El ser humano es una especie con gran capacidad para adaptarse a nuevos entornos y situaciones, incluidas las temperaturas extremas. El problema viene cuando queremos saber cuales son los límites de nuestra tolerancia y adaptabilidad, especialmente cuando una parte significativa de la humanidad vive cerca de estos límites.
Las olas de calor en la Península Ibérica. La España continental ha sufrido un vaivén de olas de calor acompañadas de un incremento notable de la mortalidad, muy por encima de la esperada. En lo que va de 2022, según los datos provistos por el Instituto de Salud Carlos III, el exceso de mortalidad atribuible a las temperaturas ha sido de casi 4.800 personas. De éstas, 3.767 han correspondido al periodo entre el 1 de mayo y ahora. La situación es semejante en Portugal y otros lugares del mundo.
Efectos del calor en la salud. Que el calor implica riesgos para la salud no es nada nuevo. Los golpes de calor pueden incluso matarnos y son especialmente peligrosos para los más jóvenes y los más mayores. La deshidratación también puede causar estragos en riñones y corazón. El cansancio es otro de los efectos menos graves (no siempre) del calor, pero que también puede suponer un lastre en nuestro día a día.
El calor puede afectarnos también a nivel psicológico. En este sentido, puede aumentar nuestra agresividad y también reducir nuestra capacidad para concentrarnos. Sumado al cansancio causado por la pérdida de sueño, nuestra productividad también disminuye.
Una pregunta difícil de contestar. Como es costumbre en ciencia, ésta no es una pregunta fácil de contestar. No hay una temperatura máxima a la que nuestro cuerpo se apague, o un tiempo específico que nuestro cuerpo pueda aguantar. Nuestra capacidad varía mucho de persona a persona, y no solo la temperatura y el tiempo afectan, también lo hace, por ejemplo, la humedad.
La humedad tiene mucha relación con nuestra capacidad para resistir el calor, puesto que uno de nuestros principales mecanismos internos para regular nuestra temperatura depende, precisamente, del agua: el sudor.
Asomarse al límite. Durante los últimos años, una medida basada en estudios científicos que se ha establecido como límite del aguante humano, el punto en el que el cuerpo no puede regular su temperatura, es el equivalente a una temperatura de 35 grados centígrados a un 100% de humedad. Esto correspondería a un índice de calor de alrededor de 70 según las equivalencias con las que trabaja la Agencia Estatal de Meteorología, AEMET. Es probable que el límite “en el mundo real” pueda estar bastante por debajo.
Para AEMET, el peligro extremo comienza en un índice de calor de 54. Alcanzar los 40 grados en una situación de 50% de humedad podría bastarnos para alcanzar este nivel. También lo sobrepasaríamos a 35 grados con una humedad relativa del 80%.
Analizar el calor que pasamos. Diversos estudios han tratado de entender mejor cuál es nuestro límite. Entre 2013 y 2016, por ejemplo, un estudio analizó la temperatura corporal y otras variables de hasta 300 bomberos forestales de los Estados Unidos.
Además de su equipo de trabajo, los participantes desempeñaron su trabajo con un aparato que registraba la temperatura de su piel, ritmo cardiaco, dióxido de carbono inhalado… El estudio descubrió que el trabajo físico tenía un papel mayor de lo esperado en los bomberos, mientras que lo contrario era cierto para la temperatura externa.
Otro análisis, realizado este en un entorno controlado, estudió como afectaban temperaturas y esfuerzo al estrés térmico de los participantes, estimando esta vez que este se volvía peligroso a temperaturas mucho menores a índices de calor de alrededor de entre 44 y 49, el equivalente a 36-38 grados a una humedad relativa del 50%.
Un riesgo global. Este año hemos tenido noticias de olas de calor desde bien temprano. En mayo, fue la India donde más se sufrieron las altas temperaturas, pero no tardaría en llegar a España la primera de las muchas olas de calor que llevamos este año.
Aunque en Europa los meses de invierno dejan una mortalidad más elevada, en las últimas décadas hemos visto varias olas de calor con decenas de miles de muertos. Un ejemplo de esto fueron las olas de calor de 2003, que dejó más de 20.000 muertos en Europa; o la de 2010 en Rusia, con un exceso de mortalidad de 11.000 personas.
Formas de evitar lo peor del calor. Por ahora una de las propuestas más llamativas este verano ha sido la de poner nombres a las olas de calor. Sevilla ha sido precursora en esto, pero la idea no fue de las autoridades municipales sino que traía ya recorrido.
Algunos expertos consideran que esta medida puede ayudar a concienciar a la población del peligro de las olas de calor, pero las recomendaciones suelen basarse en conductas individuales, como evitar el ejercicio y la luz solar directa en las horas centrales del día, utilizar ropa adecuada y beber abundante agua.
La necesidad de convivir con el calor no es nueva en España, pero este verano de calor extremo y sequía está sirviendo para hacernos una idea de lo que puede ser el futuro. Aún queda mucho que aprender si queremos evitar las peores consecuencias del aumento de las temperaturas y de la aridificación que podríamos experimentar en los próximos años.
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