¿Y si a los que está discriminando el machismo es también a los niños varones?

Siempre que se habla de machismo se piensa en un hombre, varios hombres o directamente una sociedad ejerciendo cierta presión sobre las mujeres en pro de su dominio y discriminación: la mujer al servicio del hombre. Si hablamos de machismo en referencia a las niñas podemos pensar rápidamente en padres regalando a sus hijas lavadoras, planchas, fregonas y todo tipo de juguetes relacionados con el cuidado del hogar y en un trato diferente por el hecho de ser niñas (pedirles que recojan la mesa o ayuden en casa mientras papá y los hijos varones se van a ver la tele), por poner un par de ejemplos bastante claros.

Ahora bien, ¿y si a los que está discriminando el machismo es también a los niños varones? Porque lo de las niñas lo tenemos bastante controlado, precisamente para evitar que se siga produciendo semejante discriminación (más habitual en épocas pasadas), pero lo de los niños parece que no lo tenemos tan en cuenta y sucede, vaya si sucede.

Cuando hay machismo sobre las niñas, a la vez, se produce una discriminación en los niños. Si las niñas se quedan recogiendo la mesa y lavando los platos y los niños se van a ver la tele o a jugar a fútbol mientras tanto, se está ejerciendo un daño también sobre los niños.

No se puede decir que sea machismo hacia los niños, porque la misma definición de machismo no acepta esa posibilidad, pero sí se puede afirmar que el machismo les afecta porque les priva de actividades que hoy en día están muy valoradas, o más importante, de actividades que quizás el niño quiera hacer.

El mundo en colores

Hace un tiempo fui a una fiesta de cumpleaños con mi hijo y repartieron globos. Mi hijo cogió uno de color rosa, cuando aún había otros colores disponibles, y yo, en un ataque de neandertalidad se lo cogí y le dije "anda hijo, coge otro, que este es rosa". ¿Qué demonios le importaba a mi hijo que fuera de ese color? Le daba exactamente igual, él solo quería un globo. Pues bien, ese día su padre contribuyó a definir lo que un niño debe aceptar como válido y lo que no.

¿No sucede? Claro que sucede. Es lamentable que en las jugueterías sepas enseguida dónde están los juguetes de niña, porque los pasillos, las cajas y los mismos juguetes son rosas. Bien, igual debería ir más allá y decir que es lamentable que haya juguetes de niño y juguetes de niña. ¿Y si un niño quiere jugar con un cochecito de bebé? ¿Y si quiere un muñeco bebé? Son muchos los niños que los piden y muchos los padres que se los niegan. Incluso hay niños que quieren uno pero no se deciden a escogerlo porque todos llevan cosas rosas. Y oye, ellos quieren jugar a ser padres, pero si el bebé o el cochecito es rosa ya no, porque han aprendido de todos que el rosa es de niñas.

De igual modo, la sociedad define lo que considera que es ser un niño y ser una niña. ¿Puede un niño llevar el pelo largo? Bien, sí. Un poco sí, pero si lo lleva tan largo como para llegarle a media espalda seguro que mucha gente hará comentarios: que parece una niña, que por qué lo lleva tan largo, que córtaselo. De igual modo, una niña sin pendientes llama la atención, porque es extraño. Todas los llevan, ¿por qué la tuya no? O lo contrario: si le pongo un pendiente, o dos, a mis hijos, ¿qué pasará?

Así lo explica Cristina Silvente, psicóloga especializada en salud materno-infantil, crianza y educación:

El machismo afecta a los niños en tanto en cuanto no se les da la oportunidad de escoger determinados colores o determinados juguetes. Al guiarle en los gustos, al no darles la oportunidad de escoger, podemos afectarles de diferentes maneras. Depende siempre de muchos factores y de lo repetido e insistente que sea nuestra actuación, pero pueden llegar a aprender que hay ciertos juguetes que les están prohibidos, disociando así su "sentir" con lo que "debería ser", "es correcto" o "aceptable". A la larga, si sucede a menudo o de manera tajante, puede costarle reconocer qué siente o qué necesita.

¿Un niño jugando a ser padre?

Claro, ¿por qué no? Los padres de hoy en día ya no somos esos carcas que llegan a casa, se quitan los zapatos, se calzan las zapatillas de casa y se anudan el batín y dicen "¡mujer, tráeme el periódico y una cerveza!". Ahora los padres cuidamos de nuestros hijos: les cambiamos el pañal, les damos de comer, les mecemos para que se duerman y jugamos con ellos. Es normal que muchos niños quieran jugar a ser papás. Es más, incluso cuando no lo hiciéramos, es normal que un niño quiera jugar a ser mamá.


El juego simbólico es para ellos un ensayo de la vida, como un entrenamiento, y les ayuda a entender

Eso no lo hace más débil, ni menos hombre, ni menos preparado para el futuro, ni afeminado, ni nada por el estilo... y aunque así fuera, ¿no va siendo hora de eliminar el adjetivo afeminado de la lista de adjetivos con connotación negativa? El niño simplemente está jugando a ser alguien que no es. Es lo que se denomina juego simbólico, el juego con que el niño se pone en el papel de otras personas y repite actuaciones que ha visto, añadiendo otras que imagina. Es para ellos un ensayo de la vida, como un entrenamiento, y les ayuda a entender lo que ven y, a la vez, a aprender.

Y en muchas ocasiones, cuando veáis a un niño con un cochecito de bebé y penséis "mira, está jugando a ser papá o mamá" os estaréis equivocando. "¿Juegas a ser papá, guapo?". "No, empujo el coche".

De cocinitas, planchas, lavadoras y otros utensilios caseros

Esta es otra: ¿por qué negar a los niños la posibilidad de jugar a todas estas cosas? Si un niño te pide una cocinita, ¿no se la vas a comprar porque es un niño? ¡Si los cocineros más reconocidos son hombres! (esto da para otra entrada, porque yo creo que como cocinaba mi abuela no hay hombre en el mundo). Si quiere una plancha, ¿por qué no? Si quiere una lavadora de juguete, un microondas, un aspirador,... ¿por qué no? No podemos discriminar al niño evitando que juegue a lo que quiere jugar porque nos parezca que no debe hacer algo que, en el futuro, le podría ser muy útil.

De nuevo, Silvente nos habla sobre esto al decirnos lo siguiente:

Está claro que cuanto más normalizado tengan algo, más fácil será incorporarlo en la vida adulta. Si no intervenimos tanto, si les dejamos escoger, si tienen libertad para decidir, ayudamos a que tengan una mayor autoestima y más seguridad como persona, porque estaremos validando lo que siente y sus preferencias.

A eso me refiero. Es útil, porque la vida es eso, es ocuparte de tu bebé, de tu casa, de tus cosas, seas mujer o seas hombre. Es ser autónomo y no depender siempre de una figura femenina. Es poder escoger. Tener la libertad de ser quien quieres ser, sin que tus padres te hagan entrar por la fuerza en un rol de hombre que quizás no quieras adoptar o que, simplemente, adoptarás por ti mismo del modo que creas más conveniente.

Profesiones de hombre, profesiones de mujer

Sucede algo parecido a la hora de escoger los disfraces, o a la hora de jugar a ser mayor. Parece muy normal ver a un niño jugando a ser bombero, policía y futbolista, pero nos choca más cuando vemos que juega a ser bailarín, profesor o enfermero: "ah, ¿pinchas a tu muñeca? ¿Eres médico?". "No papá, soy como la enfermera". "¿Y por qué no médico?".

No nos damos cuenta, pero nosotros mismos cambiamos el artículo cuando hablamos de diferentes profesiones: el médico, la enfermera, el futbolista, el bombero, el policía, la farmacéutica, el astronauta, la bailarina, la profesora... porque vas a un niño pequeño y no le dices "¿Cómo se llama tu profesor o tu profesora?", sino "¿Cómo se llama tu profesora?".

Pues bien, esto que tenemos tan normalizado crea unos modelos en los niños que les puede predisponer a alejarse de determinadas elecciones (profesiones en el futuro). Es poco habitual ver a un profesor con niños pequeños porque siempre han sido mujeres y porque, como seguimos asumiendo que son mujeres, difícilmente un hombre escogerá esa profesión. Ni te cuento ya si hablamos de canguro o de cuidador en una guardería: "Hola, me llamo Luis, soy un chico joven al que le encantan los niños, con tiempo libre para cuidar de ellos". Ni creo que haya muchos como Luis, que opten por dedicarse al cuidado de los niños, ni creo que muchos padres se decidan a contratar sus servicios.

Por eso, a la hora de escoger nuestra manera de ser y actuar cuando tenemos hijos varones, debemos tener cuidado de no caer en el machismo y, de rebote, discriminar a nuestros hijos. Si no pueden ponerse una camiseta rosa, si no quieren ver la película de Frozen porque "es de niñas" y si no pueden ayudar en casa porque son hombres les estamos inculcando unos valores restrictivos (¿dónde quedan la autonomía, el respeto, la colaboración y el sentirse parte de algo?). Y ojo, porque esto se suele hacer sin darse uno cuenta. Citando de nuevo a Cristina Silvente:

Está claro que la influencia sobre los niños es de la sociedad entera, porque llegan a edades en que tiene más fuerza el grupo de iguales que los padres (dicen algunos estudios que los padres podemos influir más hasta los 7 años aproximadamente), pero sucede y es inevitable que transmitamos nuestros valores sin darnos cuenta en la elección más mínima del día a día. Lo que decimos, lo que nos ponemos nosotros, las elecciones de ocio que hacemos... Digamos que lo ideal sería acompañarlos y apoyarlos en sus decisiones.

Acompañarlos y apoyarlos en sus decisiones y abrir la mente para que sean ellos los que deciden qué quieren ser, quién quieren ser y cómo quieren vivir. Estamos tan acostumbrados y cómodos cuando nuestro hijo hace lo que se supone que tienen que hacer los niños que nos molesta cuando es diferente y tratamos de cambiarle para que entre en el montón y sea uno más. ¿Por qué? ¿No es acaso el futuro de aquellos que sean capaces de innovar? ¿Y no es lo que nos diferencia aquello que nos hace únicos como individuos?

Fotos | Pixabay, Pixabay

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