Un dato ayuda a comprender la situación de urgencia a la que se aboca España a causa del coronavirus: en dos días, el número de contagios se habrá duplicado. Lo explica en este artículo El Confidencial. Lo relevante no es tanto el volumen absoluto de casos como el crecimiento exponencial de pacientes. En ese sentido, Madrid destaca por encima de todas las demás regiones. El número de infectados crece al 30% diario, como mínimo.
Entre el pasado domingo y el pasado lunes la tasa ascendió a los 185%. Un pico inédito en la historia de la epidemia en España que obligó al gobierno a anunciar medidas de contención inmediatas.
Fue el punto de partida de una escalada epidémica cuyas ramificaciones desconocemos y cuyo destino ignoramos. Pero cuya evolución podemos intuir a través de lo sucedido en otros países. Sabemos que Hubei tardó más de un mes en controlar el crecimiento exponencial de contagios, el ya célebre aplanamiento de la curva, y sabemos que Italia vive una situación de absoluta emergencia pública.
Entre el mates y el miércoles el país transalpino pasó de unos 600 muertos a causa del coronavirus a más de 800, para un total de 12.000 casos.
¿Hasta qué punto son drásticas las escaladas? El 23 de enero, Hubei contaba 444 casos de COVID-19. Una semana después había superado los 4.900. Para el 6 de febrero ya contaba 22.000. La parábola funciona igual para el norte de Italia. El 22 de febrero sumaba 62 contagios; el 29 de febrero superaba el umbral de los 880; y el 6 de marzo, la semana pasada, se ponía por encima de los 4.600. Hoy triplica esa cifra.
En un contexto de altísima probabilidad de contagio y enormes limitaciones logísticas para impedir la multiplicación de la epidemia, las autoridades chinas primero y las italianas después optaron por medidas inéditas. Hubei quedó totalmente aislada, en una cuarentena de 60 millones de personas que vació las calles de su capital, Wuhan, y que obligó a paralizar la actividad económica de una provincia con alto valor industrial.
Las historias de ciudadanos chinos retenidos en sus apartamentos, conminados por micrófonos rodantes a no salir de sus casas, vigilados por aplicaciones que monitorizaban sus pasos, perseguidos por drones centrados en cumplir la cuarentena, se esparcieron por todos los medios occidentales. Semanas después Italia siguió sus pasos, si bien de forma más tímida. Primero llegó Codogno. Luego Lombardía. Luego todo el país.
En ambos casos, China e Italia adoptaron políticas extraordinarias, pero también apelaron a la responsabilidad de sus individuos. El mensaje del gobierno italiano durante los últimos días, comunicado a través de medidas de obligado cumplimiento, ha sido claro: quedaos en casa. El propio primer ministro, Guiseppe Conte, lo bautizó así: "Yo me quedo en casa". Detener el virus obligaba a detener el contacto social.
Tres semanas después, Italia es un país congelado en el tiempo, paralizado, incapaz de salir a la calle siquiera para practicar deporte en compañía. En gran medida porque el país entero es consciente de la gravedad de la situación. Y ha decidido autoaislarse, distanciarse de sí mismo, imponiendo una separación de un metro entre todos sus ciudadanos, postergando la actividad económica y social hasta más ver.
Responsabilidad individual vs. El Estado
Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad y una de las caras más visibles en la gestión de la crisis, lo verbalizó del siguiente modo ayer por la mañana:
Es difícil pensar que el impacto de estas medidas lo veamos antes de nueve o diez días. El problema que tiene esto es que cuanto más lejos está esa visibilización del impacto más difícil es mantener la tensión. Ahí tenemos que hacer un esfuerzo toda la sociedad. Ninguna de las medidas que se aplican en la zonas de riesgo, Comunidad de Madrid, La Rioja y País Vasco, son útiles por sí solas.
Dicho de otro modo: responsabilidad personal. Simón ha sido muy vocal en la necesidad de que nosotros, los ciudadanos, tomemos la delantera en la prevención de contagios. El virus tiene un alto componente social, dado que se transmite de persona a persona, por lo que es recomendable no sólo lavarse las manos a conciencia, medida efectiva, sino quedarse en casa. Anular citas. Evitar aglomeraciones. Aplazar eventos.
Es un mensaje que está calando. A esta hora del día el hashtag #YoMeQuedoEnCasa es tendencia en Twitter. "Yo me quedo en casa porque no quiero que colapse el sistema sanitario, por cuidar al personal sanitario que se está dejando la piel en esto y porque reduciendo la actividad social se reducen los contagios", reza uno de los mensajes más compartidos. "No se trata solo de autocuidado, sino de civismo y solidaridad", añade otro.
Una idea condensada en este tuit de Pampa G. Molina, redactora de la Agencia Sinc: "Me va a costar muchísimo no socializar, mucho más que acostumbrarme a toser en el codo o dejar de tocarme la cara, pero #YoMeQuedoEnCasa. Ya he desquedado con todos mis planes de salir, cine y cenas. Solo así vamos #FrenarLaCurva. Nos van vidas en ello".
En Italia, gran parte de la concienciación pública sobre el coronavirus llegó de la mano de un gobierno presto a medidas radicales, en un contexto mucho más grave, que el español o el francés. Fueron las autoridades quienes señalaron la magnitud del problema, y fueron los ciudadanos quienes siguieron. En otros países está sucediendo al revés: conscientes de lo sucedido en Italia o China, han tomado la delantera al Estado.
Otro ejemplo es #StayTheFuckHome ("quédate en tu puta casa", o, en lenguaje millennial, "puto quédate en casa"), una plataforma/movimiento/hashtag que incita a todo el mundo a aislarse socialmente para evitar nuevos contagios. Su web, traducida a tres idiomas, entre ellos el español, es muy explícita en la necesidad de una iniciativa popular decidida frente a la inacción gubernamental.
Nuestros gobiernos están fracasando en prevenir la transmisión de SARS-CoV-2 y contener la pandemia de COVID-19. Reacciones lentas, políticas para aplacar al público, y su urgencia por estabilizar la economía les previenen tomar las medidas necesarias para proteger a millones de esta enfermedad. Es tiempo que nosotros, como ciudadanos de esta tierra, tomemos acción ahora y hagamos nuestra parte para combatir el COVID-19.
Para ello plantean diversas acciones. Desde "lavarse las manos con frecuencia" hasta "ejercer el distanciamiento social", anulando abrazos y besos, pasando por "no ir a conciertos o eventos deportivos", "no asistir a reuniones sociales y eventos", "reducir los viajes al mínimo a no ser que sea absolutamente necesario", "trabajar desde casa", "reemplazar interacciones sociales con alternativas remotas" y, a modo de resumen, "no salir de casa a no ser que sea absolutamente necesario".
El decálogo se asemeja mucho al impuesto por el gobierno de Conte con las severas restricciones aplicadas en todo el país, desde el cierre de escuelas y tiendas hasta la suspensión de misas, celebraciones conjuntas o espectáculos de toda condición. En la práctica, como sugiere Yascha Mounk, articulista de The Atlantic, en una tribuna muy compartida durante estos días, se trata de "cancelar todo".
La responsabilidad más importante recae en todos y cada uno de nosotros. Es duro cambiar tu propio comportamiento mientras el gobierno y los líderes de otras instituciones muy relevantes envían mensajes de normalidad. Pero debemos cambiar nuestro comportamiento igualmente. Incluso si crees que estas un poco enfermo, por el amor al vecino y a los abuelos de todo el mundo, no vayas al trabajo.
Mounk escribe desde Estados Unidos, donde sus palabras resuenan con especial intensidad ante la expresa pasividad del gobierno estadounidense frente a la crisis. Pero comienzan a ser válidas en España, donde muchos creen que el gobierno debería tomar medidas más drásticas, siguiendo a Italia, para prevenir la epidemia. Allá donde no estén llegando las instituciones, sigue el razonamiento, llegaremos nosotros.
Hay un punto de verdad en esta lógica.
Cuesta conjugar los mensajes de alerta cuando al mismo tiempo determinadas figuras políticas se muestran reticentes en la cancelación de eventos tan multitudinarios como las Fallas, la Semana Santa, la manifestación del 8M o los partidos de fútbol. El pacto social de los estados modernos delega en las autoridades la última responsabilidad. Los ciudadanos creemos en ellos para tomar la decisión correcta.
Es una creencia racional. Los ciudadanos siempre tenemos información incompleta sobre la mayor parte de situaciones y decisiones políticas relevantes. No todo el mundo debe saber, o tiene la formación necesaria para comprender, las ramificaciones y la gravedad de una epidemia compleja y de impacto multipolar. Las autoridades sí, porque es su trabajo. De ahí que la imposición de medidas restrictivas resulte siempre más efectiva que la apelación a la "responsabilidad personal".
La sensación de urgencia, el uso de las palabras y el empleo de medidas envían una señal a la ciudadanía, como el ejemplo de Italia ilustra. Tal o cual situación es grave en función de la posición que el gobierno adopte o deje de adoptar. Y aunque no fuera así, en última instancia, las personas fallamos. Tenemos familias, prioridades y necesidades. Siempre es más sencillo evitar la decisión individual equivocada cuando las restricciones son más duras.
En este dilema (responsabilidad personal vs. El Estado) la respuesta, como casi siempre, se encuentra en el término medio. Se trata de un equilibrio entre ambas partes (las medidas del gobierno nunca funcionarán si los 47 millones de españoles se niegan a asumir responsabilidad personal alguna). De modo que cuando los días más difíciles de la pandemia arrecien, siempre tendremos que recordar tres palabras: quédate en casa.
Imagen: Emilio Morenatti/AP