Meditar es algo al alcance de nuestra mano y sus beneficios pueden ayudarnos en el día a día
Hubo un tiempo en el que solía asociar eso de meditar con lo esotérico y lo mágico. También con las tradiciones orientales. Quizás mi interés por lo segundo vencía a mi escepticismo por lo primero y de ahí que el tema de meditar siempre hubiera llamado mi atención.
Pero en realidad eso de meditar ni es tan esotérico ni tan oriental. Es más, es en occidente donde el énfasis de la meditación tiende a ponerse en lo espiritual, mientras que en el caso oriental, pesa más la técnica.
Algo que es común en oriente y en occidente es la existencia de científicos interesados en analizar desde un punto de vista científico la meditación. Los estudios que realizados a este respecto son variados, pero dos preguntas son especialmente interesantes: ¿Qué pasa con nuestro cerebro mientras meditamos? ¿Son los beneficios de la meditación reales?
Según explica Angela Lumba-Brown, neurocientífica del Stanford Brain Performance Center, durante la meditación en el cerebro aumenta la presencia de algunas hormonas neurotransmisoras, como la dopamina, la serotonina y GABA (el ácido gamma-aminobutírico). No es que meditando se disparen, los niveles de todos estos compuestos, explica, sino más bien que “se dan cambios generales en estas combinaciones de neurotransmisores que reflejan una direccionalidad más positiva, relajada e incluso satisfecha.”
Comprender lo que pasa en nuestro cerebro, también a largo plazo, puede ayudarnos a comprender los potenciales beneficios de la meditación en la salud. Igual que la meditación no afecta a todas las hormonas por igual, tampoco afecta del mismo modo a todas las regiones de nuestro cerebro.
Según Matt Dixon, investigador del departamento de psicología de Stanford, la meditación reduce la actividad de la red en modo por defecto, la región del cerebro involucrada en la rumiación (los pensamientos obsesivos) y por tanto estrechamente vinculada con la ansiedad. Lo contrario ocurre en la ínsula, continúa explicando Dixon. Esta es la zona responsable de la consciencia de nuestro propio cuerpo y tiende a activarse entre quienes meditan.
Es por tanto normal que uno de los beneficios que las investigaciones hayan asociado a esta práctica sea la de reducir los niveles de estrés y ansiedad. Un estudio realizado en 2017, por ejemplo, observaba menores niveles de ansiedad entre los participantes que combinaban ejercicio y meditación. Quizás tengan que ver con ello los resultados de otro estudio realizado al año siguiente, ya que sus participantes describían como más ameno el ejercicio cuando se acompañaba de meditación.
Desde entonces otros análisis han señalado lo mismo. En general estos estudios suelen tener muestras pequeñas, alrededor de medio centenar de participantes por experimento. Aunque de manera individual las pruebas que aporten sean escasas, el estudio de su conjunto va aportando pruebas en favor de esta idea.
Otro beneficio de la meditación descrito en la literatura científica es la mejora en la atención y en la memoria. No es de extrañar puesto que la meditación puede ser entendida como un entrenamiento de la atención. La reducción de nuestra capacidad de atención es una de las preocupaciones recurrentes de la sociedad.
Algunos estudios han avalado en cierto grado la idea de que meditar puede ayudarnos a alargar esta capacidad de atención. Como el realizado en 2018 que señalaba que los participantes que meditaban desempeñaban mejor realizando la tarea visual que les encomendaron, la cual requería cierto grado de atención. Otro estudio observaba que incluso meditando por periodos cortos (13 minutos) podía mejorarse la capacidad de atención.
La lista de posibles beneficios en favor de los cuales pueden encontrarse pruebas sigue: superar adicciones, mejorar el sueño, controlar el dolor crónico, o reducir la presión sanguínea. Las pruebas existen, pero aún deben afianzarse a través de más estudios. Y más allá de los estudios, las experiencias también cuentan.
Desde la experiencia
Cuando me puse a meditar comencé sin conocimiento, improvisando, a partir de cosas que había oído acá y allá. Y podría decirse que ese sigue siendo el caso. Como tantas otras cosas, comencé e meditar durante la pandemia, aunque de forma irregular.
La primera es física, y es la de aprender a respirar. Es posible que para quienes practiquen deporte de forma profesional o semiprofesional la respiración sea una parte del entrenamiento (o es lo que puedo imaginar ya que las primeras personas en insistirme en la importancia de respirar bien fueron los profesores de gimnasia).
Cuando comencé a meditar mi objetivo era pasar diez minutos con la mente en blanco o todo lo en blanco que mis capacidades me permitieran. Sabía que para eso era una buena idea centrarnos en nuestra respiración. Lo que no sabía, que después me enseñaron, es que la respiración en sí misma ya era una técnica a perfeccionar.
Y gracias a la meditación he ido aprendiendo poco a poco a mejorar mi respiración. Aprender a respirar mejor a su vez me ha servido para dos cosas. La primera es recuperarme mejor de los esfuerzos, la segunda es tener una herramienta más a la hora de relajarme y calmarme cuando el estrés aprieta.
Reenfocarse no es tarea fácil. Primero hay que darse cuenta de que se está distraído, a veces tardamos mucho más de lo que parece lógico en siquiera darnos cuenta de que nuestra mente está divagando. Solo cuando nos damos cuenta de esto podemos regresar a lo que estuviéramos haciendo, ya sea respirar, terminar un artículo o continuar con la lectura de la novela. No todo es cuestión de ser más productivos, también de disfrutar lo que hacemos.
Meditar tiene otra ventaja que a mí me parece una invitación a la prueba: es gratis. Probar la meditación no requiere equipamiento ni un caro curso con algún gurú tibetano. Es algo que podemos realizar en casa o en el baño de la oficina (no creo que sea el mejor lugar para iniciarse pero no deja de ser un lugar como otro cualquiera).
Los beneficios no son inmediatos, pero pocas formas de entrenamiento los tienen. Es por eso que mantener cierta constancia sea el único coste. Porque arañarle unos minutos al día para nosotros mismos siempre es una buena idea.
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Imagen portada | Katerina May
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