¿Y por qué la Academia no crea directamente un Nobel de las Artes?

Bob Dylan, catárquico maestro de la canción protesta del siglo XX, autor de al menos tres de los discos más relevantes de la historia de la música popular, cristiano reconvertido, estrella e icono universal, ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Si la descripción parece inaudita es porque lo es: nunca antes la Academia había entregado el galardón, el más alto en el terreno literario, a un hombre o a una mujer cuyo campo productivo jamás haya sido la literatura. Dylan, pese al premio, es un compositor. Pero ha ganado.

La noticia ha despertado un vívido debate tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales: ¿hasta qué punto las canciones escritas por Dylan pueden tener consideración literaria? ¿Son sus trabajos, muy brillantes en el campo de la producción musical, comparables a las grandes novelas, a los excelsos ensayos que han recibido el galardón a lo largo del último siglo? En función de quién se pregunte, las respuestas varían enormemente. Pero no se discute la talla artística de Dylan, sino la categoría del premio.

De modo que, ¿por qué la Academia no crea directamente un Nobel de las Artes?

No puedes entender a Dylan sin su música

Por resumirlo de forma simple: Dylan probablemente sí merece un Nobel. Su contribución a la cultura popular es inigualable, y su figura e influencia va mucho más allá del terreno puramente musical. La cuestión es si merece un Nobel de Literatura, una categoría que, al igual que cuando se coquetea con la posibilidad de que vaya a parar a Leonard Cohen, no se le ajusta a la perfección. Dylan es ante todo un hombre conocido por sus canciones, conjuntos en los que el apartado lírico es fundamental, pero consustancial al musical.

Esta última cuestión no es menor. La proyección y popularidad de Dylan está intrínsecamente ligada a su faceta revolucionaria dentro del apartado musical, no tanto lírico. ¿Habría trascendido de igual modo su figura si no hubiera optado por introducir instrumentos eléctricos junto a The Band cuando estaba en la cima de la riquísima escena folk del Greenwich Village, la misma que retrataron los hermanos Coen en Inside Llewyn Davis? En un ejercicio contrafactual, quizá no: Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, los dos discos donde se adentra en el blues, son el punto álgido de su carrera. Su legado como compositor.

Y en aquellos hay tanto de poso musical como de lírico. Lo explicó Springsteen en su momento: "La primera vez que escuché a Bob Dylan estaba en el coche con mi madre escuchando WMCA y luego siguió aquel golpe de caja que sonaba como si alguien estuviera abriendo la puerta de tu mente... Del modo en el que Elvis liberaba tu cuerpo, Dylan liberaba tu mente, y nos enseñaba que el hecho de que la música fuera física no significaba que fuera contra el intelecto. Tenía la visión y el talento de hacer una canción pop de tal modo que contuviera el mundo entero".

Aquel golpe de caja, aquel sonido de folk destartalado que vertebraba Highway 61 Revisited, es poética, es lírica, pero también es mucho más que eso. Esa capacidad para conectar de forma inmediata con la mente de un adolescente en el coche, junto a su madre, es parte de la herencia de Dylan y de la inmediatez de su música, de su carácter físico y primario.

Así que, ¿por qué no premiar eso?

Los otros Dylan que también merecen un Nobel

Quizá el premio a Dylan no habría resultado tan polémico si, además de entregárselo, se hubiera acompañado del anuncio de una nueva categoría: Premio Nobel de las Artes. Un gigantesco cajón de sastre donde los talentos y las aportaciones culturales de un sinfín de creadores que no son literatos también fueran reconocidos en su justa medida.

David Seca/Stella.

La respuesta a la reticencia de la Academia a salirse del canon establecido por su fundador a principios del siglo XX es el ideal romántico que aún inundaba a la mayor parte de la intelectualidad europea y norteamericana a la sociedad de su tiempo. Ciencia, Paz y Literatura: avances en el campo del conocimiento humano, en el campo de la estabilidad política y el progreso y en el campo de las aportaciones culturales más relevantes de siempre. En 1900, la literatura seguía siendo la más alta de las artes, como se explica en The Guardian a propósito de este mismo tema, la piedra de toque de toda producción cultural.

No hubo entonces un Premio Nobel al Arte ni a la creación artística, y no lo hay ahora, un siglo después, cuando la Academia no ha movido sus presupuestos siquiera dentro de la propia categoría literaria: aún hoy, se cuentan con los dedos de una mano los autores que han utilizado el humor como modo más o menos hábil de comunicar sus historias. El Nobel va a parar a serios dramaturgos o profundas ensayistas, pero no se rebaja a cuestiones menores como la música, la narración audiovisual o el arte conceptual. Hasta hoy.

De ahí que el Nobel de Dylan sea tan sorprendente, y también rupturista. El mismo Nobel que podría haber recibido Woody Allen si el deseo de Azcona se hubiera hecho realidad. Pero el problema de Allen no era tanto que sus brillantes guiones y su excelente carrera cinematográfica se hubiera construido en torno a la comedia, sino que lo hizo frente a las cámaras, aprovechándose también de las múltiples posibilidades del arte cinematográfico.

Stan Lee.

Pero llegados a este punto, Dylan y su Nobel plantean otras preguntas: ¿por qué no un Nobel para Alan Moore o para Stan Lee? Sin duda el cómic está por debajo del ideal romántico de literatura que pregonaba la Academia a principios del siglo XX, pero eso también parece roto por Dylan, un hombre que, además, proviene de la música pop.

Es el último de los niveles, el rock y el pop, surgidos de la cultura adolescente y despojados a nivel crítico de la trascendencia no ya de la literatura, sino también del cine o de la danza. Dylan sólo ha llegado hasta aquí por su capacidad para zurcir canciones líricamente alucinantes, ¿pero podrían alcanzar el mismo cénit Pink Floyd o Frank Zappa? ¿Podría la Academia rebajar sus altos estándares a premiar a compañías de baile clásico? ¿A entrar en competencia con los Oscar o los otros premios independientes del cine? O mejor aún, ¿a lanzarse a premiar campos novísimos de la cultura como el de los videojuegos o el arte digital?

Suena a locura porque quizá, por ahí, el Premio Nobel perdiera su prestigio y sentido originario, tan pomposo y elevado (caminar hacia el ideal correcto), pero también permitiría dignificar y difundir categorías creativas que perviven en los márgenes o bien ignoradas o bien, como el arte contemporáneo, abiertamente despreciadas (y a menudo poco comprendidas). Ahí, Dylan hubiera sido una intachable primera elección.

Ok, ¿pero puede ser Dylan un poeta sí o no?

Sin embargo, se le ha entregado el Nobel de Literatura, por lo que al margen del efecto que tenga o no en el premio, se revaloriza su carrera en el apartado lírico. ¿Es Dylan un poeta o sólo es un compositor inusualmente dotado? Es complicado responderlo, pero si asumimos que no todos los escritores de música son poetas (y ciertamente, no lo son), entonces Dylan sólo puede alcanzar la poesía siendo extraordinariamente bueno, habiendo creado canciones que resistan el peso de la música y sean por sí mismas poesía.

Lo explicaba en Twitter @undivaga:

¿Y la pasan? La respuesta depende de cada uno, claro, más aún en un campo, la música popular, donde cualquiera emite su opinión sin verse coartado por las alturas del conocimiento de la literatura o el cine. ¿Es comprensible 'One of Us Must Know' sin la armónica despechada y el tempo a medio gas, a modo crooner? Posiblemente no. ¿Lo es 'Desolation Row' o 'Sad-Eye Lady of the Lowlands'? Posiblemente sí. Sea como fuere, suyo es el Nobel de Literatura, aun cuando la Academia ha perdido la oportunidad de inventar uno nuevo.

Imagen | Chris Pizzello/AP Photo

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