239 científicos de 32 países distintos han elaborado una carta abierta a la Organización Mundial de la Salud en la que le piden que revisen sus recomendaciones para dejar claro que el coronavirus se transmite por el aire. Según hemos podido saber, los firmantes creen que la OMS viene resistiéndose con uñas y dientes a asumir que el SARS-CoV-2 se transmite por el aire. Pero, según explican, la evidencia en ese sentido no deja de crecer.
No sorprenderá a nadie que uno de los grandes temas sobre el coronavirus ha sido, es y será la forma en que se transmite. Soterradamente, en algunas ocasiones; a vista de todos, en otras, lo cierto es que investigadores de todo el mundo llevan meses discutiendo cuál es la dinámica exacta del coronavirus en el aire. Lo curioso es que, sin tener demasiado miedo a equivocarnos, podemos decir que hemos llegado a un consenso generalizado.
Entonces, ¿A qué viene esta carta? ¿Quién tiene razón la OMS o este grupo de científicos?
Lo que sabemos sobre cómo se transmite el virus
Además de los contagios por contacto (ya sea directo - tocando a un paciente infectado - o indirecto - tocando una superficie contaminada), la investigación tradicional señala que hay dos grandes formas de contraer una enfermedad infecciosa respiratoria: por las gotitas de flujo respiratorio que expulsamos cuando tosemos, estornudamos o hablamos, y por el aire.
La gran diferencia entre esas dos vías es la capacidad del virus para retener su capacidad infectiva dependiendo del medio en el que se encuentra; si es muy dependiente del flujo respiratorio humano o, en cambio, es capaz de vivir en el aire durante cierto tiempo. Pero, en realidad, esta dicotomía no existe. La idea viene de toda una batería de estudios que hace unos cien años intentó averiguar por qué la tuberculosis era tan contagiosa y otras enfermedades respiratorias no.
Sin embargo, en todas estas décadas, la evidencia disponible señala insistentemente que no existen dos formas de contagiarse a través del aire. Lo que existe es un continuo entre los dos polos y cada enfermedad se sitúa en un lugar concreto del espectro. De hecho, la situación es más compleja porque, y esto lo hemos aprendido viendo a los virus trabajando en contextos reales, es muy posible que una enfermedad, teóricamente, se pueda contagiar por vía aérea, pero, en la práctica, su vía preferida sea otra: a través de gotitas grandes, medias o pequeñas de flujo respiratorio.
Ese es, hasta donde sabemos, el caso del coronavirus. Los estudios con el virus (y algunos casos aislados) señalan que el SARS-CoV-2 tiene, como dicen los 239 investigadores, capacidad para transmitirse por el aire. Sin embargo, la reconstrucción de casos y el estudio de los brotes muestra que lo que nos encontramos no encaja con un virus así; sino más con uno que, en términos generales, se transmite vía gotas de flujo.
¿Cuál es el debate entonces?
Por ello, como vemos, la discusión es (casi) semántica. Como vemos, por ejemplo, en la nota del New York Times sobre la carta abierta a la OMS los mismos investigadores exigen que se reconozca abiertamente que el coronavirus se transmite por el aire mientras reconocen que el virus se comporta como señala la Organización Mundial de la Salud. Aunque es cierto que los investigadores piden algunos compromisos extra, no hay contradicción real porque las recomendaciones sanitarias deben adaptarse a cómo se comporta el virus y no a cómo lo describimos.
Y ahí está el nudo de la cuestión. El problema viene, en parte, de la obsolescencia de las categorías y de cómo estas se relacionan con las políticas públicas. La ausencia de un marco de referencia ajustado nos impide hablar con precisión de las dinámicas del virus y esto se traslada, casi automáticamente, a las intervenciones sanitarias. En la práctica, muchos países tienen planes de contingencia que usan esa clasificación y el cambio de una a otra tiene consecuencias importantes. En el fondo, lo que los investigadores que firman la carta están defendiendo es que se haga aún más presión en todos aquellos países que no se están tomando en serio el problema.
Algo similar fue lo que llevó a la OMS a dejar de usar el término 'pandemia' para esta crisis de salud. Tras el descrédito público que supuso la gestión de la epidemia de gripe de 2009 y, aunque nunca desapareció en los glosarios de la institución, la OMS había dejado de usar el término 'pandemia' por considerar que "si se usa incorrectamente, puede causar un miedo irrazonable o una aceptación injustificada de que la lucha ha terminado, lo que lleva a sufrimiento y muertes innecesarias".
Pero el 11 de marzo de 2020 preocupada por la falta de medidas la Organización declaró "pandemia" al coronavirus. El mismo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la institución, señaló que "describir la situación como una pandemia no cambia la evaluación de la OMS sobre la amenaza que representa el coronavirus. No cambia lo que está haciendo la OMS, y no cambia lo que los países deberían hacer". Lo único que hacía era dar un toque de atención a la opinión pública para "dejar claro a las autoridades que el peligro era muy real y había que tomar medidas".
Sin rehuir el debate de fondo (en el que, más allá de la terminología, ambas partes están de acuerdo), la carta abierta parece estar en la misma línea que la declaración de pandemia: ya hemos visto que la epidemia sigue en alza a nivel global y lo que piden es elevar al máximo las recomendaciones para intentar que, de una vez por todas, las llamadas de atención convenzan a los países de que el coronavirus va muy en serio.
Imagen | Max Bender
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