El 30 de abril de este 2018, una madre italiana invitó a sus contactos de Facebook a una fiesta infantil en su casa de Milán. Fondo fucsia, letras en negrita y un par de emoticonos. Eso bastó para que la fiesta se convirtiera en un asunto de relevancia nacional.
¿El motivo? Era una fiesta de la varicela.
Un día de fiesta y cuarenta de recuperación
Paperas, varicela, sarampión, hepatitis A o la gripe. Las fiestas de la varicela o del sarampión no son nada nuevo. Ya en 2012, este tipo de reuniones a las que los padres antivacunas llevan a sus hijos para que contraigan las enfermedades “de forma natural”, formen anticuerpos y no tengan que recurrir a las ‘malvadas’ vacunas estaban de moda.
Pero no era nada nuevo: estamos bastante seguros de que las actividades de este tipo eran populares en muchas zonas antes de la introducción de la vacuna de la viruela y tenemos muchos testimonios que datan de la década de los 80, pero el pistoletazo de salida de este tipo de prácticas fue en 1995 con la introducción de la vacuna de la varicela en EEUU.
De hecho, fue allí en EEUU, dado que mandar material infeccioso por correo era delito federal, donde este tipo de fiestas alcanzaron su mayor desarrollo y acabaron por convertirse en verdaderos lugares de peregrinación para el movimiento antivacunas.
Desde entonces se han vuelto muy populares en ese mundillo y periódicamente los medios se han hecho eco de las polémicas sobre ellas. En Italia, hace un par de años, eran bastante habituales. En 2009, el servicio de salud canadiense detectó que algunas ‘fiestas de la gripe’ se estaban empezando a organizar en el país norteamericano. Ni España, ni México han resultado inmunes.
En mitad de la epidemia
La reacción de la mayoría de países ha sido la prohibición: son prácticas descontroladas, peligrosos y de consecuencias que pueden ser fatales. Sobre todo, porque hay enfermedades mucho más peligrosas que la varicela. Sin embargo, el debate ético y legislativo sobre cómo afrontar al movimiento antivacunas sigue más vivo. Y, de hecho, en Italia más que nunca con la elección de una ministra de sanidad que lleva años coqueteando con el movimiento antivacunas.
Sí, en plena crisis del sarampión, cuando una enfermedad que estaba prácticamente erradicada ha vuelto con una fuerza inusitada por la coalición imprevista de antivacunas y la crisis económica, una ‘simple’ fiesta de la varicela es una provocación para la salud pública y para un país que tuvo que imponer la vacunación obligatoria ante la magnitud del problema.
En 2017 se cuadriplicaron los casos de sarampión con más de 20.000 personas afectadas y 35 muertes. La varicela mataba a unos 100-150 niños en Estados Unidos antes de 1995 y este tipo de prácticas amenazan con revivirla como en el caso del sarampión. Y, sin embargo, siguen creciendo a la sombra de la ideología y de una recuperación que no acaba de llegar. No es el problema más acuciante de nuestra sanidad, pero hacer la vista gorda es algo que lamentaremos cuando ya sea demasiado tarde.
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