Fue una de las mercancías más caras de la antigüedad y un tinte reservado a emperadores y reyes, pero los secretos de su elaboración se perdieron
Se calcula que un solo gramo requiere 10.000 moluscos y que los artesanos acabaron esquilmando el recurso para cubrir su demanda
Hay colores que valen auténticas fortunas, y hasta vidas. Lo aprendió de la peor de las formas el rey Ptomoleo de Mauritania (I a.C.-40 d.C.), nieto de Marco Antonio y Cleopatra. Si nos fiamos de las crónicas del historiador romano Suetonio, el emperador Calígula mandó asesinarlo en un ataque de celos porque al bueno del dirigente magrebí se le ocurrió acudir a un espectáculo de gladiadores vestido con una túnica de un púrpura fulgurante. Fuera esa la causa o se moviese Calígula por razones mucho más palpables, como el deseo de apoderarse de la importante fortuna de Ptolomeo, algo sí está claro: el púrpura no era un simple color o una tintura llamativa en la Roma del siglo I. Movía fortunas. Y reinos.
La mejor prueba es el famoso púrpura de Tiro, un tesoro codiciado aún hoy y que algunos expertos llevan años queriendo emular con precisión.
Ni oro ni gemas, mejor púrpura. Quizás hoy nos llame la atención, pero hubo un tiempo en el que cualquier ciudadano romano hubiese renunciado a grandes cantidades de oro a cambio de un pequeño frasco de pigmento de púrpura de Tiro. Y con razón. Hay quien considera que era la mercancía más cara de la antigüedad. Se conserva un edicto imperial del 301 d.C. que recoge que el pigmento valía tres veces su peso en oro y la compañía biotecnológica Conagen precisa que por una sola libra (450 g) llegaba a pagarse el equivalente a 66.000 dólares.
Un tinte valioso... y exclusivo. El púrpura de Tiro no solo era sorprendentemente caro. Si hay un adjetivo que lo describa bien es el de "exclusivo". El pigmento se usaba para colorar los mantos de los emperadores y reyes más poderosos, hasta el punto de que se conocía como "púrpura real" o "tinte imperial". Se cuenta que fascinaba a Cleopatra, lo usaba Helena de Troya e incluso circulaba un mito que atribuía su descubrimiento al perro de Hércules.
Por el púrpura de Tiro caían monarcas y con su ayuda se consolidaban dirigentes. De ahí el monumental cabreo de Calígula al ver aparecer en pleno teatro romano a Ptolomeo engalanado con una túnica teñida con el valioso tinte. Andado el tiempo pasaron a usarlo las autoridades eclesiásticas más prestigiosas e incluso se aplicó en las páginas de códices fastuosos, como el 'Petropolitanus Purpureus', del IV d.C.
Un tesoro salido del mar. Conocemos el valor del púrpura de Tiro. Y conocemos también su antiquísima historia, que se remonta a la Edad de Bronce y los mercaderes fenicios. Fueron ellos quienes lograron controlar su rentabilísimo comercio desde la ciudad de Tiro, al sur del Líbano. Como explica la Universidad Complutense, el pigmento lo obtenían de las glándulas branquiales del murex brandaris, un pequeño molusco depredador también conocido como "cañadilla" y que tuvo la mala fortuna de cruzarse en el camino de la moda romana.
Se calcula que para obtener un solo gramo de pigmento hacían falta 10.000 moluscos. Y tampoco es que un gramo sirviese para gran cosa. Si un potentado imperial quería teñir una de sus túnicas tenía que contar con que para colorar un solo kilo de lana necesitaría alrededor de 200 g de tinte. El proceso para obtenerlo tampoco era sencillo: además de recolectar miles y miles de moluscos los artesanos debían saber manejarlos y dedicar días a la obtención de la tintura.
Del éxito al declive. A pesar de ese éxito fulgurante, su desorbitado valor y las pasiones que despertaban entre lo más florido de la aristocracia romana, la receta de cómo elaborar el púrpura de Tiro acabó perdiéndose con el tiempo. Así lo señala un amplio reportaje que acaba de dedicarle la cadena BBC, en el que se deslizan varias causas: la desarticulación del Imperio, la caída de Constantinopla en mayo de 1453, el celo con el que los artesanos guardaban sus fórmulas secretas para lograr los colores y variedades más brillantes e incluso la sobreexplotación.
En 2003, mientras investigaban en el antiguo puerto de Andriake, al sur de Turquía, un grupo de científicos se topó con lo que se supone que era un vasto vertedero de la exitosa industria del púrpura de Tiro: ni más ni menos que un cementerio de moluscos. Se excavaron 300 metros cúbicos de restos de conchas, un volumen que puede equivaler a hasta 60 millones de ejemplares.
No solo eso. Los restos situados en las capas más bajas del vertedero se correspondían con caracoles bastante más grandes y viejos que los de los extractos superiores, lo que les lleva a pensar en que los artesanos esquilmaron el recurso.
En busca del preciado tinte. Pesase más uno u otro motivo, el caso es que en el siglo XV se habían perdido las recetas para extraer y elaborar el preciado tinte. Que los artesanos no anotaran sus trucos, los relatos sobre su elaboración fueran vagos o directamente erróneos —Aristóteles aseguraba que se elaboraba con glándulas de un "pez violeta"— y la propia complejidad de la elaboración del pigmento, que se obtenía combinando las secreciones de tres especies distintas de caracoles marinos, cada uno con sus peculiaridades, no ayudaba a preservarlo.
Plinio el Viejo habla de un color "brillante" y allá por el siglo primero de nuestra era escribió sobre cómo era el proceso de elaboración con las glándulas mucosas del caracol, pero lo cierto es que la púrpura de Tiro es un tinte complejo, diferente al que se obtiene con minerales o plantas. "No es fácil obtener el color", explica a la BBC Loannis Karapanagiotis, profesor de la Universidad Artistóteles de Salónica.
El largo (y complejo) camino al púrpura. Eso no ha impedido que durante los últimos años se hayan hecho hallazgos importantes, como el logrado en 2002 en Qatna, donde se obtuvo una muestra de púrpura; o que haya especialistas como Mohammed G. Nouira, que lleva años probando con diferentes técnicas, jugando con mezclas de mucosas de caracol, niveles de acidez y exposiciones a la luz, con el propósito de lograr un método y tinte lo más parecidos posibles a los de la antigüedad. A modo de guía y modelo tiene los mosaicos bizantinos.
Mohammed G. Nouira no es desde luego el único que se ha lanzado al otrora jugoso y prometedor negocio del "tinte real". Tampoco el primero que aspira a conocer cómo fabricaban y cómo era realmente el pigmento. Desde hace décadas hay otros expertos, como Paul Friedländer o John Edmonds, que han consagrado tiempo y esfuerzos a estudiarlo. Al fin y al cabo aún hoy en día se usa su nombre en la industria de la moda y hay quien vende frascos con pequeñas cantidades de supuesto "púrpura de Tiro" en Internet por cantidades bastante elevadas.
Un negocio en clave de futuro. A principios de este mismo año la estadounidense Conagen anunciaba el inicio de "la primera producción comercial de púrpura de Tiro sostenible para tinte textil". La compañía biotecnológica, con sede en Massachusetts. se proclama la "única en el mundo" capaz de comercializar el tinte sostenible mediante fermentación.
"Los productores actuales extraen y cosechan la púrpura de Tiro del marisco murex de forma muy parecida a los antiguos fenicios. Se necesitan miles, cerca de 10.000 o 54 kilogramos, de estos caracoles marinos para producir cantidades cada vez memores de púrpura y producir un gramo de tinte, lo que lo hace insostenible, caro y poco respetuoso con el medio", señala la compañía. Su método se basa en la "fermentación y bioconversión" y, reivindica, ofrece una alternativa ecológica.
Imágenes: Wikipedia (Petar Milošević) y Wikipedia (U.name.me)
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