Vivir en el siglo XXI y no en la prehistoria, tiene muchas ventajas. Y lo digo sin leyendas negras, ni ideas preconcebidas: es bien posible que el consenso historiográfico diga que el Neolítico no estaba tan mal, que se trabajaba menos, que se la desigualdad apenas existía. OK, me fío. Pero todos esos argumentos se van por el desagüe en cuanto uno pisa la sala de espera de un dentista.
Porque sí, visitar al dentista hoy por hoy puede ser objeto de pesadillas recurrentes, pero hacerlo hace 13.000 años era, según todo lo que sabemos, mucho peor. De esa época es el primer empaste del que tenemos constancia.
Dientes, dientes
La versión tradicional cifra el origen de la odontología en torno al 300 antes de Cristo, cuando los Egipcios se habían perforaciones en los dientes para incrustarse piedras preciosas. No obstante, es más antigua y no solo porque fenicios y etruscos elaboraran prótesis dentales a base de oro y marfil.
A finales de los 90, en Riparo Fredian, un yacimiento de la zona montañosa de la Toscana, un equipo de arqueólogos encontró un conjunto de dientes de unas seis personas que vivieron hace unos 13.000 años, en pleno Neolítico.
De entre todos ellos, dos incisivos han resultado ser especialmente valiosos para examinar las prácticas médicas y odontológicas de la época. Según publicó hace unos años la revista Physical Anthropology, las piezas dentales mostraban signos de haber sido manipulados con un instrumento puntiagudo (seguramente una piedra) con la intención de retirar la caries y agrandar el agujero.
Posteriormente, los huecos habían sido rellenados con trozos de betún, una variedad natural del alquitrán que sabemos que se usaba en la época para impermeabilizar cestas o utensilios. Es decir, las piezas dentales parecían haber sido sometidas a un equivalente neolítico a un empaste moderno retirando las caries y rellenándolas con un compuesto artificial.
A menudo, cuando nos ponemos a mirar cómo ha evolucionado la medicina, es inevitable sorprenderse de lo avanzadas que eran algunas técnicas y conocimientos. Basta con recordar a aquellos neandertales asturianos que (muchos años antes de este dentista primitivo) ya masticaban corteza de álamo, una fuente natural de ácido salicílico (el principio sedante de la aspirina) y Penicillium, un hongo con propiedades antibióticas
Imagen | Kevin Bation
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