Se ha debatido mucho sobre si la siesta es saludable o no y cada vez estamos más seguros de que la respuesta depende de cada uno, de nuestros genes y de nuestros hábitos cotidianos. Ahora gracias a un equipo internacional de investigadores liderado por el University College London (UCL) sabemos que ser propenso a echar siestas está relacionado con un cerebro más grande.
La nueva investigación se ha basado en el análisis de los genes que se vinculan a la propensión a la siesta. El equipo de investigadores comparó dos grupos de personas, uno que mostraba estos genes en su ADN y otro que no.
Observaron que la diferencia en volumen de los cerebros equivalía a la pérdida del volumen que se da en este asociado a entre 2,6 y 6,5 años de envejecimiento. Los investigadores comprobaron si ocurría lo mismo con otras variables como volumen del hipocampo, tiempo de reacción y proccesamiento visual, pero no encontraron diferencias significativas en estos otros casos.
“Nuestros descubrimientos sugieren que, para alguna gente, breves siestas diurnas pueden ser parte del puzle que ayuda a preservar la salud del cerebro según envejecemos” explicaba en una nota de prensa Victoria Garfield, miembro del equipo responsable de la investigación.
Los detalles del estudio han sido publicados recientemente en un artículo en la revista Sleep Health. El Trabajo se basó en los datos obtenidos de 378,932 participantes, entre las edades de 40 y 69 años, obtenidos a través del UK Biobank.
Los investigadores tomaron como referencia 97 fragmentos del ADN de los participantes. Estos segmentos ya habían sido vinculados en estudios anteriores a la propensión a las siestas diurnas.
Estos datos se combinaron con resonancias magnéticas en un subgrupo de 35.080 participantes del biobanco británico. El análisis se hizo siguiendo una metodología estadística conocida como aleatorización mendeliana. El objetivo de esto es evitar que terceros factores pudieran afectar a las relaciones estadísticas analizadas.
“Mirando a los genes establecidos al nacer, la aleatorización mendeliana evita factores distorsionadores que acontecen a lo largo de la vida y que pueden influir las asociaciones entre la siesta y las variables relacionadas con la salud. Nuestro estudio señala un vínculo causal entre la siesta habitual y un mayor volumen cerebral total”, explicaba Valentina Paz, miembro del equipo responsable del estudio.
El estudio no dice nada sobre la eterna pregunta: ¿cuánto debe durar una siesta? Aunque por fortuna ya sabemos que lo óptimo es que duren entre 15 y 30 minutos. Un estudio realizado hace unos años apuntaba a las siestas de 26 minutos como las ideales.
Lo que sí señalan los investigadores es la recomendación de no dejar la siesta para muy tarde: cuanto antes la echemos menos probable será que nos desvele o nos altere de alguna forma el ciclo de sueño nocturno.
Los miembros del equipo responsable del estudio también explicaban que, si bien era posible extraer conclusiones del estudio, futuras investigaciones serán necesarias para comprender mejor esta vinculación. Señalaban en este sentido que los participantes en el estudio eran de ascendencia europea, por lo que replicar la investigación con mayor diversidad étnica podría resultar conveniente.
Futuras investigaciones también podrían ayudarnos a entender mejor por qué se da esta relación. En general, un correcto descanso y sueño son vitales para el funcionamiento de nuestro cerebro, por lo que la vinculación no resulta en absoluto sorprendente.
Un ejemplo de la relación entre sueño y funcionamiento de nuestro cerebro es el hecho de que la privación de sueño tenga un efecto sobre nuestro rendimiento cognitivo y psicomotriz es comparable (o superior en ocasiones) al que causa la ingesta de alcohol.
La pérdida de volumen cerebral es uno de los efectos de algunas enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. En un artículo para The Conversation, los autores del estudio especulan con la posibilidad de que las siestas puedan ayudar a detener esta evolución. “Nuestros hallazgos ayudan a clarificar el impacto de las siestas diurnas en la salud cerebral, lo cual podría limitar el deterioro cognitivo conforme una persona se haga mayor.”
La siesta es una costumbre con cada vez más defensores en el contexto internacional. Como explican los autores de este último estudio, aún existe cierto estigma al respecto, pero investigaciones como esta pueden ayudar a normalizar un hábito que en última instancia está arraigado en buena medida de nuestros mismos genes.
Imagen | Adrian Swancar
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