Ni los expertos acaban de ponerse de acuerdo sobre qué hacer con la tercera dosis de la vacuna del coronavirus. Mientras prácticamente todos "coinciden en que administrar una dosis adicional a personas vulnerables y grupos de riesgo es una buena idea [sobre todo en un contexto de transmisión tan elevada como el que viven todavía muchos países]" y algunas sociedades científicas apoyan vacunar de nuevo a toda la población general, cada vez hay más inmunólogos que se "posicionan públicamente en contra de la tercera dosis universal en jóvenes sanos".
Y eso que las dosis de refuerzo están funcionando muy bien. Los últimos datos en mostrarlo son los de la provincia canadiense de Alberta donde un análisis pormenorizado de las cifras muestra que estas terceras dosis han hundido tanto las tasas de hospitalización de los octogenarios (143,3 por cada 100.000) que ya son más bajas que la de los jóvenes sin vacunar (237,5). En toda Europa, de hecho, se están hospitalizando más niños que antes. Visto es esto es inevitable preguntarse: ¿dónde está el debate?
Vamos ganando, pero ¿cómo ganamos la guerra?
¿Qué hacemos ahora? Mientras ómicron sigue marcando récords de contagios en todo el mundo y lleva a las Unidades de Cuidados Intensivos al borde de su capacidad estructural, el gran debate del momento no es si la ola ha llegado a su pico o no; sino qué pasa ahora si, como ya parece intuirse en Israel, ni la 4a dosis de refuerzo es capaz de contener los contagios de esta variante (y las que pueden estar por llegar).
¿Cuántas dosis de refuerzo harán falta? Aunque la discusión tiene componentes técnicos y políticos que van desde la gestión sanitaria a la inmunología básica, el problema se sintetiza en la reflexión que hizo Marco Cavaleri, jefe de vacunas de la Agencia Europea del Medicamento, hace unos días: "si bien el uso de dosis adicionales de refuerzo puede ser parte de los planes de contingencia, las vacunaciones repetidas en intervalos cortos no representan una estrategia sostenible a largo plazo".
Es decir, no podemos estar vacunando a la población cada pocos meses. Si finalmente adoptamos una estrategia similar a la de la gripe y empezamos a vacunar anualmente, lo razonable es que cada año la vacuna sea distinta y se adapte a las variantes que haya en circulación. La idea de "dosis de refuerzo" no tendrá sentido e incidir en ella, como temía Cavaleri, puede ser contraproducente.
Sobre todo si no es necesario Desde el principio la necesidad de una dosis de refuerzo ha sido un tema muy polémico y, si bien los últimos estudios han mostrado la caída de efectividad de las vacunas contra las infecciones decae rápidamente, todo parece indicar que la respuesta inmunitaria mediada por células T es suficiente para evitar la enfermedad grave y la muerte.
Gripalizar o no gripalizar De esta forma, es inevitable que la cuestión se transforme en una decisión: si resulta aceptable cierto nivel de contagios o si vamos a seguir intentando reducir al máximo su número (con mejor intención que éxito). Esta decisión tiene mucho que ver con las consecuencias médicas que tenga finalmente la infección en vacunados (leves, por lo que sabemos ahora).
Pero también con la idea de asumir colectivamente que hemos hecho todo lo posible para combatir la pandemia y que solo queda convivir y asumir el coste. Hay un parte científica, claro; pero, sobre todo, hay una parte social. Es pronto para "gripalizar", sí; pero la decisión de qué hacer con las próximas dosis de refuerzo depende de ello.
Imagen | Diana Polekhina
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