Hace unos días, Angela Merkel daba comienzo al curso político alemán con un discurso en el que detallaba las prioridades de su gobierno en la lucha contra al coronavirus. Entre ellas, hay una que ha llamado la atención de muchas personas y es que decía la canciller que iban "a trabajar en el tema de la ventilación en edificios públicos por el papel que juegan los aerosoles en el coronavirus".
Otros países como Francia o Japón están en la misma línea, pero ¿qué significa todo esto? ¿Qué conlleva "trabajar en el tema de la ventilación en edificios públicos"? ¿A qué se refieren con "la importancia de los aerosoles"? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que más de seis meses después de que todo esto empezara no tengamos un criterio claro y contundente sobre qué hacer con los aires acondicionados, las calefacciones y los sistemas de ventilación?
El encarnizado debate sobre cómo se transmite el coronavirus
Uno de los temas centrales de la discusión científica y política sobre el coronavirus es, ha sido y será cómo se transmite el virus. Como hemos explicado en varias ocasiones, el consenso actual entre los investigadores es que hay tres vías fundamentales por las que el virus puede contagiarse: a través del contacto con superficies contaminadas, a través de gotitas de flujo respiratorio y a través del aire (es decir, sin necesidad de gotas). Durante los últimos meses, ha existido una enorme polémica entre investigadores y autoridades sanitarias por dirimir a cuál de ellas hay que prestar más atención.
Mientras un número cada vez mayor de expertos acusaba a la OMS de obviar la evidencia experimental que señala que el virus se transmite por el aire. La OMS, reconociendo que esto es posible, esgrimía datos clínicos que apuntaban a que esa vía de contagio sería poco importante. No obstante, la Organización Mundial de la Salud reconocía que se necesitaba más investigación para cerrar el debate. La buena noticia es que esas investigaciones estaban en marcha.
Por ejemplo, el 4 de agosto se publicó preprint (un artículo 'no revisado por pares') que podría ser clave para dirimir este debate: un equipo de investigadores fue capaz de 'cazar' un virus en el aire a casi cinco metros de un enfermo en una habitación de un hospital de la Universidad de Florida en Gainesville. Ya teníamos otros trabajos que habían encontrado material genético o restos del virus en el aire, lo importante de esta investigación es que demostró que el virus seguía pudiendo infectar células. Al menos, en el laboratorio.
¿Esto cierra el debate?
La investigación en cuestión es toda una proeza tecnológica. Ni en enfermedades que sabemos a ciencia cierta que se transmiten por el aire (como el sarampión o la tuberculosis) se había logrado hacer. ¿Eso significa que el SARS-CoV-2 es mucho más contagioso que estos? En realidad, no. Los autores del trabajo han utilizado una nueva tecnología que permite recolectar el virus del aire sin dañarlo. La novedad de la técnica y la ausencia de elementos con los que comparar los resultados ha provocado que se planteen algunas dudas. La fundamental es si esos virus presentes en el aire pueden contagiar células en un entorno real, cómo y en qué medida.
Ahí está la clave porque, al fin y al cabo, el debate no es si el virus puede o no puede transmitirse por el aire. El consenso sobre este punto es muy fuerte: sí que puede. El debate trata sobre qué importancia real tiene esa vía de contagio en el contexto de la pandemia. La OMS se ha mostrado muy cauta a reconocer el hecho de que el virus se transmita por el aire, primero, por una cuestión de comunicación pública (el término inglés 'airbone' tiene connotaciones negativas) y, segundo, porque cree que basándose en evidencias epidemiológicas, la importancia de la vía aérea es muy pequeña en comparación con vía de los flujos respiratorios. Es decir, bajo su criterio las recomendaciones serían iguales a nivel práctico y se evita la alarma social.
Pero ¿y si la transmisión aérea fuera la más importante?
En el caso de que la vía aérea fuera preponderante, algunas recomendaciones sí serían distintas pese a que la mayor parte seguirían siendo idénticas (o muy similares). La más importante de todas es que cambiaría la distancia de seguridad (que, en este caso, tendría que ser mucho más grande - aunque no hay estudios que pongan cifras claras) y eso repercutiría en otras prácticas como evitar los lugares pequeños y mal ventilados, hacer actividades al aire libre o el uso de mascarilla cuando no se pudiera cumplir la nueva distancia de seguridad. Cambiarían las ratios y las distancias, pero las prácticas sería las mismas
En el caso de la ventilación, que es el que nos ocupa, se requeriría analizar los sistemas de ventilación y alterarlos para minimizar el riesgo de contagio. Como hemos visto en numerosos brotes, cuando una enfermedad se transmite por gotitas de flujo, el aire acondicionado y los sistemas de ventilación tienen como principal efecto el aumentar la distancia que pueden recorrer esas gotitas. Las corrientes de aire las llevan más lejos de lo normal. En cambio, si la enfermedad se transmite por el aire, los sistemas de ventilación podrían acabar diseminando el patógeno por toda la estancia e incluso por todo el edificio como si de humo se tratase.
- Utilizar los sistemas de ventilación para incrementar la renovación del aire (poniendo especial énfasis en las zonas con mayor afluencia de personas)
- Analizar las dinámicas internas de las corrientes de aire para asegurarse que no se crean 'islas' sin ventilación
- Existen guías técnicas para utilizar parámetros como la temperatura, la humedad relativa o la dirección de los chorros que dificulten la transmisión aérea
- Evitar la recirculación del aire
- Instalar filtros o sistemas de 'desinfección' (como los basados en rayos ultravioleta)
Si ahora la prioridad es mover el aire lo menos posible y limitar así el alcance de las gotas de flujo; en el escenario aéreo, la prioridad sería renovar y limpiar todo el aire posible cuanto antes. A veces son cosas compatibles, a veces no lo son: sobre todo en el caso del coronavirus que, probablemente, se encuentra en una posición intermedia entre los dos escenarios. Ante las dudas más que razonables que despierta el problema, la recomendación es estudiar con los técnicos la forma de configurar los sistemas de ventilación para que generen menos riesgos (atendiendo a lugar donde nos encontramos).
¿Por qué se pone el acento en la ventilación ahora?
En parte, por el debate público. Algunos científicos están insistiendo en la importancia de los aerosoles en entrevistas, tribunas y redes sociales; y, además, están consiguiendo que esta idea cale precisamente donde sí puede causar cambios importantes: en la forma en la que los ciudadanos ven al virus.
A nivel teórico, la diferencia entre un virus que se transmite por gotas y uno que se transmite por el aire es la misma diferencia que existe entre un estornudo y el humo. Como ya hemos dicho, el SARS-CoV-2 se moverá, en todo caso, en algún punto de esos dos extremos. No obstante, la analogía del humo (y de lo difícil que es eliminarlo) podría ayudar a los ciudadanos a tomarse más en serio la pandemia.
En parte, por la vuelta a la vida "normal" tras el verano. Lo que está ocurriendo en muchos países es que, paralelamente al debate sobre la transmisión del virus, muchas autoridades sanitarias, laborales y escolares se están dando cuenta de que es muy difícil cumplir las recomendaciones ya existentes porque las instalaciones e infraestructuras no lo permiten.
En este contexto (y con la intensificación del debate en el espacio público) modificar los sistemas de ventilación de los edificios cerrados no solo es una decisión políticamente más segura, sino que puede ayudar en entornos donde las recomendaciones actuales no puedan aplicarse con todas las garantías. Centrarnos en la ventilación es algo mucho más 'asumible' que ampliar a tres o cuatro metros la distancia de seguridad.
Imagen | Kira Porotikova
Ver todos los comentarios en https://www.xataka.com
VER 24 Comentarios