El 18 de septiembre un autobús que transportaba a 47 personas a un centro de cuarentena se estrelló en la provincia china de Guizhou. Murieron 27 personas y, según parece, ese fue el inicio (breve, pero acalorado) de una serie de movilizaciones y protestas que desde el pasado jueves, con la muerte de 10 personas en un incendio que no se pudo sofocar por las restricciones, han alcanzado un nivel sorprendente para el país asiático.
Nadie tiene muy claro qué pasará en los próximos días, pero la pregunta es evidente ¿por qué China sigue empeñada en la política de COVID-Zero pese a que todos los demás la han dejado atrás y la ciudadanía parece que empieza a estar harta?
Una estrategia exitosa.... COVID-Zero fue la estrategia estrella durante meses y meses. La siguieron países como Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur o China. En términos generales, estos países priorizaron un marco de contención y eliminación del COVID. Eso, como os podéis imaginar, exigía medidas muy duras: Nueva Zelanda llegó a confinar una ciudad entera por un solo caso. Sin embargo, mientras Europa se convertía en un caos y las cifras de muertos se contaban a miles, centrar todos los esfuerzos en reducir a cero los casos de infección e impedir que el virus circulara parecía la mejor opción.
Y, si nos atenemos a muchos datos, lo era. La investigación disponible nos dice que los países que optaron por este tipo de estrategias "[desarrollaron] una respuesta epidemiológica y comunitaria más eficaz y con menos consecuencias económicas y psicosociales negativas que aquellos que [apostaron] por una estrategia de mitigación o de inmunidad de grupo". Lo que nadie sospechaba en aquel momento es que el éxito tenía fecha de caducidad.
Y un callejón sin salida. Las dudas no tardaron demasiado en aparecer. En verano de 2021, mientras el mundo se abría lentamente gracias a la vacuna y a la inmunidad de grupo, los países Covid-Zero seguían con confinamientos muy duros. Aún estaba fresco el horror que se había vivido en marzo de 2020 en Europa, pero muchos empezaban a preguntarse cómo iban a poder reincorporarse a la "vida normal" si el virus no desaparecía.
¿Cómo escapar de la trampa del COVID-Zero? La respuesta a esa pregunta era sencilla: vacunando. Así es cómo países como Nueva Zelanda, Australia, Corea o Singapur han ido reincorporándose (con sustos) al mundo exterior. En China, donde las vacunas presentaban niveles de eficacia mucho peores que las de ARNm, la situación no era tan fácil. El mejor ejemplo (y el gran aviso para Pekín) ocurrió en Hong-Kong.
A finales de marzo de este año, Hong-Kong tenía el mismo número de casos que Nueva Zelanda: pero muchísimas más muertes. Y cuando digo "muchísimas", digo hasta 30 veces más. Las políticas de aislamiento cortaron relativamente rápido aquel brote, pero el mensaje era claro: China no estaba preparada para salir de ese callejón sin salida hasta que no tenga a la población inmunizada (y, en plena carrera biotecnológica, reconocer los problemas de las vacunas chinas es difícil y costoso políticamente).
Un millón y medio de razones. Más allá de las razones políticas de fondo, la realidad es que abrir el país (sin estar preparados) sería un movimiento extremadamente costoso. En mayo, tras ver el colapso hong-konés, un equipo de investigadores se preguntó qué podría pasar en China. El resultado se publicó en Nature Medicine y es demoledor: con los actuales niveles de eficiencia de las vacunas, el modelo arrojaba 112,2 millones de casos sintomáticos, 5,1 millones de admisiones hospitalarias, 2,7 millones de ingresos en la UCI y más de un millón y medio de fallecidos. Eso en los primeros dos meses.
Para que nos hagamos una idea de la magnitud de lo que hablamos: si las estimaciones tuvieran razón, los ingresos en las UCI excederían hasta 15 veces la capacidad de las unidades del país. Evidentemente, el mismo modelo plantea medidas para amortiguar el golpe (desde cierres similares a los actuales a aumentar la inmunidad de las personas más vulnerables), el problema no parece haber una forma clara de hacerlo sin que la población se pregunte para qué han servido estos tres años de COVID-Zero. Y no creo que haya nadie capaz de responder a eso.
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