Según la MIT Technology Review, en el último año se han identificado 20 embarazos de embriones animales con órganos humanos. Cerdos con hígados genéticamente humanos, ovejas con riñones perfectamente funcionales: toda una generación de quimeras surgida en medio de una amplia polémica sobre las garantías técnicas, éticas y médicas de esta línea de investigación.
Pese a la oposición de gobiernos y expertos en bioética, la creación de quimeras se ha convertido en una de las grandes esperanzas para resolver el gran problema de los sistemas de trasplantes de todo el mundo: la falta de órganos. ¿De qué hablamos cuando hablamos de quimeras?
El gran problema del sistema de trasplantes
Christiaan Neethling Barnard, inclinado sobre el tórax abierto de un paciente de 54 años, miraba con incredulidad cómo latía el corazón que acaba de implantar. "Jesus. Dit gant werk!", gritó. Algo así como "¡Jesús, esto va a funcionar!" en afrikaans. La fecha: el domingo 3 de diciembre de 1967 a las 5h y 52 minutos. El lugar: el hospital Groote Schurr de Ciudad de El Cabo. La ocasión: el primer trasplante de corazón de la historia.
La década de los sesenta fue la década mágica para los trasplantes. En el 63, se trasplantó el primer pulmón; en el 66, el primer páncreas; entre el 64 y el 67, los primeros intestinos. Cuatro años antes, Thomas Starzl había trasplantado el hígado a un niño de tres años en Denver. Pero el trasplante de hígado era técnicamente uno de los más complejos y el niño muere 5 horas después. Hasta los 70 no se consigue un trasplante hepático que dure más de un año y hasta los 80 con las mejoras en coagulación y inmunosupresión no se generaliza.
Sea como sea, y aunque hemos avanzado mucho, el mayor problema a día de hoy es que no tenemos suficientes órganos y no tenemos ninguna forma de aumentar nuestro suministro. Es más, tenemos un fuerte imperativo ético para reducirlo. Ante esta situación, el Instituto Nacional de Salud (NIH) de Estados Unidos se descolgó con la negativa a financiar una de las líneas de investigación más prometedoras del momento: las quimeras.
¿Quimeras?
Se usa el término quimera por el paralelismo con la quimera griega (cuerpo de una cabra, cola de dragón y cabeza de un león). Convengamos que quizá la idea de ponerle un nombre así no fue una gran maniobra de marketing, pero la idea es sencilla: poder 'cultivar' órganos genéticamente humanos en huéspedes animales (cerdos y ovejas fundamentalmente) de forma que tengamos un suministro flexible. Sí, así como suena.
En 2010, mientras trabajaba en Japón, Hiro Nakauchi desarrolló un método con el que insertaba células madre de una especie en embriones de otra para demostrar, por ejemplo, que podía generar ratones con un páncreas hecho completamente de células de rata. La idea era relativamente sencilla, aunque no se había conseguido desarrollar técnicamente. "Si funciona como lo hace en los roedores, debemos ser capaces de crear cerdos con órganos humanos", declaró en aquel momento.
Aunque Nakauchi era un científico de la estrella, los reguladores japoneses tardaron en aprobar la legislación necesaria para desarrollar su idea y, en 2013, decidió mudarse a Estados Unidos donde la ley federal no restringe la creación de quimeras. Concretamente a la Universidad de Stanford que junto con el Instituto de Medicina Regenerativa de California creó un fondo especial para el desarrollo de esta idea. Era solo el comienzo, como decíamos según el MIT Technology Review en los último año, y a pesar del cierre del grifo de la financiación, han tenido lugar más de 20 embarazos de quimeras en EEUU.
Demasiado Humanos
El problema como siempre en estas investigaciones, ético: hay cierto miedo a que estos animales se vuelvan demasiado humanos. David Resnik, especialista en bioética del NIH, dice que aunque "no nos encontramos cerca de la isla del Doctor Moreau, la ciencia avanza de prisa. El espectro de un ratón inteligente atrapado en un laboratorio de alguna parte chillando: 'Quiero salir', sería muy desconcertante para la gente".
Por si acaso, aún no ha nacido ninguna quimera (que sepamos). Los investigadores trabajan con fetos para recopilar datos preliminares que ayuden a conocer el impacto real de las intervenciones. De todas formas, podemos estar tranquilos. No es muy probable que mañana nos encontremos con un Stuart Little por la calle. Los cerebros no sólo son genética y estructuralmente muy distintos sino que, además, son mucho más pequeños. Como dice la carta de 11 científicos contra la decisión del NIH, es muy posible que estemos poniendo la venda antes que la herida. El potencial de estos trabajos para salvar miles de vidas no debe hacernos olvidar los criterios éticos, pero sí que deben impulsarnos a reflexionar sobre las líneas rojas y el coste que éstas tienen.
Imágenes | Joe deSousa, United Soybean Board
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