Las afirmaciones acerca de la relación entre el uso de pantallas y la depresión y el suicidio son exageradas

Los mapas medievales tienen los bordes llenos dragones, serpientes marinas y animales mitológicos. De ahí deriva la expresión 'hallarás dragones' (hic sunt dracones) para referirse a las zonas desconocidas o inexploradas. Cuando no tenemos mapas, los seres humanos pintamos peligros. Está, como decía el escorpión, en nuestra naturaleza.

Y no sólo pasa con la geografía, claro. Quizás por eso, nuestras cartografías del mundo digital están llenas de zonas de peligros, amenazas y alarmas injustificadas. De dragones. Algo que el reconocimiento de la ‘adicción a los videojuegos’ como enfermedad por parte de la Organización Mundial de la Salud ha vuelto a poner en el centro de la opinión pública.

De la adicción ya hemos hablado. Pero hay un tema del que últimamente se habla mucho: la alarmante conexión entre la depresión, el suicidio y el uso de pantallas. Una alarma que, como veremos, no se sostiene.

El peligro oculto

Aunque viene de mucho antes, un estudio publicado en Clinical Psychological Science el año pasado conectaba mayores tasas de depresión y suicido con pasar más tiempo frente a las pantallas. No era nada sorprendente.

Desde 1998, tenemos estudios como este. En el primer gran estudio sobre internet y la salud mental, Kraut y su equipo concluyeron que internet conllevaba una disminución en la comunicación familiar, un empequeñecimiento de los círculos sociales y un incremento de la depresión y la soledad.

También descubrieron que a mayor uso de internet, mayores eran sus efectos. Pero como ocurrió hace 20 años con el trabajo de Kraut, el estudio del año pasado fue un bombazo informativo y muchos medios se lanzaron a prevenirnos de los males de internet. Y como ocurrió hace 20 años, el diagnóstico era apresurado.

Vender la piel del dragón antes de cazarlo

Si Shapiro (1999) rápidamente explicó que, en realidad, el estudio tenía serios problemas. Es decir, los investigadores habían escogido a un grupo de participantes (alumnos de los últimos años de instituto y sus padres) que hubieran visto reducir su 'vinculación social' de forma natural independientemente del uso de internet.

A principios de año, Andrew Przybylski reanalizó los datos y el resultado fue mucho más interesante que el original: la conexión entre usar pantallas y el suicidio es la misma que entre comer patatas y el suicidio. Exactamente la misma: ninguna relevante.

Evidentemente, esto no quiere decir que ese mundo digital no pueda ocultar dragones. Claro que sí puede haberlos. En Komodo, en Indonesia, al final los encontramos. Lo importante es tener claro la diferencia entre no saber qué ocurre y creer que es peligroso; la diferencia entre que algo no nos guste y que algo nos haga mal. Esa es una diferencia fundamental.

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