En los momentos más oscuros de la pandemia, por si eran pocos los problemas que teníamos, apareció la sombra del 'long COVID'. La posibilidad de que los síntomas de la enfermedad persistieran, se enquistaran, durante años; quizás para siempre. No era una anécdota: en marzo de 2022, aproximadamente un millón y medio de británicos (el 2,4% de la población) informaron síntomas prolongados de COVID. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?
¿Qué es realmente el "COVID persistente"?. La pregunta es relevante porque durante meses ha existido una enorme confusión en torno a este 'covid persistente'. Es un hecho bien conocido por la comunidad médica desde hace décadas que, pese a que las enfermedades suelen 'describirse' en síntomas concretos y evoluciones determinadas, esas descripciones no agotan las manifestaciones clínicas que una misma patología puede generar.
Es decir, que era normal que el boom de infecciones por SARS-CoV-2 generase un sin fin de situaciones y secuelas que no encajaran en el "modelo estándar"; lo realmente relevante era si se trataba de casos aislados o si estábamos ante una auténtica "epidemia silenciosa" que estar afectando a decenas de millones de personas en todo el mundo.
Lo que dicen los datos. Eso mismo se preguntaron un equipo de investigadores israelíes. En concreto, se preguntaron qué pasaba con los síntomas relacionados con el covid persistente (sobre todo, "fatiga, dificultad para respirar, pérdida del olfato, pérdida del gusto y dificultad para concentrarse") un año después de haberlo sufrido. Podían hacerse esa pregunta porque, durante todos estos años, los investigadores han tenido una gran facilidad para trabajar con los datos sanitarios del sistema israelí de salud.
Con esa enorme base de datos, analizaron la evolución de hasta 70 síntomas distintos en personas que había sido diagnosticadas de la infección por SARS-CoV-2. Compararon la evolución de los síntomas en personas vacunadas y no vacunadas; con y sin infección por covid-19; controlando por edad, sexo y variantes de covid-19. Y, con todo eso, llegaron a una conclusión: el temido "long COVID" se desdibujaba.
¿Existe realmente el "long COVID"? Las conclusiones son bastante claras: "la mayoría de los síntomas o afecciones que se desarrollan después de una infección leve por covid-19 persisten durante varios meses, pero vuelven a la normalidad en un año". Es importante prestar atención en la palabra "leve". Los casos graves (sobre todo, los que requirieron internamiento en cuidados intensivos) sí tienen muchas más secuelas persistentes, pero ahí tiene un peso mayor la agresividad de los tratamientos. Cuando los sacamos de la ecuación, el COVID persistente parece evaporarse.
Esto no quiere decir que no haya personas con secuelas graves. Al contrario. Existen y los sistemas de salud deben hacerse cargo de su existencia. Lo que quiere decir es que los estudios más completos descartan que el virus genere secuelas a largo plazo en la población. Lo cual es, no vamos a negarlo, todo un aviso.
Bonus track: las vacunas. Otra conclusión muy interesante del estudio es que, de media, las personas vacunadas sufrieron menos síntomas persistentes que los no vacunados. Y digo que es interesante, porque Israel (por la enorme cantidad de ultraortodoxos que rechazaron la vacuna) es uno de los mejores países para estudiar este tipo de fenómenos. Hoy es día de buenas noticias.
Imagen | Vladimir Fedotov
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