Analizábamos en otro artículo el potencial del cerebro para recordar toda la información que somos capaces de generar, llegando a dos conclusiones. Por un lado, que era muy complicado recordarlo todo de manera sana y eficiente. Por otro lado que un periodista, Joshua Foer, había sido capaz de mejorar tanto la suya como para conseguir en unos meses ganar un campeonato de memoria en EE.UU.
También había suscitado el post varias dudas en los foros. Vamos a intentar conocer un poco mejor cómo incrementar nuestra memoria con algunos ejemplos de otros referentes históricos en el tema.
La Curva del Olvido
Como todo el mundo sabe, la distancia es el olvido. La distancia en el tiempo, quiero decir. Cuanto más tiempo pasa desde que memorizamos una cierta cantidad de información, menos de la misma recordamos. Pero, ¿es posible demostrar científicamente este hecho? Bueno, no solo se puede demostrar, sino que además al hacerlo es posible descubrir que quizá el tiempo no es el único factor que afecta al proceso.
El ejercicio es sencillo: vamos a memorizar combinaciones de letras sin sentido, de cualquier tipo. Esto es lo que hacía Hermann Ebbinghaus en sus estudios sobre la memoria allá por 1885 (“Memoria: una contribución a la sicología experimental”), en los que utilizaba sílabas sin carga semántica, por ejemplo series de tres letras formadas por consonante-vocal-consonante. Una vez memorizadas se dedicaba a medir cuántas podía recordar con el paso del tiempo.
Ebbinghaus apuntaba sus propios resultados para construir de este modo las primeras curvas de olvido, siguiendo esa sana tradición científica de experimentar con uno mismo (tradición que los fundadores de los Premios Darwin no solo no olvidan sino que aplauden cada año). En su caso descubrió que estas curvas del olvido que generaba presentaban siempre pendientes muy acusadas.
En general las curvas resultantes eran exponenciales que seguían la fórmula
Fuente de la imagen: Wikipedia
En ella R es la capacidad de retención en la memoria, S es la intensidad relativa del recuerdo (o fuerza de la memoria), y t es el tiempo.
La cuestión es que todos estos estudios apuntaban a que nuestro viejo amigo Joshua Foer no se equivocaba en algunos aspectos esenciales. Las reglas mnemotécnicas mejoran las representaciones mentales, lo que facilita el recuerdo y afectarían de este modo a la intensidad del mismo.
Así mismo los “repasos” cada cierto tiempo hacen que las curvas vuelvan al punto original y que las nuevas pendientes sean menos acuciadas. Sí, mamá tenía razón cuando decía que no dejáramos todo para el día antes del examen.
Ebbinghaus trabajó en algunos aspectos más. Por ejemplo en el tamaño de los contenidos a aprender, la velocidad de memorización, el número de repeticiones realizadas para memorizar, el orden de memorización de los elementos a recordar y algunas variables más. Con ejercicios simples pero (posiblemente por primera vez) con una metodología sólida, sentando las bases para posteriores trabajos en la materia del olvido.
Estos fueron totalmente desaprovechados por Charlie Kaufman en su conocido ensayo audiovisual sobre el tema “Eternal Sunshine of the Spotless Mind” pese a su inolvidable tarjeta de apoyo a amigos y familiares: “Clementine Kruczynski ha eliminado a Joel Barish de su memoria. Por favor no menciones esa relación delante de ella de nuevo. Gracias”. Si Ebbinghaus hubiera visto la película quizá no recordaríamos ahora de que estamos hablando aquí.
Para entender mejor sus resultados debemos saber que la base del trabajo de Ebbinghaus eran las asociaciones. Su trabajo apuntaba ya a la plasticidad del cerebro y a la importancia de combinar varios elementos diferentes entre sí. Por eso tenía sentido que la metodología estuviera basada en utilizar combinaciones de consonante-vocal-consonante que no tuvieran ningún sentido semántico.
De este modo nuestro héroe forzaba al cerebro a recordar algo sin referencia previa alguna, en lo que algunos creen está la respuesta a por qué tantos números de teléfono obtenidos por la noche en la oscuridad son olvidados a la mañana siguiente. Esto y su trabajo sobre el orden cronológico de los elementos a recordar, ya que la posición tenía un impacto relevante en el recuerdo.
Al memorizar una lista de ítems los elementos que se encontraban al principio (efecto del inicio) y al final (efecto recencia) de dicha lista eran más fáciles de recordar que los elementos en el medio. La manera de reducir o eliminar este problema consistía en introducir algún elemento que distinguiera o remarcara los elementos centrales de la lista.
Entre los múltiples test y ejercicios para mejorar su capacidad de recordar Ebbinghaus inventó diversas herramientas. Por ejemplo los test de recuerdo libre y en secuencia (memorizar elementos y luego repetirlos al de un tiempo), los de reconocimiento (dada una lista de ítems de los suyos a memorizar debía luego intentar reconocer cuáles de ellos aparecían en otro documento y cuáles no), o el cálculo para determinar el “ahorro” en repeticiones a cada intento de volver a memorizar una lista (es decir, cuántas repeticiones menos tenía que realizar para memorizar los elementos en el segundo intento, cuántos menos que el segundo en el tercero, etc.).
El número total de sílabas con las que jugaba Ebbinghaus era de alrededor de 2.300 y las utilizaba para construir listas de diferentes longitudes.
El pionero siempre abre camino a otros, como veremos más adelante, y en su caso no sólo creo los materiales sino también una metodología que fue lo que le puso en el mapa. El establecimiento de las condiciones de los experimentos, ya que para él así debían ser considerados dentro de la más pura tradición del método científico, para sí las quisieran muchos laboratorios actuales.
Diseñó un sistema de reglas, incluyendo el formato de las listas y la velocidad de lectura (150 pasos por minuto utilizando un metrónomo). Tuvo en cuenta incluso la acentuación, para evitar que la monotonía recitando perturbara el experimento. Así, contaba con periodos de 15 segundos de pausa entre la memorización de cada serie.
Se debían aprender todos los elementos sin ninguna técnica mnemotécnica, ni separando los fáciles de los difíciles, básicamente por fuerza bruta mental: a base de repetición tras repetición tras repetición. La letra con metrónomo entra. Su nivel de obsesión con mantener el resto de variables constantes le llevo a modificar su estilo de vida durante las semanas o meses de los experimentos, para eliminar o reducir en lo posible cualquier factor ambiental o de otro tipo que pudiera influir.
Desarrolló diversos análisis para determinar las posibles fuentes de error, analizando como tenerlas en cuenta para limitar su influencia. Y finalmente diseñó sistemas de medición del trabajo realizado, no sólo para el diseño de las curvas sino para obtener estadísticas de todo tipo que le permitieran generar el mayor conocimiento posible sobre el proceso y cómo controlarlo.
Así que la próxima vez que el idioma alemán suponga problemas de aprendizaje debemos recordar los esfuerzos del profesor Ebbinghaus por memorizar series de “CUC-VAC…” a base de repetirlas una y otra vez. ¡Wunderbar!
La letra con guerra entra
Sebastian Leitner trabajó bastante siguiendo la misma línea de Herman Ebbinghaus, apoyado en el camino abierto por su predecesor, fallecido 10 años antes de su nacimiento. Sicólogo, militar, periodista (otro más, como Foer, a ver si esto va a influir) y escritor alemán, pasó tiempo en Rusia preso durante la guerra, quizá en contacto también con Alexander Luria, de quien hablaremos en breve.
En cualquier caso publicó un manual sobre sicología del aprendizaje titulado “Así se aprende” donde propuso un método basado en fichas o tarjetas. El mecanismo era sencillo: se escribía la pregunta en una cara de la ficha y la respuesta en la otra. El material que se deseaba aprender, o más bien memorizar, debía poder trabajarse con este modelo; por ello normalmente eran fechas históricas, fórmulas, o contenidos relacionados con el aprendizaje de idiomas.
Posteriormente se clasificaban por niveles de dificultad y se iban trabajando con un sistema temporal en función de las fichas respondidas correctamente o erróneamente de cada nivel. El sistema buscaba la eficiencia, es decir reducir la cantidad de tiempo dedicado al estudio, facilitando el centrarse en las fichas más difíciles, de manera que no se supera el nivel 1 hasta que las aprendemos.
Sistemas como el GMAT (Graduate Management Admission Test) utilizan las respuestas aportadas por el alumno previamente durante el test, es decir que tiene en cuenta si las hemos acertado o fallado, para determinar cuáles serán las preguntas siguientes. De este modo facilitan ubicar al examinado lo más precisamente posible alrededor de su nivel de conocimiento real de la materia. Las preguntas terminan siendo siempre de un cierto nivel, que debería ser nuestro nivel tras responder a la suficiente cantidad de ellas.
Una particularidad de este tipo de exámenes es que puedes fallar sólo una pregunta y tener una nota inferior a la esperada, ya que el examen no tienen en cuenta cuántas preguntas se fallan, sino cuales.
Otro de los estudiosos modernos de la materia es el ya mencionado Alexander Luria, famoso por sus trabajos sobre Solomon Shereshevsky que dieron lugar al libro “The Mind of a Mnemonist: A Little Book about a Vast Memory”.
Luria trabajó a partir de los años 30 con un enfoque neurocientífico y sicológico. Como a menudo ocurre momentos históricos impactan en la generación de conocimiento y en el caso de Luria se vio afectado también por la Segunda Guerra Mundial aunque en sentido diferente al de Leitner.
Sus estudios se centraron en la rehabilitación funcional de heridas de guerra en el cerebro, y sus escritos demostraban su meticulosidad tras atender casi 800 pacientes. La influencia de Pavlov y su famoso experimento con el perro aparece reflejada en el trabajo de Luria, quién compartía la idea de la existencia de un importante potencial de aprendizaje si se contaba con un cerebro apropiado.
Tras escribir sobre mentes dañadas durante años Luria encuentra de casualidad a Solomon Shereshevsky, un periodista ruso con una memoria ilimitada, a quién estudia durante 30 años realizando diferentes tipos de test. Se conocen en los años 20 por una curiosa anécdota: Solomon es expulsado de una reunión de trabajo por no tomar notas de la misma; en respuesta repite la conferencia palabra por palabra.
Curiosamente el nivel de inteligencia en los test de la época no le hacía parecer especialmente especial. Recordemos que era periodista. Sí, periodista. Otra vez. Estoy seguro de que no es casualidad pero de momento no puedo demostrarlo así que sigo. Aunque la aparición de Solomon parece prometedora para nuestros intereses, el caso de Solomon se basaba también en una vieja conocida para nosotros: esa rara condición que quizá no deseamos compartir.
En su caso Solomon disfrutaba o sufría lo que Luria diagnosticó como “sinestesia”. Una persona con sinestesia básicamente puede oír colores o ver sonidos. Esto puede ser una ventaja en muchos casos porque, ante la complicación de recordar una secuencia de números sin mayor sentido, y por lo tanto más difíciles de gestionar para nuestro cerebro, una de las técnicas usada comúnmente consiste en convertirlos en imágenes.
El sinestésico tiene este trabajo hecho por su cerebro, lo trae “de fábrica”. Sin embargo Solomon tenía problemas para memorizar chistes o incluso entender comentarios con doble sentido; así como también para reconocer caras (algo que ya vimos era una constante en gente como Jill Price) y no precisamente porque tuviera deudas de juego o una agitada vida sentimental (estamos seguros de que Luria, gran científico, comprobó esto).
También tenía problemas para leer, ya que se distraía cuando entraban en acción estos sentidos “laterales” que le impedían ver bien las letras. Es más, a menudo describía como empezaba a “escucharlas”. Sin embargo las conferencias que recordaba las recordaba durante años y de manera detallada.
Para poder trabajar llegaba a utilizar una técnica “fogosa”: escribía artículos para luego quemar los papeles donde los había escrito, de modo que pudiera asociar las palabras con imágenes o eventos, más fáciles de recordar para él. También decía que había aprendido a borrar cosas de su memoria sólo con el deseo de hacerlo, lo cual suponía un gran avance y era uno de los serios hándicaps que encontraban en su día a día nuestros amigos con HSAM.
El GPS humano
Solomon era un caso interesante que abrió importantes vías para el estudio de la memoria. Sin embargo contaba de nuevo con una particularidad especial, y no queremos volver a la necesidad de accidentes, enfermedad o genética. Para saber si existe alguna posibilidad real y práctica de obtener una memoria excepcional, para determinar claramente si se puede desarrollar esta capacidad de un modo tan genérico que esté al alcance de cualquiera, debemos hacernos una pregunta sencilla: ¿te gusta conducir?.
Un estudio más actual sobre la memoria fue realizado con taxistas de Londres y publicado en el Journal “Current Biology” (nombre de revista científica muy apropiado por cierto para un estudio sobre las dinámicas de transporte de seres vivos no en cautividad).
Su autora, Eleanor Maguire, es profesora del University College of London y miembro del “Wellcome Trust Center for Neuroimaging”, y con dicho estudio demostró que los cerebros de los taxistas de Londres presentaban una mayor cantidad de materia gris en diversas zonas del hipocampo y menos en otra.
De hecho al comparar zonas similares del hipocampo determinó que los cerebros de los taxistas presentaban una cantidad representativamente mayor que la de personas que no eran taxistas. Algo pasaba en el hipocampo, otro de esos extraños lugares y situaciones donde el tamaño sí importa.
La primera diferencia entre alguien que es taxista en Londres y alguien que no lo es suele ser conocida como “The Knowledge”: el examen que deben superar los taxistas demostrando conocer apropiadamente el sencillísimo y turístico sistema de conexión de las 25.000 calles del centro de la ciudad, además de unos cuantos miles de lugares de interés (cómo la casa de David Beckham o el lugar donde tocaron por primera vez las Spice Girls) y otros puntos de referencia de menor importancia (hospitales o estaciones, por poner un ejemplo).
Es más, para superarlo no basta únicamente con conocer las mismas, además hay que saber aplicar ese conocimiento para poder dar la mejor alternativa cuando el cliente solicita un determinado trayecto. No valen excusas; el conocimiento, perdón, el mundialmente reconocido “Knowledge of London”, lleva vigente desde el año 1.850, motivo por el que probablemente la parte final del examen de taxista es un examen oral de unos pocos minutos de duración, donde demuestran su conocimiento de lo que se encuentra en un radio de 6 millas a la redonda de Charing Cross, en el que deben determinar en un tiempo record la mejor opción para 3 posibles rutas de entre 100.000 caminos estándar que se plantean como posibles.
Se valora la rapidez de respuesta, los posibles caminos propuestos para cada ruta y también (increíblemente) la amabilidad. La referencia más importante para nosotros es la siguiente: si alguien del 1.850 pudo obtener el título, nosotros no podemos quedarnos atrás. ¿Cómo? Tenemos que ir un paso más allá.
Eleanor, indiscreta a más no poder y acostumbrada a husmear como fuera por todos lados, utilizó resonancias magnéticas para entender lo que ocurría dentro del cerebro. Realizó un estudio con un grupo de taxistas que habían aprobado el examen, otro grupo de aspirantes que no lo superaron y un grupo de control que ni eran ni habían sido taxista.
De este modo consiguió relacionar todo con el tamaño del hipocampo. Es más, existía una correlación entre el tiempo que alguien había pasado siendo taxista y el tamaño del mismo (concretamente una correlación positiva con el tamaño de la zona posterior del hipocampo y negativa con respecto a la parte anterior). Una de las conclusiones de este estudio es que se puede modificar el tamaño del cerebro con el entrenamiento. Es decir, que podemos afirmar con cierta solidez que podemos adquirir esta capacidad y además podemos hacerlo en cualquier momento de nuestra vida.
El cerebro mantiene su plasticidad con el tiempo. Eleanor Maguire y su colega Katherine Woollett realizaron más experimentos enfocados al impacto en la tasa de generación y supervivencia de nuevas neuronas cuando el cerebro está trabajando en aprender y resolver problemas. A fin de cuentas el hipocampo es de las pocas zonas cerebrales donde se ha demostrado que se generan nuevas neuronas, siendo también una de las más castigadas cuando nos encontramos con enfermedades como el Alzheimer.
“Hipocampocamelludo”
El neurólogo ruso Vladimir Mikhailovich Bekhterev ya había apuntado en 1900 que el hipocampo y la memoria se veían a escondidas. Bejterev (en español) estudiaba el sistema nervioso y la estructura del cerebro, determinando que diversas zonas tendrían funciones diferentes.
En 1981 creaba la Neurology Science Society. Pero ni se llevaba bien con Pavlov, ni con Stalin, quién se dice lo envenenó tras diagnosticarle ser “un paranoico”. En cualquier caso parece que la casualidad jugó de nuevo un papel importante en la ciencia, siendo necesario de nuevo encontrar un caso excepcional y aprender de su estudio.
Y es que casos de estudio hemos visto ya varios, pero ninguno como el del paciente H.M. (Henry Gustav Molaison - para amigos y conocidos, ya que se mantuvo su nombre en secreto hasta su muerte), quién a los 27 años y allá por el año 1953 pasó por quirófano para solucionar su problema de epilepsia, sacrificando necesariamente su Hipocampo en el proceso.
No le quitaron todo, como se descubrió más tarde, pero el nuevo Henry tras la operación se encontró con que sólo tenía memoria a corto plazo. Tras su muerte en Diciembre de 2008 su cerebro fue objeto de estudio por el doctor Jacopo Annese, quien transmitió por Internet en directo la operación de análisis del cerebro de Molaison, y lo puso en su Linkedin.
Una de las conclusiones de los estudios posteriores es que quizá la corteza entorrinal, que Henry tenía destruida casi al completo y que en los casos de Alzheimer se ve atacada desde las primeras fases, podría ser la conexión entre la corteza, donde se almacenan los recuerdos a largo plazo, y el hipocampo. Porque Henry podía recordar cosas anteriores a la operación pero solo tenía memoria a corto plazo tras la misma: perdió por completo la capacidad de crear nuevos recuerdos, se quedó sin nueva memoria a largo plazo.
Su interesante caso fue tema de una película, pero contrataron a Adam Sandler para darle un contrapunto gracioso y su historia pasó de protagonista a secundario en la nunca lo bastante reconocida obra maestra de la neurociencia, “50 primeras citas”. Otras fuentes citan la envidia de Drew Barrymore y su afán de protagonismo como motivo del cambio de guion, dado que su personaje tiene pérdida de memoria por un accidente de coche con una vaca (¡ah!, se me olvidaba, SPOILER ALERT).
Intentos más científicos de contar su historia dieron lugar a que Christopher Nolan ganará gran cantidad de premios con “Memento”, película que tampoco nos ayuda en nuestra búsqueda de una gran memoria salvo que lo que queramos sea camuflarnos a base de tatuajes con la excusa.
Sin embargo tenemos buenas noticias gracias a nuestros taxistas exitosos. A fin de cuentas aprender tal cantidad de datos, casi 50.000, no es fácil. ¿Cómo lo hacen? ¿Qué técnicas desarrollan? ¿Cuáles son los factores clave de éxito? Dejando de lado ejemplos particulares como el de nuestro querido Kim Peek, también conocido como “el GPS humano” por su memorización detallada de todos los mapas de EE.UU sin entenderlos (para él simplemente las cosas estaban allí) si somos capaces de determinar el proceso seguido por una persona cualquiera para preparar un examen como “The Knowledge” y aprobarlo, podemos también ampliar nuestro juego de herramientas y comenzar a desarrollar definitivamente nuestra memoria.
Hipermnesia, ¿es posible aumentar nuestra memoria?
Los aspirantes a taxistas utilizan entre 2 y 4 años para prepararse para el examen de “The Knowledge”, frente al año escaso que estuvo Joshua preparando el campeonato de EEUU. En ese tiempo los taxistas utilizan diversas técnicas mnemotécnicas o se dedican a repetir y repetir rutas, paseando con taxistas o solos en moto. Pero sin embargo todos reconocen que sin dividir la cuidad en una serie de rutas básicas es totalmente imposible conseguir superar la prueba.
Es más, el ejercicio típico básico consiste en comenzar separando todo el mapa por zonas utilizando como referencias cada una de las 320 rutas básicas principales que se deben aprender. Incluso los que apuestan por la “fuerza bruta”, memorizando página a página el “Blue Book”, lo hacen de este modo. Por cierto, el “librito” ya se puede descargar en pdf e imprimir en papel, página a página, para seguir este método de manera más eficiente en coste, que con lo que llueve en Londres como para ir con el libro entero por la calle durante 4 años de estudio.
Mientras el resto del mundo sufre la invasión de Uber, Cabify y los GPS, los taxistas de Londres resisten ahora y siempre al invasor.
Este trabajo ímprobo nos lleva de nuevo a cómo funciona el cerebro para almacenar información. El sicólogo inglés Ballard estaba trabajando a principios del siglo XX en una investigación sobre los problemas de memoria de niños de zonas marginales de Londres. Uno de los impulsores de los primeros test mentales, Ballard y su obra fueron más reconocido en América que en su Inglaterra natal.
Utilizando poemas, palabras sin sentido o aleatorias, y analizando de manera sistemática el proceso que seguían para recordarlos y los resultados, dio nacimiento formal al estudio de la Hipermnesia, es decir el fenómeno consistente en aumentar los recuerdos (eso sí, netos, no a costa de eliminar otros). Eso de crear una ciencia nueva sobre un tema está bien, pero ya sabéis como son los académicos, así que la cosa se lio como es costumbre: por un lado estaban los que consideraban necesario un esfuerzo explícito para memorizar, mientras por otro empujaban los que consideraban que existía el recuerdo espontáneo. Vamos, como los de con cebolla y sin cebolla en la tortilla pero con doctorados.
En lo que parece que todos se pusieron de acuerdo es en que dormir ayudaba a recordar (ay amigo Borges, en esta nos han pillado). No solo es necesario el sueño, sino que el descanso incluso facilita mejores resultados en el proceso de incrementar nuestros recuerdos y nuestra memoria.
Estudios más modernos desarrollados por Mathew Erdelyi, quién aparentemente fue quién utilizó por primera vez el término de Hipermnesia, demostraban que los efectos (aumento neto en los recuerdos) eran reales, y que la curva de olvido caía e incluso que sus efectos podían invertirse. Analizando dicha curva se llegaba a la conclusión de que era afectada por aspectos como la dificultad de la temática para quién la estudiaba, la representación de la información, pero también factores fisiológicos, como el sueño del que ya hemos hablado, por ejemplo.
Es más, se considera que en la fase REM es cuándo se fijan los recuerdos en la memoria, por lo que no dormir al menos un ciclo de sueño no ayuda en nuestro propósito. Así mismo, cada repaso del material a recordar incrementa el tiempo mínimo necesario para el siguiente repaso efectivo, pudiendo llegar a ser éste incluso de años, como por ejemplo cuando aprendemos un idioma.
Sin embargo la conclusión deja a este investigador un poco frío ¿Bastaba únicamente con repetir como un lorito? ¿De verdad? ¿No había nada más? ¿Tendría que darle la razón a mi madre? Vagos recuerdos comenzaban a aflorar sobre memoria semántica, palacios de memoria y sustancias químicas, pero mi taxi había llegado a buscarme y esta ciudad no es como Londres así que mejor le repito la dirección a la que voy unas cuantas veces durante el trayecto.
Lo adereza con supuestas experiencias (nunca demostradas científicamente) montando un ecommerce en Alemania, fotocopiando en Workcenter o en la farándula. De su turbio pasado como consultor no suele hablar, pero se nota. Vive entre Múnich y Madrid, aunque es de “Bigbao”, la ciudad más grande del mundo..
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Vladimir Bejterev habla del hipocampo y la memoria en los dos volúmenes de “Pathways of brain and bone marrow” (en ruso "Пути мозга и костного мозга")
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