De un tiempo a esta parte el inglés se ha convertido en la "lingua franca" internacional. Una posición a la que le acompaña inevitablemente un estatus de "prestigio". Tu valor profesional depende de tu competencia idiomática. Un proceso mimetizado también en la calle: hablar mejor o peor, con más o menos acento, tiene una exquisita correspondencia con tu prestigio social. De ahí que todos nos esforcemos en hablar mejor... Y en proyectarnos por encima de nuestro nivel real.
Narcisismo lingüístico. Lo ilustra esta investigación elaborada por la Universidad de Múnich. Tendemos a rechazar a aquellas personas que pronuncian "güifi" o "güaifai" porque consideramos nuestra pronunciación mejor que la del resto, y en la mayor parte de las ocasiones más próxima a lo que se considera "correcto". Es un sesgo de percepción propia que, como revela el trabajo, nos resulta fatal: al sobreestimar nuestro nivel lingüístico nos volvemos más incapaces de corregir nuestros errores.
Porque no los detectamos, no los vemos como tal.
Metodología. La lingüística Eva Reinisch y su equipo hicieron repetir sesenta frases en inglés a varios grupos de estudiantes con los que compartían lengua materna. Una vez grabadas las locuciones, distorsionaron las voces para que, al escucharlas de nuevo, los propios alumnos no pudiesen identificar cual era la suya. Esto confirmó la hipótesis de partida de los investigadores: los estudiantes consideraban que su inglés era mejor que el del resto de los participantes y, además, lo ubicaban cercano a la pronunciación nativa correcta.
¿A qué se debe? El comportamiento anterior es fruto de un sesgo cognitivo que nos hace percibir como mejores los estímulos que son idénticos, es decir, en este caso nuestro propio acento. Pero esta no es la única razón que nos lleva a ser unos narcisistas de nuestra pronunciación, la sobreexposición repetida a nuestra propia forma de hablar también desempeña un papel importante. Es decir, escucharnos hablando en un segundo idioma nos lleva a familiarizarnos más con ella y por lo tanto a valorarla de forma más positiva.
Fosilización del aprendizaje. Esta es una de las consecuencias derivadas de la situación anterior que señala el estudio. Si creemos que nuestro acento se acerca a la pronunciación nativa más de lo que en realidad se aproxima, identificar los errores y, sobre todo, corregirlos, es más difícil. Lo peor de todo es que no se trata de algo voluntario, sino más bien de que a nivel cognitivo no somos capaces de percibir los errores que cometemos en la pronunciación y, por ende, nos cuesta identificar las alternativas que nos proponen como correctas.
La importancia del deje. ¿Pero qué problema hay en hablar con acento? Como hemos visto en otras ocasiones, todo deje en el habla tiene asociado una posición social, geográfica, económica o cultural. Otros estudios han evidenciado cómo los departamentos de recursos humanos tienden a elegir a sus futuros trabajadores por la forma en la que hablan mucho antes que por sus habilidades. Un candidato con acento de barrio bien, por decirlo así, lo tiene más sencillo que otro cuyo registro sea más populachero.
Sucede lo mismo con los acentos regionales. Algunos trabajos han identificado una penalización de hasta el 20% del sueldo para aquellas personas con fuerte deje geográfico, asociado a provincias rurales y atrasadas. Una diglosia proverbial más acuciada en función del origen territorial y que trasladamos de forma inconsciente a otros idiomas. Hablar inglés con fuerte acento español tiene cierta penalización social. O creemos que la tiene. Y por eso queremos pensar que estamos por encima.
Imagen: Priscila du Preez/Unsplash
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