Solemos decir que el cerebro es un músculo. Algo que o se usa o acaba atrofiándose. Es una metáfora útil para entender que gran parte de las capacidades cognitivas y emocionales pueden "mejorarse". Si entrenamos una tarea concreta (como el cálculo mental), nos volvemos mejores en ella. En esto se basa toda una industria, el llamado brain training o entrenamiento cerebral.
Pero todas las metáforas tienen sus límites y ésta ha tocado fondo. Ya sospechábamos que la industria del brain training era un inmenso y colosal bluff, pero, por si había dudas, un grupo de psicólogos han revisado todos y cada uno de los estudios publicados sobre la efectividad de estos programas y las conclusiones son rotundas: por lo que sabemos hasta ahora este tipo de entrenamiento no mejora nuestras habilidades cognitivas.
El debate en torno al entrenamiento cerebral
El trabajo del que hablamos ha sido coordinado por Daniel Simons, profesor de psicología de la Universidad de Illinois y la bestia negra de la industria del entrenamiento cerebral. Simmons es uno de los psicólogos más conocidos y respetados del momento gracias al experimento del Gorila invisible (que le valió para ganar el Ig Nobel en 2004) y a su lucha por conseguir una psicología de mejor calidad.
Simons lleva años denunciando las malas prácticas de la industria y de los investigadores en su blog. Sin ir más lejos, es bastante conocida su crítica al trabajo de un grupo de investigación de la UNED que obligó a corregir el estudio que habían publicado sobre, precisamente, entrenamiento cerebral.
No ha estado solo. En 2014, un grupo de más de 70 científicos escribió una carta abierta en la que denunciaban que "los juegos cerebrales no aportaban evidencias de que mejoraran el desempeño cognitivo general". El problema resultó ser que no era la única opinión sobre el tema. Meses después de esa carta, otros 133 científicos publicaron un comunicado en el que defendían que, por el contrario, había numerosas evidencias de los efectos positivos del entrenamiento cerebral.
Con este debate abierto, y tras la multa de 2 millones que la Comisión Federal de Comercio le impuso a Lumosity (uno de los programas más conocidos), Simons y su equipo tuvo claro que la solución al problema pasaba por revisar sistemáticamente todo lo que se había publicado sobre estos programas de entrenamiento.
¿Funcionan los programas de entrenamiento cerebral?
Y eso es lo que tenemos ahora: un extensísimo estudio sobre los efectos reales de los programas de entrenamiento cerebral. Los investigadores han revisado todo lo que se ha publicado sobre el tema y se han encontrado con que una amplia evidencia de que estos juegos mejoran efectivamente el desempeño en esos mismos juegos. Pero solo en ello. Por lo que parece tenemos muchas menos pruebas de que ayuden a mejorar tareas parecidas a las que se entrenan directamente y muy pocas que muestren mejoras en el desarrollo cognitivo cotidiano.
Precisamente por eso, los usuarios de estos programas experimentan mejoras cognitivas. Conforme los usan, mejoran en los juegos del programa y ese efecto se expande al resto de tareas. Los datos muestran la escasa evidencia científica de estas aplicaciones, pero también el mecanismo que nos convence de que sí funcionan (aunque no lo hagan).
Pero quizás lo más preocupante es la calidad de la investigación. El equipo no encontró ningún artículo que siga las prácticas de investigación esperables. Toda la investigación del campo presenta problemas metodológicos que o ponen en cuestión los propios estudios o, en todo caso, impiden llegar a conclusiones sobre el efecto del entrenamiento cerebral en el día a día.
Empresas, laboratorios y viceversa
Las empresas dedicadas al entrenamiento cerebral son un ejemplo de libro de lo que pasa cuando la industria tiene un papel fundamental en el desarrollo de la ciencia. Porque sí, esta industria también intenta engañarnos. Y a lo grande.
El trabajo de Simons acaba lleno de recomendaciones para científicos, empresas e instituciones que quieran tomarse este campo en serio. Lo cierto es que la tecnología actual permite hacer cosas increíbles y si existe alguna posibilidad de que ayude a frenar las enfermedades neurodegenerativas o el declive cognitivo, hemos de aprovecharla. Pero si no frenamos la polvareda que levantan las turbias relaciones entre industria y academia, nunca vamos a ser capaces de separar el trigo de la paja.
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