A principios de año, la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) se dio cuenta de que, a lo largo de 2020, se habían diagnosticado en torno a un 20% de cánceres menos en el país. Esto era un problema porque no había ninguna razón para pensar que la incidencia real del cáncer en España había bajado; es decir, era un problema porque uno de cada cinco casos estaban sin diagnosticar con el consecuente "un impacto negativo en supervivencia y paliación" de la enfermedad.
Estamos hablando de 30.000 personas y, por desgracia, no es un fenómeno restringido al cáncer. Ni las enfermedades cardiacas, ni la diabetes, ni la hipertensión desaparecieron con la llegada de la pandemia; pero el miedo al contagio, las restricciones de movilidad y la interrupción (total o parcial) de los servicios sanitarios hicieron que lo pareciera. Esas y otras muchas enfermedades sencillamente desaparecieron de los hospitales y los centros de salud.
Pues bien: ahora están de vuelta.
Un breve repaso a lo que ocultó el COVID
Ya en junio de 2020, la Sociedad Europea de Cardiología (ESC) realizó una amplia encuesta en más de un centenar de países y se encontró con que el 78,8% de hospitales detectaron una reducción del número de pacientes con infarto del miocardio. En España, concretamente, las cifras cayeron a casi la mitad. La estadística ya es espeluznante porque nos hace preguntarnos qué pasó con todos esos pacientes que no llegaron a la puerta de urgencias. Pero se hace peor si echamos un ojo a los que sí llegaron.
El 60% de los infartos llegaron a los hospitales más tarde de lo habitual. En dolencias de este tipo que son extremadamente sensibles a la prontitud del tratamiento, esto desencadenó (siempre según los datos de la ESC) que se provocara una reducción de las posibilidades de tratar efectivamente a los enfermos. Sin embargo, no es solo una cuestión de tratamientos de urgencia.
Durante meses, muchos hospitales por todo el mundo solo operaron bajo un estricto criterio de urgencia. Y, a veces, ni eso. Lo que hizo no solo que numerosas cirugías se retrasaran meses, sino que muchas cirugías necesarias entraran tarde en el quirófano. El caso de las apendicitis y peritonitis ha recibido mucha atención mediática, por ejemplo.
Mientras tanto, por pura presión hospitalaria y mientras los profesionales trataban de solucionarlo, las enfermedades crónicas pasaron a un segundo plano. No hay que olvidar que en España hay 19 millones de personas que sufren alguna enfermedad crónica. Es decir, un 40% de la población general que se convierte en más de un 90% si hablamos de personas mayores.
Esto ha causado que, por ejemplo, el control metabólico de la diabetes se haya visto afectado negativamente en torno al 20% respecto al año anterior. Con las enfermedades neurodegenerativas ha pasado algo muy similar.
La vuelta a la normalidad
Esto no es novedad. Desde el verano de 2020, la preocupación por todas estas patologías ha sido un tema recurrente. Sociedades médicas, médicos y administradores avisaban del problema. La novedad ahora es que las secuelas de todo esto, las complicaciones y los retrasos están llegando a los hospitales, llenando muchas plantas (neumología, cardio, medicina interna, etc...) y situando a los centros asistenciales a un nivel de saturación más alto de lo habitual.
Es más, no solo es que estén apareciendo casos que no habíamos diagnosticado previamente: es que esos casos son más graves y se suman a los que aparecen también este año. Con los enfermos crónicos y los problemas derivados de la falta de control de la enfermedad también surgen similares problemas. Y esto es lo que nos hace dependientes de olas de coronavirus cada vez menos graves y la potencia de las vacunas; el sistema hospitalario no ha salido aún de la crisis del coronavirus y hay demasiada gente cuya vida (y salud) depende de no dar ningún paso más atrás.
Imagen | Adhy Savala
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