En España, según reveló Luis Coloma, el ratoncito Pérez vivía en el número 8 de la madrileña calle del Arenal, dentro de una caja de galletas de la confitería Prast. Desde allí, usando las tuberías de la ciudad, el tal Pérez montó una red de tráfico de esmalte que, hoy por hoy, está presente en toda Hispanoamérica. Por suerte, tiene competencia.
Y es que, con ese o con otro nombre, la imaginación popular ha creado mitos en torno a los dientes infantiles a lo largo de toda la historia de humanidad dándonos a entender que la dentadura es algo importante. Por eso, cuando en la década de los 30, los científicos descubrieron que pequeñas cantidades de fluoruro podían protegernos de las caries, la idea de añadirlo al agua potable pareció algo natural.
80 años después, para mi sorpresa, el debate sobre el flúor sigue vivo en muchas partes del mundo. Y eso que ya sabemos qué pasa si quitas el flúor de una ciudad el fluoruro del agua corriente.
Una brevísima historia del flúor en el agua
En realidad, además del efecto profiláctico del flúor, lo que se descubrió durante los años 30 es que el agua de formar natural puede tener pequeñas cantidades de fluoruro. Por ello, la idea de agregarlo artificialmente donde no lo había les pareció natural. Durante las siguientes dos décadas, los investigadores intentaron averiguar si eso podría tener efectos nocivos.
Para la década de los 50, las Sociedades Médicas y dentales se habían convencido de que la posibilidad de daño era pequeña y se enrolaron en una campaña para implementar la fluoración artificial del agua por todo el mundo. Aunque según los historiadores en aquel momento se obviaron deliberadamente evidencias sobre la efectividad y la seguridad de la medida, lo cierto es que tuvo éxito.
Hoy por hoy, se sigue aceptando que la fluoración del agua es la mejor medida de salud pública para la profilaxis colectiva de la caries dental. Aunque, eso sí, no está exenta de polémica. Recurrentemente, llegan noticias de ciudades y regiones de todo el mundo que deciden eliminar el flúor de sus cañerías.
¿Por qué iba alguien a querer quitarle el flúor al agua?
En los últimos años han ido apareciendo estudios que, de una forma u otra, señalaban puntos negros en el blaquísimo historial del agua fluorada. Sin embargo, no tenemos que irnos a este debate (que aún sigue vivo en la academia) para entender el principal argumento de los que se oponen: la fluorosis dental.
La fluorosis dental es un problema que ocurre cuando los dientes se exponen a demasiada cantidad de flúor durante su formación. Es un problema estético, se llenan de unas manchas blancas, pero también es un problema de salud que puede llevar a calcificar partes del diente y acabar por hacerlo más sensible a las mismas caries que queríamos evitar.
La solución para esto es sencilla: ajustar la cantidad de flúor que pasamos en las aguas de consumo público. En España, por ejemplo, en 1962 la cantidad recomendada estaba por debajo de los 1,2 mg/l, hoy la recomendación marca como límite los 0,7 mg/l. Además, la Unión Europa prohíbe la comercialización de dentífricos con concentraciones muy altas.
Sin embargo, contra el criterio de todas las sociedades médicas y dentales, hay quien sostiene que, si bien la fluoración del agua clave cuando hay una alta prevalencia de caries dental, en las poblaciones con baja prevalencia suplementar a toda la población puede no ser la mejor idea. El resultado es que algunas ciudades, desatendiendo el consenso sanitario, han decido quitar el flúor del agua.
El caso de Juneau
Ese es el caso de Juneau, la capital de Alaska. En 2003 y sin decírselo a nadie, el Departamento de Obras Públicas de la ciudad dejó de fluorar el agua potable. Cuando salió a la luz, se generó un escándalo a nivel norteamericano y muchos dentistas instaron a la ciudad a devolver el flúor al agua.
El problema es que los vecinos no tenían claro qué hacer. Finalmente, se creó una comisión de seis personas que trabajó durante dos años y fue incapaz de llegar a una conclusión: la votación del informe final se resolvió con tres votos a favor y tres en contra.
Ante eso, el Ayuntamiento de Juneau finalmente optó por para mantener el flúor fuera del agua. Eso podía ser un problema para los habitantes de Juneau, pero nos daba una oportunidad histórica: poder comparar qué pasaba con los dientes cuando se retiraba el flúor.
Jennifer Meyer de la Universidad de Alaska Anchorage se dio cuenta de esto y analizó el historial médico de dos grupos de niños de niveles socioeconómicos similares antes y después de la eliminación del flúor. El primer grupo eran 853 pacientes no adultos que habían recibido la "exposición óptima de fluoración en el agua" antes de 2003; el segundo eran 1.052 pacientes no adultos casi una década después, en 2012.
Los resultados son llamativos: los niños que habían formado sus dientes después de 2003 tenían, de media, una caries más al año que sus homólogos pre-eliminación del flúor. Eso, en el sistema sanitario norteamericano, se tradujo en un gasto de unos 300 euros extra por paciente y año. Es decir, el impacto es considerable teniendo en cuenta lo barato que resulta la fluoración.
Es cierto que el trabajo de Meyer no estudió los casos de fluorosis dental, pero viendo la prevalencia de la enfermedad en la población general es difícil sostener que la fluoración artificial del agua no sigue siendo la medida de salud pública más efectiva para este problema. Le pese a quien le pese.
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