel
Seguro que todos conocéis a William Herschel, descubridor de Urano. ¿Pero a su hermana Caroline (1750-1848)? Al igual que William, con el que colaboró en sus observaciones astronómicas, era una persona polifacética que, además de dedicarse a la ciencia, era también soprano. El principal trabajo de ambos hermanos era catalogar estrellas, una tarea en la que Caroline se encargaba de realizar barridos periódicos del cielo en busca de puntos luminosos que no estuvieran antes ahí. Así es como descubrió varios cometas y cómo hizo un catálogo de todas sus observaciones que resultara más útil para la búsqueda de nuevas nebulosas.
Ese catálogo, publicado inicialmente sólo bajo el nombre de William Herschel, organizaba unas 2.500 nebulosa y cúmulos estelares según sus distancias polares (con el objetivo de que su sobrino, John Herschel, pudiera emplearlo en sus propias observaciones), y sería la base de lo que hoy se conoce como Nuevo Catálogo General. Caroline Herschel recibió en 1828 la medalla de oro de la Royal Astronomical Society.
Los cometas de Carolyn Shoemaker
Uno de los cometas más conocidos de los últimos tiempos es Shoemaker-Levy 9, que se fragmentó e impactó contra Júpiter en 1994. Los descubridores de aquel objeto eran Dan Levy y el matrimonio de Gene y Carolyn Shoemaker. Él fue uno de los fundadores del Centro de Astrogeología del Servicio Geológico de Estados Unidos, y ella empezó a colaborar con él, primero, buscando asteroides cercanos a la Tierra, un campo que,en los 80, se consideraba más una excentricidad que otra cosa, y que ahora se centra en la determinación del riesgo de impacto contra el planeta que esos cuerpos pueden tener.
Carolyn Shoemaker (1929) no empezó a dedicarse a la astronomía hasta que no había cumplido los 50, pero su paciencia y buen ojo para los detalles resultaron muy importantes para convertirla en una de las personas que más cometas ha descubierto individualmente (32, además de más de 800 asteroides). Continuó trabajando por su cuenta, en el observatorio de Monte Palomar, después de que Gene muriera en un accidente de tráfico, en 1997.
Williamina Fleming, la criada astrónoma
Las computadoras de Harvard se iniciaron con Williamina Fleming (1877-1911), emigrante escocesa que trabajaba como criada para Edward Pickering cuando éste le ofreció un puesto ayudando en la catalogación de las placas fotográficas de los telescopios ante, se dice, su descontento con el rendimiento de los hombres contratados para ello. Pickering le enseñó cómo analizar los espectros de las estrellas para que Fleming pudiera desarrollar una primera catalogación de las observadas por los astrónomos del Harvard College.
Ese catálogo, en el que trabajaron todas las computadoras (incluidas Annie Jump Cannon, Henrietta Swan Leavitt y Antonia maury), se publicó con el nombre de Catálogo Henry Draper, y Fleming llegó a publicar también su propia lista de 222 estrellas variables, descubiertas por ella. De todos los objetos que encontró, el más famoso probablemente sea la nebulosa de la Cabeza de Caballo, en la constelación de Orión, pero el crédito del hallazgo se lo quedó Pickering.
Las enanas marrones de Jill Tarter
El personaje que Jodie Foster interpreta en la película 'Contact', adaptada de un libro de Carl Sagan, está basado en Jill Tarter (1944), la cara más visible del Instituto SETI para la búsqueda de vida extraterrestre inteligente cuyos radiotelescopios, además, estudian el universo para avanzar en otros asuntos de la cosmología. Tarter trabajó allí durante 35 años, sobre todo en el fomento de más vocaciones científicas y técnicas entre las niñas.
En 1975, propuso que los objetos con una masa demasiado baja para generar las fusiones de hidrógeno que los convertirían en estrellas, pero demasiado grande para ser planetas gaseosos, fueran denominados enanas marrones, término con el que pasarían a ser conocidos desde entonces. La primera enana marrón, Teide 1, no se observó hasta 1995.