Sábado, seis de la tarde, Algeciras. Nueve agentes de la Guardia Civil se dirigen a la playa de El Rinconcillo. En su camino se topan con una multitud que les recibe con lanzamiento de piedras, botellas rotas, bates de béisbol y hasta macetas. Las cuarenta personas responsables del ataque celebraban aquel día una comunión. Los agentes agredidos se marchan, el ministro afirma que se trata de un mero ejercicio de "vandalismo" y la vida sigue, como siempre, en el Campo de Gibraltar.
El gran cuadro. Lo cierto es que las palabras de Zoido no ocultan una realidad inquietante: los niveles de violencia y conflictividad en el punto más meridional de la península han crecido durante los últimos meses. Hace poco, un empresario marbellí relacionado con el narcotráfico fue abatido por un sicario a la salida de una iglesia, tras celebrar la comunión de su hijo. Antes, el cadáver de un varón croata tiroteado fue lanzado a la AP-7. El hombre había sido secuestrado junto a su pareja.
Aún antes, en la Línea, un narco accidentado fue rescatado del hospital, entre médicos y policías, por un grupo de veinte encapuchados. La lista es ya larga.
¿Qué está pasando? Que el estado de conflictividad social, laboral y policial en ciudades como La Línea está alcanzando picos históricos. La ciudad es el epítome de la espiral de violencia y criminalidad a la que le aboca el negocio de la droga: se calcula que hay más de 3.000 personas relacionadas directa o indirectamente con el narcotráfico. La tasa de paro juvenil en la localidad, fronteriza con Gibraltar y puerto de entrada del tabaco, el hachís y la cocaína, es del 70%.
Qué hay de nuevo. La violencia, en particular. El ejemplo de Algeciras es particularmente revelador: las fuerzas del orden son interpretadas como una amenaza no sólo para los narcotraficantes, sino también para muchos vecinos que viven del negocio ilícito a falta de un trabajo en la economía visible. Los recientes episodios, muy en especial el registrado en un hospital de La Línea y la ejecución callejera de un empresario en Marbella, al modo siciliano, han agudizado la atención.
Cómo atajarlo. El Estado lleva décadas tratando de solucionar el problema del Campo de Gibraltar. La estrategia del palo (acción policial) y la zanahoria (reactivación de la economía, oportunidades laborales) se suele resumir en la primera. Entre tanto, Algeciras hace tiempo que ha desbancado a Galicia como el epicentro del narcotráfico en la península, con todo lo que ello conlleva. El propio Sito Miñanco trasladó sus operaciones de las Rías Baixas allí, poco antes de ser detenido (otra vez).
Escenario hostil. La dinámica del Campo de Gibraltar ha provocado que el gobierno refuerce la presencia de la Guardia Civil y de la Policía Nacional. Lo que ha derivado en enfrentamientos con los narcos o con la población local. Resulta significativa la elección de palabras de Zoido ("vandalismo"), una forma de alejar el problema de Alsasua (otra región donde la presencia policial es fuente de problemas para el gobierno), donde los agresores, esta vez, están siendo juzgados por "terrorismo".
Para Algeciras, Marbella y La Línea el problema va más allá del vandalismo. Y los narcos se aprovechan de ello.
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